MIRADA SORELA

Las muchas fronteras de un texto

Apartado: Sastrería

Valora esta entrada:

Uccello pintó el trípico de La Batalla de San Romano para mostrar el escorzo del pequeño cadáver en primera línea

El marco

En principio todo texto cabe en un marco, de igual modo que todo paisaje ha de ser elegido por un pintor de paisajes y luego recortado para que quepa en el lienzo. Lo mismo hace un fotógrafo con el teleobjetivo: lo mueve para acercar o alejar lo que ve y de paso consigue un modelo más o menos grande. El marco es pues una limitación física, al menos en la pintura realista, y de ahí el viejo sueño de la vanguardia de quebrar ese marco.

En escritura, casi que se podría caracterizar a cada época por su concepción del marco: los griegos reclamaban que toda obra de teatro se desarrollase en un sólo lugar, para contar una sola acción y a ser posible en un tiempo determinado, que llegaron a fijar en un día y una noche. El periodismo todavía tiende a creer que toda se historia se puede contar contestando a las archisabidas cinco preguntas, tal vez seguidas de otras dos: por qué y quién lo dice.

Pero desde que los seguidores de Victor Hugo se vistieron de amarillo para ir a librar la «batalla» de Hernani, la obra de teatro que acababa con algunas convenciones clásicas (la batalla duró todas las noches de un mes, y cuesta entender cómo se podía entender la obra, con los abucheos de unos y otros), la noción de marco está en crisis. O mejor, de un único marco, y no sólo en el teatro. Hace tiempo que algunos periodistas comenzaron a notar que la aplicación de las famosas preguntas, y de sólo esas, podía conducir en ciertos casos a mentir, mentir legalmente, y que Picasso y los cubistas rompieron el plano de la mirada natural para buscar una más completa. Los ejemplos de tales rompimientos del marco son muchos y constituyen la historia de la modernidad… o tal vez de todas las épocas.

El Renacimiento sacó la pintura de la obligación de la temática religiosa, por ejemplo, y con la invención o el descubrimiento de la perspectiva cambió la visión del mundo: en Florencia la gente hacía cola para ver los frescos de Santa María Novella (otra iglesia) y contemplar cómo la gente «vivía» en la pared. Se dice que Uccello, que hablaba de la «divina perspectiva» y murió trastornado, montó el enorme tríptico de su «Batalla de San Romano» (una deslumbrante batalla, falsa como pocas, hoy en tres museos), sólo para poder mostrar en el primero el escorzo del pequeño cadáver situado al frente : un rompimiento del marco, en ese momento prodigioso.

La noción de marco, hoy muy amplia y variada -desde la geografía que abarca una novela hasta su ritmo interno- puede ser utilizado como medida de armonía… a condición de que no se caiga en el dogma y la mezquindad. Siempre recordaré la lección de generosidad e inteligencia artística que daba, en la universidad, el compositor contemporáneo Cristóbal Halffter al hablar de los grandes clásicos y desvelarlos. El cubismo, la dodecafonía de la Escuela de Viena, la fiebre de los pintores fauveEn busca del tiempo perdido, el imposible empeño de Paradiso, de Lezama Lima, un reportaje-libro de David Foster Wallace contando un torneo de tenis de segunda división en Illinois, los cuadros insolentes del expresionista Otto Dix o El secuestro, de Georges Perec, una novela escrita sin la «e» en francés, sin la «a» en su traducción española), proponen marcos distintos a los heredados, en obras por otra parte admirables. Igual que Picasso o que Beckett.

Bastante tiene hoy la escritura con pelear contra el marco menguante de «lo legible», esto es, vendible. Lejos estamos del descubrimiento del subconsciente por el sicoanálisis y el consiguiente desarrollo por las vanguardias del monólogo interior y hasta la escritura automática por los surrealistas. No hace un siglo de ello.