MIRADA SORELA

Dictado por el tiempo: el relato cronológico

Apartado: Sastrería

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La pancarta dice: «Reivindicaciones de la Revolución. Quienes la temen ¿acaso esperan parar el tiempo?». Y la pancarta del reloj dice: «Enero». (Trad. de Irene Casado). Publicado por el periódico marroquí Asharq Al-Awsat (Oriente Medio) en enero.

Tendemos a contar a caballo del tiempo, calcándolo, reproduciéndolo en nuestra historia: del comienzo al final, según ocurrieron las cosas. Y además, repartiéndolo en los trozos de tiempo que reconocemos más; las convenciones más aceptadas, de mejor familia. Lo que sucedió un día, por ejemplo: eso son los periódicos, que distribuyen el tiempo igual que las tribus primitivas, adoradoras del sol o de la luna. O lo que sucedió una tarde, un invierno, una juventud: estas, por ejemplo, son las novelas de iniciación.

Casi nunca usamos de trozos de tiempo heterodoxos: una luna y media. Tres horas a caballo entre una mañana y el comienzo de la tarde. El recorrido de una mano sobre un cuerpo, que puede vertebrar una novela pero en realidad duró doce minutos. O lo que sucedió un lunes, miércoles y la mitad de un jueves en apariencia tediosos. De hecho, los cortes raros de tiempo casi definen un experimento: si lo sabré yo, que al contar en mi novela Fin del viento un comienzo de historia, y sólo eso, dejando de lado el núcleo tradicional -porque no me interesaba, sólo me interesaba el comienzo, prescindir del núcleo y del final fue un acto de honradez con el lector-, la condené a ser vista como «un experimento», una rareza.

Todo relato es cronológico por principio, entre otras cosas -varias, y muy profundas- porque no es posible concebir un relato no cronológico. Yo al menos no he podido concebirlo. Pero en el relato cronológico sucesivo el que gobierna es el tiempo, no el escritor. Una genuina dictadura, quizá la primera de todas. Así debió de contar el primer hombre que salió a matar un dinosaurio, y en todo caso así cuentan los niños… y no pocos best-sellers: primero sucedió esto y luego sucedió aquello. Y el final, al final.

La duda comienza cuando uno se pregunta si ese es, en realidad, el final. El final… ¿de qué? ¿Y debe cerrar la narración?

Además de decidir cuál será el final de su historia, cuya relación es el objetivo de no pocas narraciones, uno de los primeros actos de afirmación del escritor, una vez elegidos el tema, el punto de vista, el encuadre o marco, es la selección de tiempo que armará su cuento. Y que rara vez será sucesivo.

De hecho, de esa selección y reordenación del tiempo dependerá en buena parte el llamado género del texto, algo creado a menudo por la pereza mental y rentabilizado por la industria. Que por otra parte clasifica los textos, los comercializa, en función de esa ordenación del tiempo: si el clímax se resuelve al comienzo, por ejemplo, será un texto periodístico, y si al final, de misterio: Hercule Poirot resolviendo un asesinato entre elegantes y viejos criados vengativos aislados en alguna mansión, tren, barco… Y salvo excepciones, como Macbeth, la tragedia clásica tendrá ese climax en la mitad. Y así. Pequeñas apariencias supersticiosas para aprobar exámenes y oposiciones, y que sirven para ordenar los libros en las librerías.

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