MIRADA SORELA

¿Por dónde cortar?

Apartado: Sastrería

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Walker Evans.
«En sus descripciones, Agee no se limitaba a contar lo habitual.»

Sastrería / El corte 

Ya dijimos que todo texto es un resumen  y se intenta que cortado a medida («El resumen como destino»). La siguiente gran pregunta es: ¿Por dónde cortar? Un narrador cuenta el encuentro de dos desconocidos en un tren, y a uno de ellos lo describe como de mediana edad y ya canoso. ¿Pero por qué no añadir que tiene una nube en un ojo y que nació en Talsitio? Y ya puestos, ¿no convendría agregar que la nube del ojo tiene forma de libro abierto? ¿O quizá fuese mejor hablar de Talsitio y cómo allí abundan las nubes en los ojos de los talsitanos?…Y como no todas son en forma de libro, quizá entonces habría que entrar a explicar las diferentes familias de nubes de ojos que hay. O tal vez no. Tal vez habría que contar algo distinto de lo de la nube o lo de Talsitio en el caso de que el otro desconocido del tren fuese una mujer. Eso lo cambiaría todo, aunque ese todo dependería de si fuese una mujer atractiva, tipo heroína de película, o una obrera cansada que emigra para trabajar en una fábrica en otro país…

La de cortar y por dónde es una decisión que cualquier escritor toma docenas y hasta cientos de veces mientras va escribiendo -toda palabra es una elección entre muchas posibles-, y quien dude de que se trata de una de las Decisiones de las que depende casi todo que piense en Proust, por ejemplo, o en Las mil y una noches, o en el caso de James Agee con su obra Elogiemos ahora a hombres famosos» («Let us praise now famous men»), el libro por excelencia donde se plantea el dilema del corte y por dónde.

En plena Gran Depresión, un joven James Agee, luego estupendo guionista y novelista, recibió el encargo de realizar un informe sobre las condiciones de vida de determinado grupo de personas pobres en Estados Unidos. Y acompañado del fotógrafo Walker Evans, que ilustró el informe con una serie luego legendaria de fotografías, Agee se propuso que su informe fuese realmente exhaustivo. Es decir, que al describir una casa de las ocupadas por sus estudiados no se limitaba a contar lo habitual: dos dormitorios pequeños y uno grande, por ejemplo, sino que contaba que en uno de los dormitorios había una cómoda de nueve cajones; que en el cajón de arriba había tales y cuales cosas, que describía, y un carrete de hilo negro, y que el hilo del carrete ocupaba tal volumen y medía tanto de largo. Y así sucesivamente. En fin: que Agee intentó «no cortar» la narración y llegar a las últimas consecuencias de la descripción, y aún así tuvo que cortar por algún sitio. Su voluminoso informe fue rechazado por quien se lo había encargado, luego fue publicado junto con las fotografías de Evans y hoy es un libro de estudio muy frecuente en los seminarios de escritura porque plantea de forma muy plástica el problema. Hay gente que no puede llevar su lectura hasta el final, y otros, en cambio, a quienes hechiza.

No se trata tan sólo de una decisión crucial para la narración. Igual que con la moda, la arquitectura o la filosofía, podríamos trazar con ella una historia de la escritura: basta saber por dónde cortan sus frases -sus descripciones- para ubicar en el tiempo a Dostoievski o a Hemingway, quien llevó al extremo, por cierto, el arte del corte. Hemingway fue tal vez uno de sus más rigurosos teóricos, hasta el extremo de formular la teoría de que se puede omitir casi todo con tal de saber que se ha omitido. Según él, la parte omitida reforzará la historia «y hará que la gente sienta más de lo que comprende». Esto es, la teoría del dato escondido, cortado de la narración pero que desde el exilio del texto preside y condiciona ésta.