OBRA PUBLICADA

El sol como disfraz

Editorial: Alfaguara
Año de publicación: 2012 y 2018
Nº de páginas: 360

Apartado:

Resumen

«Uno de los enigmas del periodismo es que los periódicos salgan cada día sin rastro de tanta sangre y traición dentro de ellos: sólo reflejan las guerras de afuera y, en contra de lo que se cree, tampoco demasiado.» Pisotones, fotos y portadas que buscan retener en titulares el día fugitivo…. el verdadero protagonista de esta novela es La Crónica del Siglo, un periódico que podría ser casi cualquiera, en el apogeo de su éxito no previsto. Pedro Sorela muestra cómo quienes lo escriben son periodistas más de carne que de hueso. Sofía, redactora jefa atrapada entre un cuerpo de fábula, su poder y el deseo de ser madre; Picasso, en el origen mismo de la leyenda de La Crónica del Siglo; Paloma, que ya conocimos en Aire de Mar en Gádor, al igual que Dimas, un periodista que intentaaplicar al periodismo secretos del teatro; Daniel, reportero con cara todavía de estudiante, que busca en una vieja moto una noticia cierta en un Madrid disfrazado por el sol y el azul del cielo para disimular la dictadura más severa que existe: la del tiempo. En una época en que la información deja de ser lo que fue y busca lo que será, El sol como disfraz explica algo del porqué y cuenta el qué y el cómo. El cuándo es el periodismo de nuestro tiempo, uno de los trabajos más atractivos y crueles que existen.

La crítica ha dicho…
«Sorela novela con crueldad y ternura la vida de un periódico de éxito, tan real que puede ser cualquiera. Su prosa brillante y personal entra como un bisturí en el periodismo de hoy y saluda al de mañana.»

Álex Grijelmo

«Es estimulante y admirable la agudeza crítica de Pedro Sorela, que obliga o ayuda al lector a encarar ese mundo desde perspectivas nuevas, alumbrando tanto los brillantes logros de ese nuevo periodismo como su final, corroído por el tiempo…»

Ana Rodríguez Fischer
El País

…Tu novela es cojonuda, me la he leído en dos sentadas en la tumbona del jardín. Me ha gustado mucho y además disecciona con sabrosa saña (o quizá pasa a cuchillo) ese reino al que le quedan quince minutos. ¡Bravo!

Jordi Soler
Escritor

«Pasé una magnífica tarde de sábado leyendo la novela, que leí literalmente de un tirón. La alta teoría periodística del autor está muy bien imbricada en el desarrollo del complejo relato, donde viven claramente diferenciados personajes principales y secundarios. La riqueza del libro se presta a amplios comentarios».

Álvaro del Amo
Escritor, cineasta y crítico de ópera

«Hace muchos años que la dictadura de los tabúes parece haber cortado las alas de los autores. En un alarde esencialmente literario tú se las has devuelto. Qué harán ellos con las alas está por verse».

Mario Muchnik
Editor y escritor

El sol como disfraz: nunca tanta verdad junta por página cuadrada. Excelente disección de la profesión periodística de Sorela.

Rosana Fuentes
Periodista y profesora de Relaciones Internacionales

«En El sol como disfraz está, aunque casi inadvertida, la idea de que existe otro periodismo posible. Hay un aliento renacentista, de reflexión, de crisis, y hay un aliento de esperanza por un periodismo que pueda evolucionar mirando hacia atrás. Un periodismo que busque su futuro en la vieja fórmula de utilizar palabras veraces para contar historias que importan. Un periodismo que huye de las plantillas y las historias prefabricadas»

Miguel Carreira
Los lunes de El Imparcial

«Un libro esperanzador. Medicina contra la soledad y la impotencia. Aunque también propina muchos puñetazos en el estómago(…) Cuando todo el mundo discute sobre el modelo de negocio, Sorela atina con el único que sobrevivirá y triunfará: el buen periodismo».

Cristina Vallejo
Periodista y socióloga

«Leído despacio, a ritmo de violín, queriendo robar el cuaderno de notas de Daniel…».

Mayte Guerrero
Periodista y editora

«La novela más férreamente centrada en la prensa que yo conozca (…) Todo este riquísimo material se conjuga en una diversificada historia cuyo primer mérito radica en la habilidad formal que le da sentido unitario. El argumento gira en torno al proposito de «Picasso», nuevo y excéntrico director del centenario La Crónica del Siglo, de lograr un periodico innovador. Los detalles del trabajo en la redacción ocupan mucho espacio y al lector curioso se le ofrece una guia de viaje por el dia a dia de la confección de la prensa; casi al punto de que un estudiante encontrará una auténtica introducción a las peculiardades de cada sección de un diario.»

