MIRADA SORELA

La naturalidad

Apartado: Sastrería

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Cortázar propugnaba escribir como en el jazz

Sastrería / La naturalidad

Hacia el final de su vida Cortázar defendió alguna vez la necesidad de escribir mal,  o al menos no empeñarse tanto en escribir bien, al tiempo que elogiaba la escritura de takes del jazz (algo así como improvisaciones, que es como se desarrolla el jazz auténtico), y que por propia naturaleza no suelen, salvo excepciones, ser la mejor ejecución posible. A cambio los takes tienen o se supone que tienen naturalidad, algo que no todos los jóvenes aprecian y que sin embargo algunos lúcidos terminan pensando que es lo que de verdad importa. Más aún: si algún artista maduro no lo aprecia, puede considerarlo como la prueba de que su tiempo ha pasado, sin que él forzosamente lo sepa.

Todo escritor, todo artista joven sabe desde el primer instante que debe preservar la naturalidad en la creación, y por eso desconfía de las escuelas, llámese Escuela de Bellas Artes, Máster de Cine, Taller de Escritura o Facultad de Filología. Y hacen bien en desconfiar pues si no cómo podrían defenderse de todos esos profesores que consideran que lo importante en literatura son las ponencias en congresos con notas a pie de página. Otros no desconfían y es probable que terminen pintando para vender en ARCO o escribiendo para «enganchar» y ganar esos premios que se negocian con los agentes literarios y salen en los periódicos.

Pero al tiempo no es posible eludir todas esas escuelas. No que yo sepa. ¿Es posible hoy un Rimbaud que todavía adolescente desvió el rumbo de la poesía de su tiempo con un poema llamado Les bateaux ivres?¿Es posible hoy el artista autodidacta que no ha pisado una escuela de Bellas Artes o no le han enseñado algo de informática para poder componer música? Pues confiemos en que sea posible pero también es altamente improbable. Y no dejo de recordar siempre a una prima mía, artista dotada, que ya mayor alguna vez me dijo que de lo único que se arrepiente es de haber pasado por la Escuela de Bellas Artes de Barcelona pues allí había perdido la naturalidad.

Así las cosas, y puesto que, al parecer, no queda más remedio que entrar en una Escuela de Tauromaquia para convertirse en torero, ¿cómo preservar la naturalidad?

No se crea, es una de las preguntas más difíciles con las que se puede enfrentar un artista, y adelanto la respuesta: No tengo ni idea. No me sorprendería que alguien propusiese hacer yoga o deporte, comer mucha fruta, leer, leer mucho o ver mucho arte (bueno), viajar, no temer ni al divorcio ni a la experiencia, la vida, dibujar para ver más y a lo mejor hasta escuchar mucha música (buena) y hasta tocarla. ¿Por qué no?

No tengo ni idea, como digo, y me inclino a pensar que ni siquiera hay unos caminos más recomendables que otros. (Confesaré que a veces, cuando una lluvia fuerte se esfuerza en romper las ventanas del tejado de mi casa, tengo la esperanza de que algunos de los relámpagos de la tormenta sean como GEOS del arte, que se descuelgan por entre las nubes grises, para sacudir mi desidia y recordarme que la escritura, o es tormenta -«la que cambia el paisaje»- o no es).

Pero a cambio sí tengo algunas ideas -intuiciones, más bien- de lo que, con independencia de si se ha ido o no a una escuela, NO hay que hacer si se quiere conservar la naturalidad.

De ninguna manera hay que creer que la experiencia, que es condición del arte, tiene algo que ver con coger el punto con cañas, whisky, porros o rayas. La ingenua pero extendida superstición del poeta borracho o colocado, que ha puesto punto final a tantas obras antes de haber empezado.

Otro momento crítico es cuando el artista decide que será artista en el futuro, pero entretanto es necesario conseguir antes un colchón y un coche. Lo más probable es que cuando lo consiga -si lo consigue y se da por satisfecho, pues los colchones y los coches son insaciables- se le haya olvidado lo que quería, y los domingos por la tarde diga de vez en cuando, mientras mira el fuego del invierno y se acaricia los dedos torcidos por el exceso de timidez y una pequeña codicia de clase media: «Sí, yo de joven también pintaba».

Y lo tercero que tampoco perdona -y termino de momento aquí la lista, para no asustar- es cuando el artista decide que hay que transigir con la época, y adaptarse al gusto del público, y prestarse a ganar premios y medallas que todo el mundo sabe son corruptos y pactados previamente pero nadie dice nada. Ahí, qué duda cabe, ahí termina la naturalidad. Como mínimo.