Si lee esta entrevista, piense que Octavio Paz estaba a un año de la celebración multitudinaria de sus 80 años, cuando ganó definitivamente la carrera contra sus adversarios en México, le faltaba sólo un libro importante por publicar, Vislumbres de la India, y ya se encontraba enfermo y dolorido y algo se le veía. ¿No es asombroso? Las reflexiones de La llama doble, un libro sobre amor y erotismo, son las de un sabio con muchos libros e ideas detrás, sin duda, pero también las de un hombre con no pocos viajes y experiencia, y no forzosamente remota. Lo que recuerda a Víctor Hugo, Picasso, Tolstoi…
Entrevisté a Paz tras haber leído algunos de sus libros, y en particular El laberinto de la soledad, que supuso para mí un pequeño temblor de tierra por el modo poético con que hablaba de México y reflexionaba sobre ello: nunca había conocido un ejemplo semejante de lo que llamaré para entendernos ensayismo poético. También había visto in situ las exageradas pasiones que motivaba la simple mención de su nombre entre los diferentes clanes de la intelectualidad mexicana. Y nunca logré explicarme que un escritor y pensador de ese calibre inspirase acusaciones y pasiones tan pedestres, pero ello es algo habitual en las sociedades literarias y, en este caso, otro de los muchos enigmas y contradicciones mexicanas.
Sea como fuere, el resultado final era que iba un poco intimidado, como corresponde al Periodista que entrevista al Genio. «¿Estaré a la altura?» «¿Se me verá mucho la ignorancia?». No había cuidado: Paz no pertenecía a ese pequeño y privilegiadísimo grupo de grandes realmente sencillos, como Rafael Lapesa o Georges Duby, con los que te sentías de inmediato cómodo y a salvo de juicios pues vivían en un mundo en el que los periodistas ya no éramos más que anécdotas, incluso si pertenecíamos a un periódico poderoso, y no se sentían en la obligación de andar demostrando nada. Pero a cambio tenía un don de tipo borgiano: Te hablaba como si fueses inteligente. Daba por hecho que lo eras. No transigía con la cultura de masas en la que se presupone que la gente en general es estúpida y muy probablemente también el periodista. Tampoco hacía como otros Entrevistados Profesionales, que contestan lo que quieren contestar cualquiera que sea la pregunta, como discos rayados a propósito por su particular jefe de prensa. El resultado final fue una conversación tan deslumbrante que salí entusiasmado, un efecto que siempre provocan en mí la inteligencia y el arte, cuando lo es, y me bajé de un primer taxi porque no podía soportar, no ese día al menos, el ruido inacabable que salía de la radio del taxista.
Años más tarde, mi amigo Ricardo Cayuela, el joven director de Letras Libres en su edición española, me sugirió, ante un viaje mío a la India, que no esperase al viaje para escribir uno de mis relatos. Que escribiese uno previo al viaje, un relato sobre mi anhelo, mis deseos e imaginaciones: sobre lo que esperaba encontrar. Fue una gran idea y de ahí salió Prehistorias de la India, en su primera versión, que ahora la revista ha tenido la gentileza de incluir en su antología, Somos lo que leemos. Y fue una gran propuesta por varias razones, y también por la de comprobar que, entre la decena de libros que leí para preparar el viaje (no siempre leo antes de viajar, y jamás «guías» de viaje, de la misma que no leo prólogos ni críticas antes de tiempo, si puedo evitarlo), el único libro sobre la India que me interesó de verdad, y eso que entre ellos estaba el muy aplaudido de Naipaul, que me decepcionó no poco, fue Vislumbres de la India, de Paz, y en particular los versos que traduce del urdu y que se escribe al final con sus amigos indios.
No he encontrado un medio mejor de celebrar los diez años de Letras Libres en su edición española, la revista que me acogió desde el primer número con cordial liberalismo, que recordar a Octavio Paz, el escritor que fundó las revistas Plural y Vuelta, y cuyo espíritu, sin duda, inspira ésta.