Sastrería
No entiendo muy bien por qué se alude a la vía indirecta como una excepción, un camino secundario para narrar, cuando vivimos en ella. Todas las vías son indirectas, y comienzo a pensar que no sólo en literatura. Se habla del roman à clef como de la novela que alude a personas reales, escondidas bajo la máscara de este o aquel personaje, cuando lo cierto es que es difícil encontrar en toda la historia de la literatura a un personaje que no aluda a seres de carne y hueso y sucesos reales, incluso en los casos más misteriosos: los hermeneutas no terminan de comprender todas las implicaciones del Sueño de una noche de verano, una de las últimas «obras problemáticas» de Shakespeare, pero mucho parece sugerir que se trató de una obra escrita para una única representación en una fiesta elegante en el Londres de la época, las bodas de la madre del conde de Southampton, y que las múltiples alusiones simbólicas eran guiños de salón dirigidos a este o aquella, y no forzosamente con buenas intenciones. Puck, el simpático duendecillo con orejitas de venado, podría muy bien haber sido algo más terrible. Y el jardín supuestamente idílico de la obra puede ser visto como un Paraíso, un Purgatorio… y aún más abajo.[i]
Y en un libro excelente, que compré claro está en una librería de lance, Lucila Inés Mena demuestra que todas y cada una de las anécdotas realisto-mágicas de Cien años de soledad responden a sucesos reales, lo que por otra parte es coherente con la formación marxista de su autor y a su idea de lo que es la imaginación. La falsa y mixtificadora, piensa GM, es la «fantasía», la que inventa sin asideros, como los dibujos de Walt Disney. Y la que interesa es justamente la que se apoya en la realidad. Descubrir esa idea fue la que le permitió a Márquez salir de una concepción más bien estrecha y simple de lo real, cual era la marxista, e incorporar lo imaginario, los sueños, los deseos y las canciones, que también hacen parte de la realidad y del pueblo. No miente el escritor cuando dice en alguna parte que él jamás inventó nada. Tan sólo aprendió a formularlo en poesía, aunque no lo pareciera, como le enseñó Faulkner. ¿Y no es la poesía, esencialmente metáfora, la vía indirecta por excelencia?
Y no deja de tener gracia -aunque es muy típico de él-, que Stendhal amase las matemáticas con una pasión casi digna de Julien por Mathilde de La Mole (nada iguala la pasión de Julien) porque las matemáticas están lejos de lo «casi», de lo «à peu près», de lo «parecido» y de lo hipócrita. O si se prefiere, de la «vía indirecta»… aunque tengo entendido que en matemáticas también es posible esta. Stendhal, el más indirecto de los escritores, técnica que llevó al virtuosismo en su primera novela, Armance (escrita en 31 días). En ella habla de algo que no podía ni nombrar en los salones parisinos, y que le costó el amago de alguna calumnia, como era previsible, aunque una de sus amantes salió a poner las cosas en su sitio. ¿Qué? Será mejor que lea la novela (en Espasa en español), detesto contar peor y estropear lo que otros ya han narrado con muchísimo talento.
Nuestra época súbdita de la imagen tiende a creer en la literalidad que, en apariencia, se desprende de ésta: esa creencia patética en que «una imagen vale más que mil palabras», que ruboriza repetir. Y sin embargo, ¿hay alguna imagen que no quiera decir eso y mucho más? Y no me refiero a las geniales, como La familia de Carlos IV, de Goya -todavía no entiendo cómo el Rey no mandó fusilar al pintor que lo había retratado con tanta ironía republicana- sino a las más insignificantes: cualquier fotograma de las muchas horas de banalidad televisiva en España es tan reveladora o más sobre el estado del país y las causas de lo que estamos viviendo que cualquier informe alemán o belga lleno de cifras y flechas, informes muy limitados que pretenden resumir el estado de una sociedad en su producto interior bruto. En cambio, casi cualquier cartel de los exhibidos en la excelente exposición de la Fundación March sobre las Vanguardias Aplicadas nos hace ver la riqueza de la época -hace un siglo-, y todo lo que hemos perdido en imaginación y atrevimiento desde entonces, pese a los inventos de ordenadores personales y útiles «aplicaciones» que sin embargo no son capaces de emular su ingenio. Esos carteles son un documento de entonces e, indirectamente, también de ahora.
En esta época en particular alusiva, cuando parece más que nunca que hay que leer otras cosas para entender lo que dicen las que tenemos frente a los ojos -como siempre por otra parte-, ¿puede alguien decirme qué habla de otro modo que mediante la vía indirecta?