MIRADA SORELA

Lo difícil es viajar

Apartado: Siete años de Blog

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Groenlandia: paz y apabullante naturaleza.

En estos días he recibido una carta de alguien con quien en su día viajé bastante y, recordando mientras le respondía, me he dado cuenta una vez más de que en este cuarto de siglo el mundo ha cambiado hasta volverse en algunos aspectos casi irreconocible, y no sólo porque entonces nos escribíamos a mano, en papel y con pluma, y la carta que he recibido ha sido electrónica. De todo lo que ha cambiado del mundo que compartíamos, lo que más ha cambiado ha sido lo que más compartíamos: el viaje. Pues vivíamos en países distintos y nos reuníamos, casi siempre en un tercer país, para viajar juntos. O si se prefiere, lo que ha cambiado es la idea del viaje. O mejor aún, el viaje posible.

«He viajado no poco», ha escrito uno de los dos, como en un intento de averiguar si seguíamos compartiendo el mismo lenguaje, y el otro ha respondido: «yo también». Y sin embargo, pese a que estoy seguro de que entre los dos podríamos reunir más viajes que el matrimonio de una tenista con un piloto de Fórmula 1, yo me he limitado a citar algún país árabe, alguno asiático, y ella solo ha mencionado Groenlandia, adonde por lo visto la lleva ahora su trabajo con regularidad: pero la menciona, explica, por «su extraordinaria paz» y su no menos «apabullante naturaleza». Esto es, ninguna de las razones eléctricas del viajero sino algo que se ha vuelto raro de ver como son «la paz» y «la naturaleza».

En España vivimos la época de Erasmus, de la juventud obligada a emigrar en busca de trabajo, y de cierta clase media que ahora va a Vietnam o Tailandia de vacaciones como antes iba a Gandía o a Sitges, pero sin embargo nunca he vivido una época tan ajena al viaje, tal como lo entiendo, como la actual. Baste repasar los viajes que hicimos juntos con mi amiga, y que fueron todos por la Europa más clásica. Pues bien, en aquella época París, Londres, Atenas o Sevilla todavía guardaban sorpresas, incluso para un viajero veterano, en tanto que ahora esas ciudades  han convertido sus almendras centrales en parques temáticos. No es preciso ir a Barcelona o Venecia para ver hasta dónde puede llegar esa broma de pésimo gusto. Baste lo que parecía imposible, y es ver cómo el barrio artista e intelectual de París -que lo era, y parecía eterno- ha cerrado librerías, el lugar mismo de las sorpresas, y bistrots legendarios para entregar esos espacios a las franquicias de moda que uniforman el mundo.

Hablamos de viaje más que nunca pero el viaje es más difícil que nunca. ¿Cómo escapar en África al turismo de ONG o al de safaris fotográficos que hacen que hasta los leones del Serengueti sufran de estrés por falta de soledad? Inténtelo: puede ser una prueba más difícil que un decathlón. Cómo remontar el Nilo en algo que no sea uno de los mini cruceros que equivalen a cadenas de montaje turístico. Cómo visitar la Gran Muralla escapando a los tres o cuatro desfiladeros donde vendedores de jade emboscados esperan a los viajeros. Cómo visitar el Partenón oscurecido por turistas como moscas, cómo recorrer el Egeo si no es como un moderno vikingo semi desnudo de piel enrojecida, cómo escapar en el desierto a las jaimas de cinco estrellas, ambiente bereber enlatado y «boogeys» conducidos por domingueros recorriendo los bordes del Sahara. Hasta la peregrinación por entre las tumbas funerarias en llamas de Benarés se ha convertido en un circuito turístico. Territorios que hace dos décadas eran todavía inexplorados, como buena parte de Asia, y eso es lo que los hacía fascinantes, han sido colonizados por la industria del turismo, de la que tan orgullosos y esperanzados estamos en España (lo que a cuenta del turismo le hemos hecho a las costas no importa), y pasar la Navidad en Hanoi implica tener que tragar con restaurantes con ciervos y camareros vestidos con gorritos de Papa Noel. De modo que el viaje, uno de los impulsos más naturales e inevitables que existen, se ha transformado de aventura posible, al alcance de quien tuviese el valor de partir, en una nueva utopía: Lo difícil se ha vuelto hacer un viaje que todavía merezca el nombre.