MIRADA SORELA

Vivir como un soldado y escribir como un tendero

Apartado: Diálogos, entrevistas e invitados

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2© Sophie Bassouls/Sygma/Corbis

EL NOVELISTA AMOS OZ. ENTREVISTA

Amos Oz parece escapado de una novela sobre los primeros tiempos de Israel: es un sabra y además kibutzim -quiere decirse que es judío nacido en Israel y ha vivido la mayor parte de su vida en un kibutz-; su familia, de la que quiso escapar, le marcó con una indeleble pasión por los libros, y tiene las arrugas labradas por el viento de quien ha pasado mucho tiempo al aire libre: en las labores de granja, que son obligatorias en un kibutz, y también combatiendo en las dos guerras que le han correspondido: la de 1967 y la de 1973. Oz es un activo militante del movimiento Paz Ahora, en el que participa «por indignación» y mira su oficio como el de un tendero: «Yo abro (me siento a escribir). Si los clientes (las ideas) vienen, tanto mejor. Si no, yo he cumplido».

Este hombre pequeño con manos de campesino y profundas arrugas en la cara que parece una versión ruda -y real- de un héroe de Hollywood se escapó de la casa en la que reinaba su padre, un burgués de derechas, con la intención de conducir tractores y volverse izquierdista. Con el tiempo le dio por los libros, igual que en la casa paterna, y ello le sugiere la idea de que, quizá, «las revolucionarios terminan regresando al origen». Sin embargo, ahora que ya no vive en un kibutz por los problemas de asma de uno de sus hijos, que le piden vivir en el sur profundo de Israel (a dos horás de Jerusalén y de Tel Aviv), sólo piensa en regresar, entregar todas sus ganancias al «feliz tesorero del kibutz», y dividir su tiempo entre la creación, la enseñanza de la literatura hebrea y las labores propias de todo kibbutzim: «Soy el camarero más rápido, algo de lo que estoy orgulloso», dice, no sin cierta coquetería intelectual.

Amos Oz se sometió ayer a uno de esos regímenes de entrevistas sucesivas y comidas con críticos y expertos que hacen meditar sobre las supuestas bondades de la fama, y ello, primero para presentar su novela La caja negra, que lleva vendidos 90.000 ejemplares en Israel, y también para apoyar las ideas del movimiento Paz ahora, que propugna la retirada israelí de los territorios de Gaza y Cisjordania. Y no a partir de un sentimiento de culpa o algo semejante, sino con la dolorosa certeza que lleva a la conclusión de que lo mejor es divorciarse. Como su personaje Alex, extremadamente frío, Oz explica que no hay nada de hippismo, ni de Jane Fonda en Hanoi, en el movimiento en el que participa. «Para mí, lo con trario de la guerra es la paz, no el amor, y si mi país volviera a estar en grave peligro, volvería a com batir». Por lo demás, si no ha escrito sobre la guerra es porque no es algo que se pueda articular con palabras, sino en todo caso con alaridos».

Lo primero que se le apareció en La caja negra (Gríjalbo), según comenta Oz en el despoblado salón de un hotel admirablemente feo, fueron los personajes, y emprendió la escritura sin saber demasiado bien qué iba a suceder. Pronto se le impuso la evidencia de que los personajes eran muy fuertes, y se encontró a sí mismo convertido en «el cabeza de una familia mediterránea, todos gritándose entre sí y sin quererse escuchar». Se le ocurrió la misma solución que usa cuando se pelea con su mujer y teme que ella no le deje terminar la frase: la escribe en una nota y su mujer se la tiene que tragar entera.

Pues lo mismo: escribió una novela epistolar. Los personajes son los miembros de una familia que incluye a una mujer sensible, sus dos maridos (un ashkenazi judío del norte, un occidental bastante parecido a Oz, y un sefardí o judío de ascendencia española, religioso y fanático), y un adolescente que es supuesto hijo del primero, que no sabe dónde poner ni su tamaño de atleta ni su rebelión al viejo estilo, además de una secundaria tía y un abogado que tiene el frío espíritu de un notario. Todos ellos intentan deshacer el lío que hicieron con sus vidas hace siete años, y se mueven en una caja negra.

