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Los brillantes colores de John Berger

Apartado: Periodismo

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Ilustración: P.S

John Berger

El silencio que escucha

En una entrevista con John Berger intervienen tres interlocutores: el periodista que hace las preguntas, el silencio que sigue, de varios a muchos segundos, y luego él. Pues silencio es lo que puntúa de forma inevitable a cada pregunta, y lo mejor de todo es que no parece ficticio, un acto teatral para impresionar al periodista. Uno recibe la impresión nítida de que la pregunta que ha hecho es la más importante que John Berger ha recibido en su vida, y que en consecuencia se está tomando todo su tiempo en contestarla. Y no defrauda: Nunca, en las dos entrevistas que le hice –y que forman parte del libro Momentos con escritores. La entrevista como seducción y en alguna que otra conversación, recibí de él más que respuestas… inteligentes no es la palabra, sino carentes del menor rastro de lugar común. Si hay alguien con un pensamiento propio -como por lo demás queda patente en su obra de múltiples caras y en permanente movimiento- ese es Berger.

El problema para el entrevistador es pues de diversos riesgos. En primer lugar, como con cualquier entrevistado que lo merezca pero más, cómo mantener la altura en un diálogo con esa calidad de respuestas. Y no sólo en el nivel intelectual sino en la variedad, toda vez que Berger es ensayista, poeta, cuentista, crítico (se dio a conocer comentando pintura en la radio), dibujante, cineasta, narrador, además de alguien con ideas políticas muy desarrolladas… y que además en cada uno de esos géneros, cambia: No tiene nada que ver el escritor de G con el de Puerca tierra, el primer volumen de su célebre trilogía, y éste, con Lila y Flag, el tercero, o sus numerosos ensayos y escritos mestizos. Eso sí: su voz es siempre reconocible.

Conocí y entrevisté a John Berger en el Jardín de la Residencia de Estudiantes, de Madrid. Y recuerdo que ya me iba, ya me encontraba a unos cuatro o seis metros cuando quise hacerle una última pregunta: «¿No se siente usted solo, ahí arriba, en las montañas?», le pregunté desde allí.

– ¿Solo?, me respondió con la cordialidad que irradia por todos los poros. «Estoy en el centro del mundo y asisto a la muerte del campo en una sociedad industrial avanzada: una de las grandes historias de nuestro tiempo».

Desde entonces he ido afirmándome en la impresión de que esa montaña de Berger en el medio de Europa es el centro del mundo, y esa, una de las grandes historias, aunque solo sea porque Berger la mira con una intensidad que en ello la convierte. Y me pregunto si no debiera ser precisamente esa la misión del periodista, y si cualquier buena entrevista no debiera ir puntuada por el silencio de una atención afilada.

 

Una historia en el centro del mundo

28 de febrero de 1992

Parece difícil abordar a John Berger, pues destaca en Europa como narrador, ensayista, guionista, crítico, dibujante -él considera que todo es la misma escritura- pero luego- resulta fácil y fluido como hablar con ciertos campesinos. También lo es: desde hace 18 años, este inglés de pelo blanco vive en un pueblo de la Alta Saboya, Francia, una decisión que en su día fue interpretada como un alejamiento del mundo y luego se ha ido viendo que era lo contrarío: está en el centro. A demostrar que la muerte del campo es uno de los grandes temas de nuestro siglo destinó Berger los 15 años que le costó escribir la trilogía En sus trabajos, cuyo segundo volumen, Una vez en Europa, acaba de salir en Alfaguara.

«Si se pudiera dar un nombre a todo lo que sucede, sobrarían las historias. Tal y como son aquí las cosas, la vida suele superar a nuestro vocabulario. Falta una palabra, y entonces hay que relatar una historia». Así comienza una de las cinco narraciones-pintura que componen Una vez en Europa, y una frase parecida fue la utilizada por el escritor para eludir contar por qué le habían permitido sus padres escaparse del colegio a los 16 años. Para explicarlo, sugirió con su dilatada sonrisa de ojos azules, tendría que remontarse a la I Guerra Mundial y pintar a su madre… y todo ello sería muy largo.En esa escapada, en Londres, en mitad de la II Guerra Mundial, se encuentra sin embargo la raíz de la facilidad con que cambia de lenguaje. Porque él cree que narrador, crítico, guionista, etcétera, no son más que etiquetas que ponen los profesores en las universidades, y él sólo fue a una escuela de Bellas Artes. Durante un tiempo enseñó dibujo y luego comenzó a llamar la atención como crítico en la revista de izquierda The new statesman.

