MIRADA SORELA

El resumen como destino

Apartado: Sastrería

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Resumen

Sólo es posible escribir en resumen, como comprobaron incluso Proust, David Foster Wallace, autor de reportajes kilométricos sobre temas centimétricos (un campeonato de tenis de segunda división en Illinois, por ejemplo), o James Agee, en su legendario e hipnótico «Hablemos ahora de hombres famosos», en el que inventarió hasta la extenuación (o la exasperación, o la locura, creyendo que la realidad se puede agotar con lenguaje) los bienes en teoría escasos de un grupo de norteamericanos pobres durante la Primera Gran Depresión. (Imaginen cuál es la segunda).

Toda escritura es resumen, lo que incluye también al dibujo, y no es posible que no lo sea. Incluso una herramienta infinita, como es Internet, un verdadero «libro de arena», no deja de ser resumen, pues la escritura, toda escritura, es por definición una simplificación de la realidad. Que codificamos en signos más o menos sencillos para poder, o fingir que podemos, manejarla. Lo que incluye los miles de dibujos-palabra chinos.

Sucede que unas épocas son más de resumen de otras, y ésta lo es quizá más que ninguna. Basta escuchar cualquier obra de Shakespeare, repleta de alusiones que en aquel tiempo comprendían los espectadores, o fijarse en ciertas obras como el Retrato del Arco Iris, de la reina Isabel 1ª, atribuido a Marcus Gheeraerts (hacia 1604), para comprobar hasta qué punto hemos perdido la capacidad de, por ejemplo, comprender la alegoría y los símbolos: todo en el cuadro pretende un significado, alude o representa algo, desde los colores o dibujos del vestido hasta el menor de los objetos. Pero, a diferencia de la gente de la época, nosotros ya necesitamos una guía para comprenderlos. (Et que dit ce silence? Anne Surgers; Presses Sorbonne).

Alguien nos dijo que un resumen contiene la misma sustancia que el original del que parte, conservando el alma, y hacia allí nos lanzamos sin miedo. No es sólo el periodismo, una obviedad, sino también la enseñanza y hasta el arte: del minimalismo a la pretenciosa entelequia de condensar La Ilíada en una película, de los discursos-píldora de los políticos a los cursos de fin de semana sobre el Renacimiento italiano, por ejemplo. O las contracubiertas de los libros, que conspiran contra su lectura. O las preguntas de los periodistas a los escritores sobre qué tratan libros de trescientas páginas… Y que los escritores pretenden responder (¡!), sin intuir a veces que es algo imposible y si una novela se puede resumir, mejor no leerla. Pero lo hacen porque saben que, en la crisis de la novela -en la crisis de la profundidad y del matiz- eso será lo que leerán casi todos sus lectores, y además estos, confiados en su pequeño resumen, su pequeño párrafo sobre «lo que pasa», sufrirán el espejismo de haber leído el libro. Resúmenes. Creemos, confiamos en el resumen. Y lo convertimos en nuestro lider. Nuestro dictador.

 

p.S
Muchacha azul de boca pequeña

Como siempre, dirá alguien. Con una pequeña diferencia: el resumen era considerado antes como un fracaso al que hay que resignarse, el consuelo de pobres en el que se refugiaban los que no podían vivir la experiencia real: Leer Los miserables, por ejemplo, o Ana Karenina, o La montaña mágica. Hoy, por culpa de casi todo Internet, Twitter y demás armas triunfantes del pensamiento débil, disfrazado de rapidez y eficacia, hoy lo consideramos un triunfo.

P.D: Pero queda la sospecha de si la vida que vivimos es un resumen de algo. ¿Cómo saberlo?