MIRADA SORELA

Tras el primer beso

Apartado: Siete años de Blog

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Beso. Toulouse-Lautrec.

Los problemas comenzaron tras el primer beso. Ese fue el momento culminante, cuando al fin confirmaron en medio de temblores que no merecía la pena vivir si no era juntos. ¿Acaso no eran un solo cuerpo, un sueño único?

El mundo comenzó a cambiar en el instante en que sus labios se separaron. Él lo hizo para respirar un poco y volver a verla, en tanto que ella pretendía seguir, respirar a través de él y quedarse a vivir allí, en el beso.

Por la mañana uno quiso salir a ver cómo era el paisaje, admirar el mundo que les rodeaba, en tanto que el otro se preocupaba de otra cosa: ¿No tenían todo un pasado que contarse y ponerse al día?

Más tarde difirieron en si casa o ático, y en si mejor cine que teatro, el domingo por la tarde, o al revés, y en ese caso en si acción o con subtítulos, y en si chino o italiano para cenar. El uno pretendió entrar en política -«algo habrá que hacer, ¿no?»-, en tanto que el otro lo juzgaba una pérdida de tiempo. Uno creía en el pueblo, y el otro también, aseguraba, «pero a condición de no tener que soportar a la masa».

Hasta ahí, todo era más o menos conocido y no otras cosas habían separado a sus padres sin que corriera la sangre. La diferencia de verdad se produjo con los primeros ordenadores y con los móviles más tarde. Porque uno de ellos se convirtió de inmediato a la nueva religión, y eso comenzó a crear entre ellos diferencias insalvables, a cuyo lado las de vegetarianos contra carnívoros, taurinos contra anti taurinos y psicoanalistas y conductistas parecían diferencias de matiz entre  filósofos.

Aunque ¿creaban esas diferencias o ya estaban allí desde siempre? Pues el uno pretendía seguir leyendo como siempre, en papel, y de izquierda a derecha, en tanto que el otro ya no era capaz de leer más que pinchando, en desorden, según ataques epidérmicos que nadie podía prever aunque de inmediato hubo un millón de personas intentándolo: Quien lo consiguiera pasaría a engrosar el pequeñísimo club de los mega millonarios sin canas.

Y de ahí surgió de inmediato la gran, la enorme diferencia que se plantó entre ellos como una Gran Muralla China: el uno quería viajar, y a ser posible lejos, y el otro pensaba que para qué, si ya todo -esto es, Todo- estaba al alcance de un par de clics, y además sin necesidad de pasar calor, ni frío, ni huelgas de controladores aéreos en esperas de aeropuerto.

O sea que la vida entre ellos fue cambiando: Con un fondo de música de película el uno preguntaba a voces desde la cocina si tinto o blanco para la cena, y el otro le respondía con un Whatsapp: «Diet Coke». Después de una copa a dos de vino, el primero pretendía sonreír, para ir creando ambiente, pero su sonrisa no encontraba puerto pues el otro estaba embebido en un chat colectivo y no podía perder el ritmo de las respuestas, que se producían cada minuto y medio.

A veces, uno quería salir a bailar, y el otro también, pero a condición de que fuese como en los concursos de baile de la tele en los que la gente baila como si se hubiese tragado un palo. «Ahí es donde se aprende», creía. Y los veía todos pues profesaba la fe de aprender todo el tiempo, sustancia que a medida que avanza se va volviendo avara y hasta mezquina, y no regala ni una gota, un minuto.

Y así, hasta que, como estaba escrito, llega el día inevitable en que tropiezan en un espejo auténtico, no de los que le hacen la pelota al que reflejan para hincharle el ombligo, y se dan cuenta de que entre ambos median 30 años de diferencia.

¿Pero quién de los dos es el mayor? No está tan claro.