Santos Sanz Villanueva
El Mundo

Con una prosa certera y con una ironía no exenta de ternura, Sorela nos relata el auge y la caída de un director que llega a un periódico con la aviesa intención de ponerle unas gafas nuevas (…) Sorela sabe muy bien que, al fin y al cabo, lo que distingue a un buen escritor y a un buen periodista es la mirada.

Javier Morales
eldiario.es

En medios

Entrevista de Javier Mayoral (UCM)
a Pedro Sorela
8 jun. 2012

Entrevista en Periodista Digital TV
a Pedro Sorela
10 de mayo 2012

Reseñas

Lecturas sumergidas
Enma Rodríguez
2013

La huella digital
Javier M. Uzcátegui
21 de mayo 2012

APM
APM
12 de junio, 2012

El Cultural
Santos Sanz Villanueva
14 septiembre, 2012

Vida Nueva Digital
Javier Morales
16 de mayo, 2014

pS.
Dimas Foz

El autor comenta

Esta mañana salí a desayunar, pero no tanto en busca de cruasanes o respirar la calle, sino en busca de la columna de Dimas Foz, que quería leer en papel. Y no la encontré. Recorrí el periódico y no pude encontrarla, y pensé que era porque el diario venía en llamas y entre tanto humo, escándalo y alaridos se me había pasado. Volví a buscarla y no encontré más que todas esas banalidades y mala leche que se encuentra en los periódicos cuando se leen con detalle. Además no son días propicios a la reflexión o el ingenio, y eso que se necesitan más que nunca. Pero así es el periodismo, a veces se ausenta cuando más se le necesita, quién sabe por qué.

De todas formas no es necesario seguir mucho a Dimas Foz para saber que se ausenta con frecuencia y eso mismo hace discutible que sea periodista. ¿No es la continuidad una condición del periodismo? ¿Sería imaginable un diario que cerrara a veces y no sólo en Viernes Santo y Año Nuevo? Que cerrara, no por fuga de la publicidad con otro amante, que es de lo que mueren los periódicos casi siempre, sino… sino… Lo cierto es que nunca se sabe por qué suspende Dimas Foz su columna y se marcha.

Ni siquiera se sabe a qué. En un tiempo se iba a París, y allí hacía teatro, como he contado en otro sitio, pero nada está garantizado con Dimas, alguien difícil de prever desde que le conozco. Y le conozco desde hace ya tiempo. Tal vez, sospecho, lo único predecible de Dimas es que no va a ser predecible: lo detesta, o si se prefiere, teme con tanta fuerza alinearse, uniformarse, meterse a gritar entre los coros circulares de un estadio que lo suyo parece coraje más que cobardía. Y no tanto por un prurito romántico de ser original -ya no tiene edad para esa ingenuidad- sino más bien por un hambre, una sed de ver más. «En realidad», escribió una vez, «aceptamos la rutina para ver menos y poner un poco de niebla a modo de crema sobre nuestros ojos agotados desde muy pronto por lo nuevo. Muy poca gente, Picasso, Saint-Exupéry, Stendhal y algunos otros, han logrado mantener los ojos abiertos todo el tiempo».

Bueno, a lo mejor Dimas es uno de esos. Hay quienes se han fijado en la vida el objetivo de ser campeón de tenis, notario, cantante de rock o tuitero con un millón de seguidores. Dimas Foz, se me ocurre, intenta tan sólo mantener los ojos abiertos, sin miedo a lo que ve.

Ni siquiera cuando hacía teatro en París era previsible. La primera vez que lo vi, una de esas tardes de tormenta en que las sombras circulan a toda velocidad y le dan un aire trágico a la ciudad, él iba subido sobre dos zancos altísimos y vestido con una suerte de capa de obispo medieval poseído por alguna revelación mientras saltaba con portentosa agilidad por entre los coches del Boulevard Saint Germain y anunciaba el final del mundo:

«¡Arrepentíos! ¡El fin del mundo se acerca! ¡La llegada de los arquitectos y los publicistas!…»

Lo cierto es que nunca he conseguido olvidar esa imagen, y eso que fue hace mucho. Eran los tiempos en que Dimas se libraba al teatro de calle, el más puro: un personaje bajo nubes de tormenta y frente a un público que se choca con él como una imagen de la vida, una sorpresa de la ciudad. Después, con personajes cada vez más complejos y también su escritura en los periódicos, Dimas evolucionó y desarrolló la teoría de la máscara como un instrumento necesario para hacer aflorar la realidad. «Que se esconde tras otra máscara», suele decir: «Nada es lo que parece».