Pero llegaron lo que él llama «Ias voces». A la pregunta de por qué no siguió pintando sigue un silencio de 30 segundos -esto es, uno un poco más largo que los de casi todas sus respuestas-. Dice: «Porque demasiadas voces me llegan a la cabeza y las voces no se traducen en pintura. No sé en qué lengua me hablan… Si el mundo se estuviera tranquilo, quieto, las voces dejarían de alcanzarme y yo podría dedicarme tranquilamente a dibujar».

El ‘tacto’

Concede que las voces le llegan más fácilmente porque vive en el silencio. «El silencio es el espacio en el que esas voces pueden entrar. En ese espacio la diferencia entre el pasado y, el presente se reduce. Al tiempo, esa ausencia de ruido posee respecto a la experiencia vivida una especie de tacto; sobre la página, esos espacios no dichos conciernen igualmente el tacto, en el sentido profundo. A veces creo que el arte de contar es una cuestión de tacto. Cada escritor debe encontrar su aproximación a él».

¿Y qué es el tacto? (silencio) «Es lo que ocurre naturalmente cuando dos seres se aman, en el momento en que se entienden. Las personas se hieren cuando el tacto ha pasado. El tacto es una forma de meterse cada uno en el espacio del otro: hay una complicidad, un complot, una especie de conspiración. Juntos desafiamos la vida».

Sólo una vez parece desconcertado, y es cuando se le hace la estúpida petición de que describa su escritura (una forma simplista de pedirle que desvele su misterio). «Escribo de la única forma que puedo hacerlo: cada página, muchas veces, buscando una mayor precisión, no sólo de las palabras sino de los espacios en blanco. Porque todo está ahí. La complicidad se encuentra en lo que no decimos. Esa es una de las causas de mi constante reescribir. La otra es que soy muy torpe. En serio: lo soy».

¿Ha encontrado lo que buscaba en el campo? «Yo no sabía lo que buscaba. Ahora sé que he encontrado muchas cosas, y todas ellas, por la gente. Descubrí a las viejas, por ejemplo, mucho mejores narradoras que los hombres, y buena parte de las cuales ya están en el cementerio del pueblo… me han dado más de lo que puedo expresar». ¿Qué fue lo que le llevó precisamente allí? «No lo sé. Un poco el azar… mi ángel de la guarda».

Aunque no militó, siempre fue compañero de viaje de los comunistas. Ahora se alegra, dice, de «la liberación del Este y de Rusia, un país que amo mucho, mucho, mucho». Le preocupa el nuevo poder mundial, que no es a su juicio Estados Unidos, sino «la gigantesca red de medios de información» que ya intuimos en la Guerra del Golfo.

En su aldea, ¿se siente fuera del mundo? Gran expresión de sorpresa– el siglo ha ido demostrando que la muerte del campo es una de las grandes historias de nuestro tiempo. Él está en el centro.

 

Volver al campo a tener un hijo

Hace quince años tuvo un hijo allí, en las montañas que centran Europa, y ésa es una de las mejores formas de integrarse en un lugar donde no se ha nacido. Otra de las formas es ser aceptado como alumno, lo que también le ocurrió. Pues Berger, pelo blanco y ojos azul añil, tiene un aspecto masivo de campesino, con botos, pana y cicatrices en las manos, que no es gratuito. Desde el principio quiso participar en los trabajos de sus vecinos, y de ahí que lo adoptaran como el aprendiz que era. Aunque sabe que no es ni será nunca un campesino, sus modales, acompasados por una gran simpatía y sencillez, son los de alguien que vive mucho tiempo al aire libre.

A sus 65 años, Berger está considerado corno uno de los grandes europeos por Susan Sontag o Angela Carter. Guionista de Alain Tanner en películas como Jonás que tendrá veinte años en el año 2.000, en 1972 obtuvo el Booker Prize por G. Berger habló ayer en la Residencia. de Estudiantes y lo hará el día 3 en el Círculo de Bellas Artes.

En 15 años

En 1974, tras el éxito de su programa Modos de ver, en la televisión inglesa, que culminaba una actividad crítica con un lenguaje individualizado ya famoso, emprendió en su pueblecito de la Alta Saboya la aventura de contar las raíces, desarrollo y fin de la crisis de la sociedad rural, uno de los hechos para él que tiene ahora mayor alcance. Lo hizo en tres libros que le tomaron quince años. Los dos primeros, Puerca tierra Una vez en Europa, están compuestos por narraciones de una aparente sencillez y exquisita modernidad, donde se percibe el latido de nuestro tiempo. El tacto, que diría él. El tercero, Lila y Flag, de próxima aparición, es una novela. Pues novela es, dice, la experiencia de la ciudad.