MIRADA SORELA

Crónica de un instante

Apartado: Siete años de Blog

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Lo que no sabe es que llueve con fuerza sobre Madrid y va a mojarse.

«Tiene manos bonitas», piensa mientras las ve por el rabillo del ojo en la penumbra del teatro, aunque más que «bonitas», se corrige, son «femeninas». Sólo las manos femeninas se quiebran así por la muñeca, como en un paso de ballet, para reposar sobre la falda. Y como obedeciendo la orden de su fuerza mental, las manos se levantan y, con gran cuidado para no hacer ruido, abren un bolso, sacan una pequeña caja de metal con bolitas de menta y, con el gesto más lento y leve posible, le ofrece. Acepta, claro, ¿como no hacerlo?

Sobre la escena del pequeño teatro alternativo, tres actores representan una de esas obras en principio off y sin embargo tan características: desnudos gratuitos, actuación vehemente, desolación, soledad y mucha corrección política. Y mientras se cambia una y otra vez de vestido, la actriz se esfuerza en su actuación y a la vez hace fuerza para que acabe. Tiene una cita para cenar pero todavía no le han dicho dónde. Confía en que mientras ella actúa, el mensaje con el lugar de la cita le haya llegado a su móvil dormido. Lo que no sabe es que afuera llueve con fuerza sobre Madrid y que va a mojarse.

Del mismo silencio de móviles disfruta una chica que, al regreso de Dusseldorf, vuela ya sobre los Pirineos. Le ha estado lloviendo en Alemania todo el fin de semana y, mientras lee El mundo de ayer, Memorias de un europeo, de Stefan Zweig, tiene muchas ganas de llegar al seco Madrid, donde se imagina que cuelga, sola y altiva, la luna llena que corresponde a esa noche. Sin saber que en Madrid llueve esa noche más que en Alemania, tiene ganas de llegar cuanto antes para recuperar la rutina del cielo azul, el frío seco.

Y aunque ya en Madrid, quien no se entera de si llueve o cuelga una luna sobre el habitual cielo desierto de Madrid es este otro profesor que acaba de llegar hace unas horas de Estados Unidos, tras un mes en una universidad, y no se entera porque el jet lag le arrolla ya como un tren de mercancías. Aunque hace horas que se duerme por las esquinas, quiere retrasar la hora de irse a la cama para así despertarse mañana ya enchufado al horario español, que por otra parte tiene de origen dos horas de desfase.

A kilómetros de allí, en un pueblo de La Mancha, pero muy cerca en el caso de que se mirase desde el avión de la joven lectora o el del profesor, una mujer se cura una gripe mientras en medio de la soledad castellana ve una película sobre una aviadora de los tiempos heroicos. Es su forma de salir de la cama y volar. De curarse también.

No lejos del teatro, un estudiante de periodismo se sienta frente a su ordenador para cumplir con un ejercicio de estilo: Se trata de escribir un diálogo del que se desprenda una historia. «Como en el teatro», ha dicho el profesor.

Y de nuevo en el teatro, la mujer que ha ofrecido una bolita de menta coge otra para sí, cierra la cajita procurando que el cierre no haga ruido pues en ese teatro de bolsillo cualquier cosa suena demasiado, guarda la cajita y vuelve a quebrar sus manos sobre el regazo como si nada hubiese sucedido. Ve algo en la obra que nadie más ve y se ríe por lo bajo. Afuera sigue lloviendo y algo de esa lluvia se alcanza a oír en el interior del teatro. «Nos vamos a mojar», piensa, pero a ella no le importa porque se ha traído una capa con capucha por la que no pasa el agua. Y además mojarse o no es lo que menos importa esa noche.

Esa es la crónica de la esquina de un instante en Madrid una noche de diciembre de 2014. Un instante jamás vivido antes en toda la historia de la ciudad y que jamás se repetirá.