MIRADA SORELA

Las selección o cómo nadar entre las ausencias y el ruido

Apartado: Sastrería

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Hélio Oiticica, Metaesquema, 1957
La selecciontología comienza a ser una de las logías centrales de nuestro tiempo.

Sastrería

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Dicen que vivimos en el más globalizado y mejor de los mundos pero habría que saber qué entienden por tal: porque quizá signifique que las mismas gafas de sol uniforman a ciudadanos de ciento cincuenta países… pero al tiempo sea difícil, muy difícil encontrar, digamos, Los demonios, de Dostoievski (caso real). Y por Los demonios, Las metamorfosis, de Ovidio, aludo a esos clásicos que nuestros padres daban por indiscutibles y suponían en las lecturas o al menos las referencias de cualquier persona culta, y que ahora son muy difíciles de encontrar, entre otras cosas porque sólo con generosidad se puede decir que las mejores librerías tienen un verdadero fondo; por lo general, ese fondo está bastante cerca de la superficie de la novedad.

Si lo prefiere, hablemos de música. Nada tan melancólico como entrar en las tiendas de música clásica (y de otros tipos), donde casi sólo quedan los restos de algo viejas grabaciones, y suerte si no tienen polvo. O de cine: le desafío a encontrar de una forma más o menos ortodoxa los clásicos del cine que no sean los obvios de Hollywood, pues a estos las cadenas los repiten una y otra vez -porque van en los «paquetes» vendidos por las Grandes Distribuidoras (los que de verdad cortan el jamón)- hasta sacarles brillo. O sea que, «globalización al alcance de todo el mundo», según de qué se trate, y cómo.

Y sin embargo, no es fácil que a ningún contemporáneo medianamente conectado se le ocurra que le falta información, pues la impresión que tiene es que la Información es un monstruo orwelliano que se le mete en la cama, en la pasta de dientes y hasta entre las cerezas del postre, y no le deja vivir. No le falta razón: eso es exactamente lo que pasa. Ya es un lugar común aludir a ciudadanos avasallados y hasta secuestrados por la información, los medios, las redes y el Gran Google, que algunos jóvenes comienzan a asociar con Dios o al menos la Biblia, donde están todas las respuestas. Hasta el punto de que ha pasado a primer término la urgencia de algo que antes era tan sólo una posibilidad: la selección.

Si se mira de cerca, es posible que eso sea lo que se negocia en estos tiempos. La guerra de los medios digitales contra los escritos en papel es, entre otras cosas, la renegociación del orden de lectura. Que se realiza cada vez menos «en orden». Ya sería muy discutible decir que el lector de prensa lee casi siempre de izquierda a derecha y de arriba abajo, y primero lo segundo que lo tercero: Internet y la multiplicidad están haciendo saltar por los aires esas ideas que parecían tan inmutables o más que el principio de Arquímedes. Lo mismo sucede con los telediarios, que queremos leer a la carta, y hacia ahí vamos, y con todo lo demás. En literatura, todo ello comienza tener consecuencias vastísimas, que por eso mismo no caben aquí. Y para qué hablar del pensamiento.

Y la pregunta no es sólo ya «selección: ¿con qué criterios?», que eso era lo que negociaba la educación clásica -se formaba a la persona para que supiese elegir con criterio-, sino, antes que eso, «¿con qué técnicas?».

Pues sí es posible y hasta probable que Los demonios se encuentren en alguna parte, y hasta en más de una edición. Pero lo que ya no es tan evidente es saber que la lectura de ese libro puede ser crucial, y en particular en España: casualmente, el libro de Dostoievski fue uno de los primeros que pensó sobre el terrorismo moderno -los «endemoniados» de los que habla son terroristas-, y ahí se encuentran no pocas reflexiones que podrían estar en el centro del debate español. O sea que el problema no es que el libro exista o no. Es que el interesado sepa encontrarlo. Y más aún, que -entre un ruido tremendo, por lo general estridente e insignificante-, llegue a conocer que existe ese libro y que a lo mejor le interesa. Más aún, que consiga encontrar un orden de prioridades que le ahorre la gigantesca pérdida de tiempo acumulada en el consumo de toda esa supuesta información, puro plástico, no reciclable. Y claro que ocupa lugar en el cerebro: montones y montones de células muertas para hacerle sitio. Llegará el momento -seguro- en que la simple idea de buscar un libro en una biblioteca, y no perteneciente a la lista de éxitos de la temporada, le parecerá un trabajo de especialistas. De arqueólogos.

La selecciontología comienza a ser una de las logías centrales de nuestro tiempo.