MIRADA SORELA

¡Todo es tan interesante!

Apartado: Diálogos, entrevistas e invitados

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UNA MUJER EMPEÑADA EN CRUZAR LAS FRONTERAS DE LOS GÉNEROS. ENTREVISTA CON SUSAN SONTAG

Ilustración: p.S.

Susan Sontag

El desvío como estrategia

En calidad de autor ya me habían hecho unas cuantas entrevistas en mi vida cuando entrevisté a Susan Sontag, y nunca me sentí, ni de lejos, tan entrevistado como con ella. Tal y como cuento, disponía de una hora, en una rueda de entrevistas sucesivas con motivo de su visita a Madrid, y habían pasado veinte minutos cuando tuve que interrumpir su catarata de preguntas sobre quién era yo, y dónde había aprendido inglés, y por qué mi familia… etcétera, y decirle: «Escuche: usted es la entrevistada y yo el entrevistador, y más vale que nos pongamos a ello porque si llevo una entrevista a mi mismo me arriesgo a que me echen del periódico», o algo así. Susan Sontag soltó entonces una gran carcajada de mujer voraz y sólo así pude entrevistarla.

Y entonces me encontré con otro problema inédito. Y es que cada respuesta merecía una entrevista especializada. Es norma elemental de cualquier entrevistador el llevar preparada una lista de preguntas, a la espera de la primera respuesta interesante, si se da, y seguir por esa senda más interesante. Y es rara la entrevista en que el entrevistador atento a la respuesta prometedora no haya tomado por lo menos un desvío, donde suelen estar la entradilla y el titular. Pues bien: con Susan Sontag el desvío se producía en cada respuesta. Eran tan sorprendentes, tan independientes y, sobre todo, tan inteligentes, que me quedaba medio atontado y tenía que usar de todos mis reflejos para no seguir sólo por esa senda que ella convertía en muy prometedora -y podía ser la pintura del sur de Italia, por ejemplo-, y pasar a los otros muchos temas que se ofrecían, a la vez que lamentaba haber perdido veinte minutos permiténdole a ella sonsacarme a mí.

Para entonces Sontag ya había pasado su primer cáncer y escrito su Illness as a metaphor (La enfermedad como metáfora), del que me regaló un ejemplar (no dedicado, por supuesto). Y sin embargo, cuando días después me encontré con la antigua actriz que le habían puesto como guía para acompañarla por Madrid durante su visita, me dijo que, después de las intensas visitas al Prado y a los tablaos flamencos, exprimidos por Sontag en su viaje, había tenido que guardar cama, agotada.

Mi entrevista se desarrolló de nueve a diez de la mañana. También me enteré después de que el periodista a quien le tocaba el turno siguiente había sido expulsado con el comentario de que ella no había venido para responder preguntas estúpidas… y con él terminó la rueda de entrevistas.

Y un testigo me contó el comentario que le había hecho sobre mí a mi director, en una cena. Por lo visto sus intensas preguntas en veinte minutos no habían sido por completo inútiles, y ya había logrado construir toda una teoría.

 

«Detesto ser una marginada»

Susan Sontag llega puntual a la cita, se sienta y comienza a hacer preguntas, y hay que detenerla, pues la entrevistada es ella. Como buena periodista, hila a partir de un acento o el color de un mueble, y profundiza con la tenacidad y sistema que caracterizan, con una muy diversa curiosidad, su pensamiento. «¡Todo es tan interesante!», exclama, y los ojos le brillan; también pueden sonreír con ironía, o ennegrecerse de cólera, lo que según su editor es signo de confianza. La cólera le llega no sólo cuando habla de la política de su país -que describe sin ninguna autocensura-, sino también de la cultura oficial norteamericana. «La desprecio», dice; pero añade: «Tengo el corazón roto por ello. Detesto ser una marginada».

En un encuentro previo, Sontag ha explicado que existen dos tipos de escritores, los que hablan de su obra y los que no lo hacen, y que ella pertenece al segundo grupo. En realidad, su pudor es más grande: la autora de Sobre la fotografía elude cuando puede las fotos, que nunca toma, no lee las críticas que hacen sobre ella ni tampoco las entrevistas, pues le parece que «no han sido escritas para mí. Tengo la impresión de que me falsifico cuando hablo de mí misma. Mi lenguaje es la escritura, y no hablo de la forma como escribo. Hablar de lo que uno escribe es un nivel inferior de comunicación».

En los últimos meses, Sontag ha trabajado en un estudio sobre la pintura holandesa, sus recuerdos de Thomas Mann, al que conoció de joven en California, la conferencia que dictó el jueves en Madrid en un ciclo sobre el cuerpo, un ensayo sobre la imagen del Vesubio en la pintura italiana del siglo XVIII, el viaje de André Gide a la Unión Soviética en 1937 y un ensayo sobreTristán e Isolda que deberá publicarse en el estreno de esta ópera por la primera y nueva Opera de Los Ángeles. Gran aficionada a Wagner, tenía varias ideas sobre el músico, pero para ordenarlas en 12 folios ha empleado cerca de tres semanas.

