Lo más alarmante del debate sobre la educación en España es la casi falta de ese debate en lo que de verdad importa, y en todo caso el desconocimiento general, cuando no tergiversación, sobre la realidad educativa. Baste mencionar la muletilla generalizada de que «esta es la generación más preparada de la Historia», que suena a sarcasmo para cualquiera que se haya acercado a un aula universitaria española: Al menos en las facultades de Ciencias Sociales o Humanidades (no veo por qué en las de Ciencias y en las carreras técnicas la situación sería mejor), no sólo las carencias darían para llenar bibliotecas enteras de antologías del disparate, como siempre y en todo lugar, por otra parte, sino que se detectan limitaciones de verdad preocupantes por su trascendencia en el tipo de sociedad que nos damos. Y en concreto serias limitaciones en dos talentos cruciales: la capacidad de abstraer o pensar ideas; y la capacidad de imaginar. De imaginar de verdad, no simplemente traducir a otros nombres y escenarios la propia realidad del joven. Y ello con independencia de la inteligencia de los alumnos, que como sucede con los jóvenes, suele ser alta.
Y sí, no parece que sea muy difícil encontrar las causas de tan alarmantes carencias: sin duda alguna, y en buena parte, un menosprecio evidente de las humanidades, y en concreto una postergación cuando no supresión de la filosofía y la literatura. Baste mencionar que la literatura se enseña en los colegios en la misma asignatura que la lengua, con la evidente priorización de ésta por ser, a fin de cuentas, la más práctica. El resultado es que los alumnos españoles de hoy no saben -estos son ejemplos reales de aulas enteras- quiénes eran María Zambrano, Azorín o los caballeros de la Mesa Redonda. Según mi experiencia, estudiantes españoles con buena nota de acceso llegan a la universidad sin tener algo parecido a un comienzo de formación en literatura, redacción o filosofía, y padeciendo una dolencia intelectual que yo llamo la literalidad.
Todo esto no pasaría de ser la habitual jeremiada de algunos profesores o viejos propensos a quejarse del presente comparado con el pasado, pero lo cierto es que se trata de algo en verdad alarmante. Pues sucede que son las capacidades de abstracción y de imaginación las que definen al ser humano, y que de ellas está hecha la libertad.
(Publicado en la revista «21», agosto 2013)