Es sabido que por alguna misteriosa razón que no termino de comprender los editores en español (los lectores) desconfían de los cuentos, y sólo los publican como una suerte de inversión en el autor, invitándole a un café a modo de honorarios, seducidos por él, como víctimas de un chantaje o a punta de pistola. Yo he tenido la suerte de poder publicar cuatro libros de cuentos, gracias a la irresponsabilidad de varias editoras y también amigas (esa sería otra motivación decisiva), y he de decir que la publicación de los cuatro ha sido motivo de gran alegría, precisamente porque se producía contra pronóstico. Al tiempo, desde que en Budapest hice un descubrimiento para mí crucial sobre la escritura del viaje, hace ya años, y que dio pie al primero de esos libros, Ladrón de árboles (descargable en esta página sin costo), me atrevo a confiar en que con ellos desarrollo también una poética algo novedosa, como creo que es -contra la cultura imperante del espejo-, la obligación de toda escritura literaria.
La publicación digital del cuarto de esos libros, Historia de las despedidas, es para mí una vez más otro motivo de alegría, y no menor. A fin de cuentas, que el libro pueda ser descargado en una pantalla en cualquier parte del mundo, y por un precio que equivale a la mitad de una entrada de cine en España, lo que también digo con alegría, viene a ser como un posfacio coherente con lo que ahí se cuenta. Como tal vez se pueda ver en uno de los cuentos, que se puede leer a continuación, y que propongo, también, en recuerdo de mi amigo Ramón Urizar: «Banquero que ya casi no lo es, viajero a punto de detenerse, muchacha que no quiere ver».