DICEN DE ÉL

Montaigne, Sorela, Trapiello y Abbott

Apartado: Reseñas de sus libros

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Diario El Mundo, 3 de junio de 2019 – Manuel Hidalgo

PLUTARCO EN LA FERIA

Un 38,2% de los españoles no lee un solo libro al año, porcentaje, por cierto, cercano al de los abstencionistas en las recientes elecciones. La Feria del Libro de Madrid, inasequible al desaliento, ya ha llegado al parque de El Retiro con su puntualidad de último viernes de mayo, su baúl anual de tópicos sobre los que discutir y, oh maravilla, sus más de dos millones de visitantes previstos. Nórdica ha publicado De los libros, un opúsculo extractado de entre las más de 1.700 páginas -en la edición de Acantilado- de los Ensayos de Michel de Montaigne (1533-1592), quien, degenerando, llegó a ser alcalde de Burdeos. El sabio renacentista puede sorprender cuando escribe: «Sólo busco en los libros el gusto que me proporcione un honrado entretenimiento». Quienes nunca leen suelen creer que los lectores son héroes esforzados que aceptan aburrirse por un fin alto y pretencioso, y los buenos lectores, olvidando que también se entretienen con los libros, imputan a los lectores superficiales o de ocasión buscar sólo el entretenimiento. Lo que habría que aclarar es qué entendía Montaigne y qué entiende cada cual por entretenimiento y cuáles son los requisitos -¿honrados?- para obtenerlo. Montaigne desdeñaba los libros recientes y se refugiaba en los clásicos. Plutarco era su preferido, y de Plutarco acaba de publicar  La excelencia de las mujeres (Ediciones Mármara), que no es un tratado feminista, pero que sí refuta, censando los méritos de destacadas mujeres, la feroz misoginia de Pericles y de otros eximios y ensimismados varones griegos.

 

LOS CLUBS DE LECTORAS

Cuando los cine-clubs se extinguen, los clubs de lectura proliferan. Tiene su intríngulis que el personal no esté por la labor de salir de casa para reunirse a hablar de películas, pero sí para hablar de libros, siendo la lectura, en principio, una actividad más privada. Los impresionistas (y otros) pintaron mucho a las mujeres leyendo, y no a los hombres, y en estos clubes de lectura es masiva la concurrencia de las mujeres. Estuve el martes en el club correspondiente de la librería La Central para comentar con las asistentes -digo bien- Claus y Lucas (Libros del Asteroide), de Agota Kristof, cuya lectura recomiendo vivamente. Participaban unas 20 personas, ¡y apenas dos eran varones!

 

‘QUIÉN CREA LA NOCHE’

No sé qué habría dicho de esto mi amigo Pedro Sorela, fallecido hace poco más de un año, hombre de opiniones radicales y hombre que (a su manera, como en todo) amaba a las mujeres. Pilar Álvarez nos convocó el lunes en la librería Alberti a la presentación de la novela póstuma de Pedro, Quién crea la noche, recién editada por Alfaguara. Las míticas autoexigencia e intransigencia con lo banal de Sorela le depararon una selecta y acérrima comunidad de lectores exigentes. ¿Qué es para ellos el entretenimiento? Fue bonito constatar la fidelidad, el reconocimiento y el entusiasmo de dos antiguos alumnos de Pedro, la profesora Montse Morata y Alfonso Armada, hoy reputados periodistas y escritores gracias a las inoculantes clases de Sorela. Dijeron que Quién crea la noche es, quintaesencia y decantación, lo mejor que escribió el gran viajero, ferviente admirador de Saint-Exupéry y, como otra vez puede comprobarse, maestro en el arte de titular.

 

CARTAS DE PÍO BAROJA

Sumando amigos poco dados a las contemplaciones, Andrés Trapiello reunió a sus fieles, el mismo día, en la librería Cervantes, con Fernando Rodríguez Lafuente como jocoso padrino. Diligente a más no poder en su amarre al escritorio, a Diligencias (Pre-Textos), la vigésimo segunda entrega de su Salón de pasos perdidos, Trapiello ha añadido en estos meses El Rastro y una edición ampliada de Las armas y las letras, ambos en Destino. Los entremeses suelen ir al principio de la comida, por delante de los platos fuertes, pero contradiciendo -que es lo suyo- tal norma, Trapiello ofrece al final del curso Un poco de compañía (Ipso Ediciones), su aportación renuente a la colección Baroja (& Yo), en el que desempolva y saca lustre a cinco cartas inéditas del escritor donostiarra a Juan Terrasa, un amigo diplomático. Las glosas jugosas de tal correspondencia van componiendo un retrato reticular de Baroja y su mundo, aderezado con tres o cuatro soplamocos -marca de la casa- a algunos que Trapiello hace pasar por allí para recibirlos. Ya terminando, y después de convocar a Gracián en una cita sin desperdicio («La queja trae descrédito»), Trapiello se estira y, a la vez, se condensa en un capítulo sin grietas: Filosofía barojiana. Joaquín Ciáurriz, el editor, ya puede abonarle su soldada sin reservas. Muy ricas, las piparras del aperitivo, que volaron en un santiamén.

DISCÍPULA DE EUGÈNE ATGET

La Fundación Mapfre nos apabulló en 2011 con una inolvidable exposición de Eugène Atget (1857-1927), cuyo espléndido catálogo se abría con un retrato del fotógrafo francés, obra de su discípula Berenice Abbott (1898-1991). Ahora, en la Sala Recoletos, hilvanando y al calor de los flashes del festival PHotoESPAÑA, la Fundación Mapfre ofrece una no menos apabullante muestra -cerca de 200 piezas, una docena de ellas de su maestro- de la fotógrafa norteamericana, cuya mirada -se dijo- fue «directa, pura y estricta», así la aplicara sobre personajes famosos, motivos científicos o edificios neoyorkinos que tocaban -y tocan- el cielo.