MIRADA SORELA

Premios y respeto

Apartado: Siete años de Blog

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p.S
Proust y Tolstoi, que nunca obtuvieron el Nobel a la mejor película extranjera.

Comienza la «temporada de premios» -así la llaman ya, como si fuese una temporada de rebajas o una Feria de Abril cualquiera- y los periodistas de Espectáculos se disponen a disfrutar de sus vacaciones: los premios les harán el trabajo. Ya no tendrán que investigar, ni salir al invierno a buscar la noticia, ni entrevistar a nadie, ni hacer preguntas ni hacérselas a sí mismos… ni siquiera tendrán que pensar. Por no tener, ni siquiera deberán ver las películas o leer las novelas: bastará con repetir lo que les vayan diciendo los jefes de bancada. Que a veces, como ocurría hace años, según me aseguraba un testigo, han visto la película en algún festival en un idioma que no hablan.

Ahora ya no es necesario haber acudido a los festivales de cine. Ahora lo importante es saber cuántas candidaturas ha conseguido la película en la competición por los Globos de Oro, los Oscar, los Goya, los César, etcétera, y qué actores o actrices han bailado en las fiestas y publicidades que se organizan en torno y en los que las productoras invierten más de la mitad del presupuesto. Más todavía, lo importante -porque eso será lo que salga en la red- es de qué payasada, caída, vomitona o mugido triunfal ha sido protagonista el galardonado de turno en la entrega o la celebración. En fin, perdón por recordar todo esto, que es muy obvio.

Lo cual no tendría mayor importancia y sería una caseta más de la feria de las vanidades de no ser porque de alguna manera revela algo de consecuencias mucho más hondas: y es que, por alguna razón, a mayor crecida de premios, mayor y más evidente la ausencia de crítica y críticos. Cuidado: por crítica entiendo algo distinto a esas notas avaras que aparecen en los periódicos que aún  se toman la molestia, contando el argumento de la película o el libro y clasificando al autor en función de su carrera de premios. A su vez, y no es esta la primera vez que se dice, esa sequía de crítica es directamente proporcional al nivel educativo del país. Y no hace falta quebrarse mucho la cabeza para sacar conclusiones si se sabe que todos y cada uno de los últimos gobiernos han marginado la filosofía y el pensamiento crítico de colegios y universidades para favorecer las ciencias exactas y económicas que nos habrán de sacar de la crisis y la pobreza. Algún día. Nada tan revelador de esta crisis como el que haya bastado la recomendación de un libro por el dueño de Facebook para que cientos de miles de personas lo hayan agotado (y no digo que sea malo) en todos los formatos. Un nuevo gurú que un par de días antes había proclamado su entusiasmo por el descubrimiento de la lectura de libros.

Pero a mí los que me preocupan no son, ni los actores que celebran o dejan de celebrar premios, ni los productores que pierden su dinero si no los reciben, ni la cuenta de resultados de las agencias de relaciones públicas. Ni siquiera «preocupar» es la palabra. Es más bien «hipnosis». A mí los que me hipnotizan somos todos los demás, que acudimos o dejamos de acudir a ver una película en función de unos premios que no sabemos cómo se conceden, como los Oscar, y cuando lo averiguamos -no es ningún secreto- perdemos el respeto y aún así obedecemos en masa. Es algo que me produce una inquietud que va en aumento y que no consigue amansar ni la rutina de la corruptela, ni la aceptación generalizada. «Qué más da: si todo el mundo lo sabe», me contestó el director de un diario de referencia cuando protesté porque el diario se prestase todos los años a informar con amplitud y complicidad de un premio cuyos amaños, como decía él, conocía todo el mundo.

A veces me preguntan si, como escritor, no creo en los premios. Claro que creo, respondo de inmediato. O creería si conociese alguno que me inspirase respeto.