Fue una experiencia extremadamente difícil, dice Oz, veterano escritor con una colección de novelas cortas y un libro de testimonio muy conocido, Voces de Israel, y lo más difícil de todo fue proporcionar la información necesaria al lector: «Es muy difícil que una mujer le escriba a su ex marido: ‘Nosotros, que como sabes permanecimos casados seis años…’, y sin embargo es preciso que el lector se lo crea».

Sin gurús

Oz pertenece a ese 3,5% de la población israelí que ha elegido al vida de kibutz -en los mejores tiempos del ideal kibutz se llegó al 4,5%-, y sólo espera a que el asma de su hijo de once años mejore para poder regresar. «Un kibutz es la versión moderna de la gran familia», dice. «Conozco a unas 400 personas, que es más de lo que usted conoce en Madrid, y mi conocimiento es tan profundo que es casi genético. El reverso es que ellos me conocen a mí igual de bien, pero ese es el precio que hay que pagar. El secreto de la permanencia del kibutz es que no hemos tenido ni gurus ni libros rojos.» En cualquier caso, añade, «es una gran experiencia para quien, como yo, no ha hecho en la vida más que observar y escuchar. Pero no hay que caer en el idealismo. El kibutz no es más que una versión reducida de la vida exterior, con sus mezquindades, sus envidias, celos y demás. Afortunadamente».

Su vida ahora en el extremo sur se reparte entre algunas clases en la universidad de Beershiva, la militancia política que realiza cuando ya la indignación le obliga a moverse, y su trabajo riguroso: seis o siete horas, desde las ocho de la mañana a mediodía. No siempre escribe, pero permanece frente a la mesa porque siempre puede suceder que un cliente, una idea, cruce la puerta. Como un tendero.

Nada es simple

 

«Una tragedia es un choque entre lo bueno y lo bueno, y no entre lo bueno y lo malo, pues eso es una película de vaqueros», dijo ayer por la noche Amos Oz, en un debate sobre El escritor, entre la literatura y la ideología, que le enfrentó amigablemente con su colega español Juan Benet. Oz advirtió, y Benet hizo lo propio, que no hablaba por voz de ninguna de las partes del establishment israelí, sino exclusivamente por sí mismo.

El escritor israelí precisó que ninguna de sus creaciones es política, sino que ésta ha sido una vía para darle vida a sus personajes, en tanto que la política la reserva para sus artículos. Frente a Juan Benet, para quien el escritor no está forzosamente más autorizado para hablar ni es más listo que un ingeniero o un obrero, Oz dijo que el escritor sí tiene dos ventajas: cierto entrenamiento en colocarse en situaciones ajenas y el trabajo con las palabras. «Por ejemplo», citó, «tras la guerra de los seis días se comenzó a hablar en Israel de territorios liberados, lo que a todas luces es una aberración, puesto que son las personas y no los territorios los liberados».

«Nunca he intentado ponerme en los zapatos de los demás, sino, en todo caso, y sin demasiada pasión, que los demás se metan en mis zapatos», comentó Benet, más bien escéptico sobre la labor del escritor de comprender situaciones o personajes. Admitiendo que la vida en Israel es bastante más complicada que en España, y que la tragedia es importante, sugirió que Israel tiene cierta propensión a importar una imagen de víctima para conseguir aliados, «sin embargo Israel es más fuerte que sus antagonistas».

Oz le replicó que no todo David tiene forzosamente razón, admitió que la imagen del conflicto ha cambiado y subrayó la importancia del punto de vista: «Los palestinos están apoyados por el mundo árabe, musulmán, en general el Tercer Mundo, y muchas personas de buena voluntad, y uno comienza a preguntarse quién es el David», y añadió: «Nada es simple; el peor enemigo de la verdad son las simplificaciones».