TRADUCCIÓN DE ROSA PILAR BLANCO. ANAGRAMA, BARCELONA, 2007
Son tantos los temas que propone El regreso, y que propone con naturalidad, que cuesta elegir el más significativo, con el riesgo añadido de oscurecer a los demás: se podrían escribir comentarios muy variados en función de cada uno de los temas propuestos en este libro y de los gustos, ya que a mi juicio no hay una única lectura ni una clara jerarquía. Lo cual no sorprende, por otra parte, pues eso es tal vez lo que caracteriza a este escritor alemán (Bielefeld, 1944), juez en ejercicio, cuya obra casi siempre indaga en la Segunda Guerra Mundial vista desde el lado alemán y desde ahora. Esto es, las últimas ondas creadas por aquella piedra lanzada hace ya tres cuartos de siglo en el estanque de Europa.
Ondas vistas desde una Alemania reunificada y democrática que indaga -sin complacencia pero sin perderse en la retórica moralizante o de la derrota, como caracterizó a las generaciones anteriores[1]-, en ciertos aspectos de aquella guerra y sus encrucijadas tiempo después. Por ejemplo, en este libro, en el muy viejo tema del regreso del soldado, convertido en arquetipo por Homero en la Odisea con la narración del muy largo regreso de Ulises a Itaca, referencia a la que se remite Schlink desde el principio al hablar de su héroe como un “Odiseo alemán”.
En El lector, la novela que dio a conocer a Schlink en casi cuarenta idiomas, el tema propuesto, o uno de ellos, era el de las apariencias, y de cómo una guardiana de campos de concentración podía en otras circunstancias parecer agradable y hasta atractiva. Otras novelas de Schlink, de género policíaco, tienen por personaje a su inspector llamado Selb, que en alemán significa sí mismo.
Incluso la trama de este libro es demasiado compleja para poder sintetizarla sin agotar la página. Trama o, si se prefiere, el motor que permite ir proponiendo lecturas y discusiones en ocasiones filosóficas -sin miedo y sin pedantería-, lo que aporta un ligero alivio desde el medio de una industria cultural obsesionada por infantilizar a los lectores y no asustarlos con novelas que también hagan pensar. Los episodios de El regreso son múltiples y proponen una estructura mucho más compleja de lo que parecería en un lenguaje en apariencia sencillo y claro y unos personajes por el estilo. Unos y otros giran en torno a un estudiante no demasiado entusiasta de derecho (es también estudiante ocasional de masajes orientales), medio suizo y medio alemán, huérfano de padre como buena parte de la generación de la guerra. En una especie de novela de iniciación que incluye hasta recuerdos de infancia, el estudiante se va empeñando en averiguar cómo empezaba (y quién era y qué le pasaba al protagonista) cierta novela barata sobre la guerra que leyó de chico en una colección sin pretensiones… editada y a veces escrita por sus abuelos.
Una percha no demasiado original que sin embargo permite a Schlink no sólo hablar de la búsqueda del padre sino, a través suyo, de la verdad Histórica y las posibilidades de que realmente exista, toda vez que esta verdad lleva dentro, siempre, algo de creación. Habla también de las culturas católica y protestante que conviven en el mundo germánico, y de la reunificación de las dos Alemanias (tras los dos “viajes” al nazismo y la guerra, y al comunismo), sobre todo a través de los avatares de una pareja y de los problemas específicos de la convivencia. O sea, nada es sólo lo que parece en una narración ajetreada, escrita con una lengua tersa si bien lastrada de ciertas concesiones a la políticamente correcta, es de suponer que también en el original.
Dos colores destacan a mi juicio entre los varios que propone el friso de esta novela –aunque insisto en que unos y otros hablan con pareja autoridad- y son el mestizaje y la ética del derecho. No es circunstancia menor que el protagonista, Peter Debauer, o de Baur, sea un mestizo de suizo y de alemana, y ni siquiera seguro de esas ascendencias borrosas que le hacen vivir de niño saltando a un lado y otro de la frontera, y de una certeza a una incertidumbre en las averiguaciones que va haciendo sobre su pasado. Ese carácter mestizo es a mi juicio la mejor representación plástica de la Europa de hoy, que es la del protagonista y que es mestiza, como se suele decir… pero también ilustra el carácter difuso de todas las ascendencias, incluso en el centro de la Europa más segura de su pasado y su cultura.
Lo cual enlaza con las últimas tesis del libro, formuladas casi entre interrogantes, o si se prefiere, sugeridas, pero esa es, como se va viendo, una especialidad de Schlink. Y que dan cuenta de sus preocupaciones sobre “lo que durante mucho tiempo había parecido inconcebible: un fascismo intelectual moderno” (página 362).
En una última peripecia narrativa que da un salto mayor que los demás, y con mayor riesgo, Schlink se lleva a su protagonista, en busca de su padre, a Estados Unidos, donde el candidato a encarnar ese papel ejerce un ambiguo rol de profesor de derecho. Y en un último tercio que casi podría ser un relato en sí mismo, Schlink investiga en las eventuales hipótesis de una teoría deconstructiva del Derecho, según la cual “si la realidad no es el mundo exterior, sino el texto que escribimos y leemos sobre ella”, en consecuencia “los asesinos no son responsables de los asesinatos que cometen, tampoco las víctimas, que ya no están, pero sí los coetáneos que lamentan y castigan el asesinato”. (p.264).
Sin pretender teorizar sobre ello, un tipo de antigua y acreditada escritura sobre el Bien y el Mal y ciertos difusos aspectos de sus fronteras, que a mí personalmente me ha evocado “El señor de las moscas”, de Golding, y “Walden 2”, de Skinner, libros que hablan de una suerte de ineluctabilidad del mal, producto de la sociedad en un mundo sin libre albedrío. Toda vez que comentar sus aspectos científicos excede mi competencia y este espacio, al menos sí recuerdan estas obras en ciertos aspectos literarios.
[1] Véase “60 ans de romans sur le nazisme, d’Albert Camus à Jonathan Littell”, Le Magazine Littéraire, septiembre de 2007.