Tal vez. Claro que por lo demás esa idea sí parece en cambio hecha de encargo para un personaje, ya sea de teatro, ya de novela. Si nada es lo que parece, tampoco lo es un personaje… o la mismísima novela de la que forma parte. Además en esta ocasión la novela se llama El sol como disfraz. En ella Dimas Foz va y viene, y se vuelve a marchar, pero no es eso lo que me intriga sino un enigma irresoluble: ¿A dónde se va un personaje que abandona una columna de un periódico para irse a una novela que en cambio está llegando?

Fragmento

Ese joven escurrido sobre el sofá como una gabardina vieja lleva ya un buen rato sin que nadie le haga caso, pero no parece importarle. Al contrario. Sus ojos sonríen como quien al fin ha llegado a alguna parte. Y así es, ha llegado al antedespacho de Picasso, en La Crónica del Siglo, y ésa es para él una conquista. Ha llegado al lugar en el que se libra la guerra de su tiempo. Más aún, donde, en el año seis desde que Picasso fue nombrado director, se va ganando.

Aunque nadie diría que allí se libra tan siquiera un asalto. El sofá sobre el que el joven se escurre cruzando un tobillo sobre una rodilla es de diseño, en las paredes cuelgan viejas portadas del periódico con héroes, lágrimas o muchedumbres entusiastas que ahora son historia, si no arqueología, y a lo lejos se oyen las voces bajas de un grupo de secretarias que no parecen agobiadas por nada ni por nadie, y menos por el tiempo, que es la sustancia de esta guerra.

Y sin embargo, el joven está a punto de levitar, como cuando le faltaba un centímetro para llegar por primera vez a los labios con sabor a menta de una chica de trenza negra, un día que se escaparon del colegio, en cuarto de bachillerato, o cuando se tiró por primera vez a un abismo colgado de un ala delta, y ésta colgando del aire. Algo que, por cierto, ya casi no hace.

Aunque andará por los treinta, tiene un aspecto un tanto hambriento de universitario que no come bien y, sobre todo, parece medio disfrazado con una corbata a rayas grises y vino tinto y una chaqueta de tweed de espinilla de pescado, de otra época, que ese 28 de septiembre le hace sudar. Se maldice por llevarla. Nadie parece usar corbata en ese periódico e incluso las secretarias van vestidas con vaqueros, bien es verdad que vaqueros de los que llevan incorporado un tratamiento antiarrugas. Como la que le recogió en la portería. «Hola, soy Almudena», le dijo como si fuese una fiesta, y en lugar de darle la mano le dio un par de besos como se hace en Madrid hasta con los traficantes de armas.

Luego, ya en la planta noble de La Crónica, le acompañó hasta la salita con portadas de más de un siglo, enmarcadas como certificados de limpieza de sangre, le preguntó si quería un café, un periódico, y le dejó allí, depositado sobre el sofá y dirigiéndole una última sonrisa que —Daniel ya tiene edad para saberlo—, no es una sonrisa. Sobre él, la portada del periódico dando cuenta del hundimiento del Maine, con la que empezó la guerra de Cuba, le da a la sala un aire de museo. Sin embargo, huele vagamente a pintura, como si fuese un museo recién inaugurado. Y aunque nadie ha vuelto siquiera a mirarle, a Daniel no le importa. Casi se lo está pasando bien. Pues más que estar ahí, en La Crónica del Siglo, esperando a ser recibido nada menos que por Picasso, disfruta como en una piscina al final de un desierto con no estar ya allí.

Allí: la Rápido Press o la agencia de noticias en la que se vende periodismo que llaman rápido pero es simplemente mezquino, y donde ha pasado sus primeros seis años en la profesión. Una oficina con la pintura vieja y la capacidad de provocar un ahogo inversamente proporcional a sus escasos ciento ochenta y nueve metros cuadrados: una vez los midieron, en el turno de noche, con cuartas de la mano, como prisioneros midiendo el calabozo, por pura desesperación.

Aunque tiene un aspecto dinámico, con recepcionista perfumada y ruidos de faxes y teléfonos a lo lejos, la Rápido Press viene a ser un tenderete en el que se venden noticias como se podrían vender boquerones en vinagre, gobernado por un beato y un fornicador. El beato para proclamar que el periodismo es una vocación y por tanto «no tiene horarios ni obedece a los sindicatos»: un dogma muy práctico para que los periodistas trabajen sin pedir horas extra, las horas extra son una ordinariez de la gente sin vocación que trabaja para comer. Y el fornicador, jefe de reportajes, conocido como el Pez, para demostrar que quien logra venderles fotos a las revistas y películas a las televisiones, aunque tenga caspa y le huela el aliento, quien logra colocar fotos y películas pone la mano sobre más culos que nadie.

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