Cuando menos se lo esperaba se ha encontrado en la calle. Es cierto que hoy en la calle se puede encontrar casi todo el mundo -casi, porque con algunos es definitivamente imposible imaginarlo-, pero en su caso a él ni se le había ocurrido. ¿En la calle después de haber sido reconocido y saludado como un héroe tantas veces y por tantos?
Aunque «encontrarse en la calle» puede prestarse a confusión. Suena a policías o ujieres de un banco hipotecario, armados de tenazas, forzando el candado de tres duros de una puerta para echar al frío a una anciana que no ha podido pagar una letra de 100 euros. (¿Truculento? ¿Melodramático? Lea el periódico). Y no es el caso. Que nadie piense en esbirros de la Gran Banca cogiendo a alguien del cuello y el cinturón para arrojarlo a un callejón oloroso a pis de gato.
Ha sido, es más sutil que eso.
¿Qué fue lo primero? Difícil elegir entre toda esa gente que ya no cruzaba desde el otro lado de los cocteles para venir a darle la mano y los progresivos «está reunido» que le comenzaron a saludar en no pocos teléfonos cuando llamaba para hablar con alguien que, quizá, le pudiese ofrecer trabajo. De pronto, un día, todo el mundo comienza a estar reunido para alguien. Y nadie de todo ese todo el mundo pone la cara. Para eso tienen secretarias entrenadas en silencio en las Altas Escuelas de Dirección.
¡Pero cómo! ¿También a él…?
Sí, también.
Y eso por no hablar de los correos sin respuesta. Hubo un tiempo en que una no respuesta a una carta, una nota, suponía o la ruptura de relaciones (y la devolución de las demás cartas, anudadas con una cinta de terciopelo) o un duelo al amanecer en el Parque del Oeste bajo la nieve. Pero hoy la no respuesta es una respuesta prevista -la más usada, quizá-, y no importa el número de ofendidos. De coroneles que no tienen quien les escriba.
Todas esas no respuestas en el correo y y todos esos «está reunido» no son más que las autorizaciones para que otros se den el lujo de rechazarle. Ya se sabe: lo de las ratas y el barco. El fabricante de tintas se las niega, y no importa lo fiel que haya podido ser a ellas durante décadas, haciendo famosos los colores de su uniforme único. Ahora, le dice a modo de excusa, apenas puede fabricar las que necesita la gran industria electrónica. Hay muy pocos tableros y casi ningún taller de dibujo, como no sea el del Círculo de Bellas Artes, pero allí sólo dibujan a gente desnuda y por alguna razón la gente no quiere héroes desnudos. Tampoco encuentra quioscos amigos, y Carmen, la quiosquera inteligente de la calle Concha Espina, le explica que no es nada personal y que bastante tienen con intentar sobrevivir vendiendo diez periódicos menos cada día (300 cada mes, 3.650 cada año).
¿Pero y los lectores?, pregunta. Está inquieto y hasta lleno de vida. Todavía no puede hacerse a la idea, como no se la hacen tres de cada cuatro sentenciados.
Bueno, los lectores se han pasado a los WhatsApp, porque es el trending topic global, y también a las instrucciones de uso de las nuevas tabletas, que ahora miden los latidos de la sangre y te dicen cuánta lluvia caerá dentro de cuatro días en el patio de tu casa. Muy prácticas informaciones con las que nuestros abuelos ni soñaban y que por lo visto son la sustancia de la nueva felicidad.
¿Y ni siquiera el dibujo importa? Aunque no lean, antes muchos niños se iniciaban en la lectura viendo primero los dibujos y luego, cuando ya los tenían muy vistos, por pura curiosidad se ponían a averiguar qué podían decir los globos con las palabras dentro.
Pero no. Aparte de que habría que revisar la importancia de la letra, que está sobrevalorada, lo que está claro es que leer globitos en un comic es primitivo, arqueológico, casi prehistórico. En las series de televisión, dobladas a todos los idiomas, ya no es necesario. Y además, ¿será preciso decir que las series están mucho mejor hechas que los dibujos, por bien hechos que estén los dibujos? ¿Es urgente explicar la obviedad de que una imagen hecha por ordenador será siempre superior al dibujo de un lápiz humano?
El héroe lleva semanas de mala alimentación y varios días de hambre, hambre real, de la capaz de morder pieles de plátano, y lo cierto es que ya no tiene ni colores y está dibujado a línea y en blanco y negro. No le queda más remedio que aceptar que tal vez ha llegado el momento de su jubilación. Decide pues buscar una residencia de ancianos para héroes de cómic que ya nadie lee.
Lo que todavía no sabe es que las residencias de ancianos para héroes de comic fueron las primeras en caer con la Crisis, que en primer lugar y como causa de todo lo demás fue de educación, imaginación, ideas. Y hoy en día son algo tan remoto e improbable que nadie acepta ni siquiera creer que existieron alguna vez.