MIRADA SORELA

La reflexión frente al espejo

Apartado: Sastrería

Valora esta entrada:

La ópera de cuatro notas.

Cometario / La autorreflexión

Tarde o temprano a todo arte o artista le llega el momento de reflexionar sobre lo que hace. Es casi inevitable y no es forzoso que represente una prueba de madurez pues a veces se produce en la juventud, como cuando un García Márquez joven, bohemio y mal pagado reflexiona, en una de ellas, sobre cómo rellenar una columna de prensa. Los ejemplos son numerosos: Capriccio, de Richard Strauss, por ejemplo, una ópera muy hablada que plantea la disyuntiva de qué es mas importante, si la palabra o la música, dramatizada a través de un condesa dividida entre un poeta y un músico. O la sinfonía de los adioses, de Haydn, en la que los instrumentos de una orquesta van desapareciendo, lo que paradójicamente viene a subrayarlos. O la muy conocida Pedro y el lobo, de Prokofiev, eficacísima y muy utilizada iniciación a la música para los niños.

En todas las artes es fácil encontrar esa reflexión, y en particular en pintura, donde es casi inherente a toda gran obra, como por ejemplo Las Meninas. El lavatorio de los pies, de Tintoretto, donde la perspectiva portentosa va cambiando según el cuadro se mire desde la izquierda o desde la derecha. ¿Y qué hizo Picasso durante toda su obra, más que reflexionar? Como se ve en sus numerosos cuadros con el motivo del pintor y su modelo, en particular en la Suite Vollard, cima del dibujo y el grabado en el siglo pasado. En literatura lo primero que se viene a la mente es los Seis personajes en busca de autor, de Pirandello, o Niebla,  de Unamuno, pero también, por alguna razón misteriosa, toda la obra de Beckett.

Todo esto viene a cuento a propósito de la representación en los (muy incómodos) Teatros del Canal, en Madrid, de la Ópera de cuatro notas, ópera bufa de 1976 (aunque no la llamen así) que, sobre el fondo de cuatro únicas notas que se pretende parezcan infinitas, se hacen bromas, a veces divertidas, sobre las rivalidades entre los cinco cantantes de una compañía de ópera. Y durante la representación, la notable complicidad y risa fácil del público me hicieron pensar en por qué será que este agradece a los artistas cuando se bajan del pedestal, se burlan de sí mismos e intentan ponerse al nivel del más pedestre de sus espectadores. Es como si los habitantes de Atenas agradecieran que los dioses se bajaran del Olimpo y subieran al metro con ellos para sugerir que el talento es un bien democrático. Pero me da que como demostración no basta.