MIRADA SORELA

Día del superviviente

Apartado: Siete años de Blog

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p.S
Tu liquidambar que otoñea en cuatro colores
refuerza la fealdad de tus árboles vecinos

Podrías apagar tu despertador antes de que suelte su grito de pájaro perseguido, pero no lo haces. Dejas que salte y te golpee en los nervios, como cuando quieres expulsar un mal sueño. Lo mismo en el cuarto de baño: En otra ocasión hasta saldrías de debajo de la ducha para cambiar o apagar al portavoz de turno en la radio, y no lo haces: lo permites. Y al salir de casa, no coges a la derecha, para eludir unos árboles vecinos muy feos, de tipo matón, que hasta huelen mal, sino que coges a la izquierda, y tu estupendo, tu inigualable liquidambar que otoñea en cuatro colores refuerza la fealdad de tus árboles vecinos, como sabías que iba a ocurrir.

Y así. Te metes en el metro, y no te vas a una esquina para eludir las televisiones de Gallardón sino que te pones enfrente, para padecerlas: pantallas que no dicen nada, espectros de imágenes. Y luego en un semáforo no miras para otro lado para no ver las pantallas de publicidad y los chirimbolos que ensucian la ciudad -de Gallardón también-, sino que las miras. Te recreas con su publicidad banal y vacía como el interior de una pelota de tenis.

En tu trabajo, tras saludar a tu secretaria y recoger los mensajes a los que en tiempo normal dirías «Si vuelve a llamar, dile que no estoy», que es como se trata a la gente en Madrid para demostrar que uno es alguien, le dices que te los vaya poniendo de uno en uno. Más aún: les das conversación. También a los pelmas, incluso a los plastas. Belén, tu secretaria, no muestra extrañeza alguna, mira impasible, sostiene contra el corazón su bloc de taquígrafa, como siempre. Algunos dirían que es profesionalidad. Otros, indiferencia. Y otros, el signo de los tiempos. Y en realidad es pánico: Belén no sabe si está o no en la lista de los próximos despidos, y con su trabajo, los ojos con que te mira, dispuestos a no asombrarse de nada, a no hacer ningún reproche, pase lo que pase, quiere neutralizar a los capataces del destino. Es decir tú.

Si alguien se tomara el trabajo de comprobarlo -que nadie se lo toma-, observaría que hoy no sólo atiendes incluso a conversaciones sobre fútbol, teatro, viajes a París o a Roma… que por lo general no atenderías, sino que además no sueltas uno de tus habituales sarcasmos, por los que te has hecho famoso. Por lo demás, a nadie le preocupa si sarcasmeas o no. Más aún, las oficinas se van vaciando, te parece, incluso antes de tiempo. Quizá vayan a la manifestación. Quizá se atrevan.

Así transcurre el día. Es jueves. Por lo general estarías haciendo planes para salir de Madrid, ir en busca de los álamos altos y amarillos de tu casa en Gredos, aire fresco, piedras viejas y hasta lluvia que lo lava todo. Pero no: haces un plan minucioso para ir a todos los bares más ruidosos, comenzar un par de libros premiados de autores corruptos, y cenar con gente inmoral, de los que van a la India -como aquel personaje de Baroja que le pagaba a un infeliz para que chapoteara frente a su ventana en noches de lluvia-, de los que van a la India para comprobar una y otra vez, entre ropas de diseño y hambre, lo bien que viven ellos y lo mal que viven casi todos los demás.

Además, no soportas tu propia conciencia. El silencio. Que no hable. Que no diga nada. Eso es lo que no soportas.