Es difícil definir a Sontag, pues su variedad de intereses la ha hecho viajar no sólo por varios géneros literarios, principalmente el ensayo (La enfermedad y sus metáforas, Contra la interpretación), la novela (El benefactor, Instrumental de muerte), el relato (Yo, etcétera) o el periodismo (Viaje a Hanoi), sino también por el cine (Duelo de caníbales, Hermano Carl, Tierra prometida).

Escindida durante mucho tiempo entre el ensayo, que vivía como trabajo, y la narración, como placer, la búsqueda de Sontag se centra ahora en una narrativa que permita la idea. Una preocupación, como se ve, más propia de la tradición narrativa europea que de la americana, donde los géneros tienden a separarse con un cuchillo afilado.

Esta lista de intereses puede dar una imagen de confusión, pero no debe. «Me gusta ver adónde se llega», dice Sontag sobre sus muy varios intereses; siempre se llega a alguna parte». La escritora recibe como un niño la propuesta de una idea: «Digo ¡Ah! Juguemos».

No son escritores

A sus 54 años, Sontag vive en un minúsculo apartamento con aspecto de librería en el borde mismo del Village, el barrio oficialmente bohemio de Nueva York, en las primeras calles de Manhattan. Y no vive en el centro mismo del barrio porque no dispone del dinero suficiente. Una confesión sorprendente para quien sepa de su decena de obras, traducidas a varios idiomas.»Prácticamente nadie vive de la literatura en Estados Unidos», dice, y cuando se intenta corregirla y se le mencionan los cientos, quizá miles, de autores que sí viven de ella, ése es uno de los momentos en que se le oscurece la mirada. «No hacen literatura», dice sencillamente. No tiene nada en contra de que la gente se distraiga, explica, pero esos escritores -y entre ellos incluye a una Agatha Christie por ejemplo-, no tienen nada que ver con la literatura. «No son escritores sino productores de objetos de consumo».

Sorprende la primera vez que uno escucha a Sontag proferirlo que algunos ahora considerarían blasfemia. Por ejemplo, meter a Dashiell Hammet o James M. Cain, dos grandes grandísimos de la novela negra -según los pontífices del género-, en ese inmenso purgatorio de lo que no considera literatura. Estos dos autores son otra prueba de lo que Sontag llama «esnobismo de intelectual europeo». Según ella, se ha creado un gigantesco mito en torno a la América de los años cuarenta, después de que André Gide, seguido por Albert Camus y otros, aclamara a Hammet como el «mejor escritor norteamericano de su tiempo».

Casi todos los que ella considera escritores viven en Estados Unidos de dar clase en las universidades o, como ella, de dar conferencias. En su opinión, «los autores serios no pueden ganar dinero». Ella no da clases -las ha dado- porque «desaparecen en el aire», explica vagamente. Si tuviera dos o tres vidas es posible que dedicara una a enseñar. Pero sólo tiene una. Escribe en revistas de prestigio que no pagan demasiado bien, y sus libros tienen éxito de crítica pero no suman grandes tiradas. «No estoy interesada en el dinero», dice Sontag; «me gustan las situaciones que respeto».

Es evidente en ella un sentido casi atlético de autoexigencia, y una incapacidad para el pacto. Por ejemplo, no se presta a hablar por televisión. Por ejemplo, vive en Nueva York, ciudad difícil y no muy cómoda si no se tiene dinero; «pero es bueno vivir incómodamente», murmura para sí como en una reflexión estoica. Sus ingresos principales provienen de sus conferencias.

Nueva York

De todas formas, esta escritora que conoce Italia, Francia y Suecia como sólo puede conocerlos un residente, no un turista, prefiere de todo el mundo Nueva York para vivir. Y lo que más le gusta de Nueva York, dice, es la multitud de extranjeros y que sus amigos europeos terminen siempre por visitarla.Parece contenta en España, adonde vuelve con cierta constancia. Ella dice que España es «uno de los pocos países en donde no te sientes triste. Aquí no te dejas caer en el asiento (amaga el gesto) haciendo uff (suspira)». Entonces Sontag coge la oportunidad y ya no desiste de hacer las muchas preguntas que se aguanta desde el comienzo, entre otras cosas porque no le gustan las entrevistas y le gusta hacer como si fuese una charla normal, le encanta charlar. Además tiene gran curiosidad por confirmar, desmentir, matizar la infinidad de ideas que le han crecido desde que llegó en un avión de madrugada. «¿Es cierto que…?»