MIRADA SORELA

Letras rebeldes

Apartado: Siete años de Blog

Valora esta entrada:

p.S (En Ipad)
El problema con las frases inmortales es que uno se gasta

¿Ese hombre que le da vueltas a la cucharilla de su café sin haberle echado azúcar? Sí, está distraído y un poco más: está agobiado. Es escritor de frases inmortales y las que se le ocurren últimamente no sólo son mortales -y se ha demostrado varias veces- sino que es que no llegan ni al mes que viene. «¿Quieres unas vacaciones?», le ha preguntado fatalmente su jefe. Esta misma mañana, hace un rato, poco antes de la pausa para comer. Pero él sabe que su generosidad no era tal. Que su solicitud iba con segundas. Que en realidad es un augurio, un mal augurio. Sabe que si se toma esas vacaciones no volverá. Peor aún, que si se las toma, al regreso el puesto de creador de frases inmortales estará ocupado y a él le tocará corregir como mucho alguna tilde, sugerir un cambio de punto y coma por una coma -«el punto y coma es demasiado barroco, el gran público no lo entendería», tendrá que decir como hablando en serio-, y en general coger el teléfono y llevar el café sonriendo. Otra vez. Como un becario. En el contrato basura y en la antesala misma del despido.

Y jamás lo hubiese dicho. Uno llega a la felicidad, o por lo menos al chollo, y cree que es para siempre. Un día un escritor de éxito dijo delante de su editor que buena parte del éxito de su novela -200.000 ejemplares, y subiendo- se debía a la contracubierta, y la contracubierta la había escrito él con los lugares comunes del día como corresponde a las convenciones del género. Es evidente que el escritor de éxito quería ser amable y era una de esas frases de falsa modestia posmoderna que se llevan entre los grandes vendedores: un plato de garbanzos «vale un Van Gogh», una película de parejitas «es como Ingmar Bergman», el fútbol «es la Ilíada de nuestro tiempo», etc, etc…. Pero el editor, que escuchaba con atención, decidió que era cierto. Al fin de cuentas, si había gloria que repartir por las contraportadas, a él también le correspondía.

O sea que tras la comida con el escritor modesto el hombre que se ha olvidado de echar azúcar a su café se encontró con el increíble trabajo de escribir fajas para libros con promesas tales como «LA MEJOR NOVELA JOVEN DE LOS ÚLTIMOS DIEZ AÑOS», «USTED NO HA LEÍDO NADA IGUAL» o «POR FAVOR, NO SE MUESTRE SUPERIOR CON QUIENES NO LA HAN LEÍDO, DELES TIEMPO»… y cobrar por ello. No enormes sumas, de acuerdo, pero sí lo suficiente como para una semanita en Mallorca o un fin de semana en París de vez en cuando. En estos tiempos de avaricia y mezquindad, en esta era de tecnocratismo-practicista-alamierdalacultura, un mega chollo.

Es muy probable que la propia conciencia de ese chollo fuese la causa de la facilidad de los primeros tiempos. Entusiasmado por sus privilegios de creador, el hombre sin azúcar encontró durante semanas, meses, las frases milagro que, una y otra vez, acarreaban lectores a las Listas de los Más Vendidos. «LAS LETRAS MÁS REBELDES DEL ÚLTIMO LUSTRO», reinventaba una vez y otra, con variantes, y funcionaba. O «DÚCHESE ANTES DE COGER ESTE LIBRO PORQUE LUEGO NO PODRÁ HACERLO ANTES DE TERMINARLO». O  «DESPÍDASE: ESTE ES EL VIAJE DE NUESTRO TIEMPO», y en efecto, la gente iba una vez y otra a la tienda de cenas y best sellers de la esquina a comprar el suyo.

Pero el destino existe y a veces también le llega a los ricos. Lo que nadie le había advertido es que algo ocurre con la creación de frases inmortales, y es que uno se gasta. No se gasta como creando, digamos, fórmulas matemáticas, o versos, o nuevos ángulos para dibujar un caballo, sino más bien todo lo contrario. Crear versos, si son buenos, da más ganas y por lo general unos versos engendran a otros. Con las frases inmortales sucede como con los versos malos: lo contrario. Las palabras joven, revolución, cambio, promesa, autorarevelación, generación y demás palabras-cereza crían polvo y telarañas. El sujeto pierde fuerzas; tiende a quedarse en el sofá; enciende más la televisión y termina creyendo que sus frases son de verdad creaciones. Cuando se cree que ESTE ES EL LIBRO QUE MARCA UN ANTES Y UN DESPUÉS escrito en la faja de un libro es una idea es que ya se ha alcanzado un punto irrecuperable.

El problema es que nuestro hombre -que le sigue dando vueltas a la cucharilla y está a punto de crear nata en la leche del café- ni siquiera lo sabe. Por eso está ahí sentado, en la pausa de la comida, y no sabe qué hacer, cómo reaccionar. No es que sus frases se repitan: que se repitan es parte de la fórmula del éxito. Es que se repiten sin parecer que son nuevas, y eso es letal: son viejas de verdad, sin tapujos, y ya nadie le cree y ya nadie se acerca a la esquina llevado de la nariz por una faja. Es como si el azúcar de su café fuese estricnina, y él lo supiese Por eso no se lo toma. Por eso le da vueltas a la cucharilla, como pidiendo clemencia.