MIRADA SORELA

La alegría de Carlos Pellicer

Apartado: Siete años de Blog

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Tarde Inesperada 2005
Encaustica sobre madera prensada 81x100cm

En casa de Carlos Pellicer, en el D.F., me aguardaba una de las aventuras más extraordinarias de todo un año de viajes: Aprovechando que los demás amigos invitados no llegaban, por alguna de las muchas razones que tal cosa puede suceder en una ciudad océano, me dediqué a buscar algo feo… sin encontrarlo. Ni siquiera feo: algo que no fuese armónico. ¿No es extraordinario? Haga usted la prueba: verá que no puede dar tres pasos ni girar la cabeza más de diez grados sin que lo feo le salga al encuentro como un impuesto por, simplemente, vivir. Lo feo, más quizá que el trabajo con el sudor de la frente, es una parte considerable del castigo impuesto tras la expulsión del Paraíso.

La aventura comenzó nada más bajarme del taxi, en Las Lomas de Chapultepec, y cruzar la verja: ahí sobre la hierba, depositados como al descuido por algún rayo de los muchos que caen sobre la ciudad cuando le da, se encontraban lo que parecían dos piedras, y lo eran, sólo que talladas por los toltecas, hace mucho, con ese don que tenían para la escultura moderna.

Y se desarrolló más tarde -bendita ciudad de México, que siguió reteniendo a los otros invitados durante horas- en el estudio de Carlos, que es como el ideal del cualquier pintor: en una remota esquina de la casa, toda una pared de ventanal inclinado mete en la casa el cielo de la ciudad, que ese día era americanamente gris y amenazaba tormenta. Nada que ver con el cielo marrón que por razones inconfesables tenía amenazada a la ciudad no hace tanto. Pero sí el mismo cielo atormentado que se puede encontrar en toda América, y hasta donde yo sé, sólo en América, que me recordaba los cielos bogotanos en los cuadros de mi también amigo Gustavo Zalamea (tengo uno que me alivia del deslumbramiento a partir de mayo en Madrid), y que desde siempre presta la mejor luz para mirar cuadros. Y esa mañana Carlos me los mostró, uno a uno, comentando algo de vez en cuando pero la mayor parte del tiempo en silencio: otra propiedad del Paraíso que ya casi no recordamos.

Unas obras que de un modo misterioso dialogaban con ese y otros paisajes de México, y tan extraordinarias como las que le he pedido a Carlos para inaugurar la galería de esta página que hace parte, sin duda, de «Diálogos».

En aras de la verdad, he de decir que sí encontré algo un poquito chirriante en la casa de Carlos. Pero fue al final del día y tras rebuscar mucho: una pequeña escultura de Botero que representaba a un marinero, todavía no gordo del todo pero ya apuntando banalidad. El hecho me alivió, pues significaba que Carlos y Julia siguen siendo humanos, y les alcanzan las modas, así sea en una esculturita. Aunque todavía, pese a años de amistad, no conozco el color de los ojos de Julia: Siempre está sonriendo y sus ojos son dos rayitas. Siempre. Su sonrisa hace parte de una alegría que se desprende de toda la casa, tal vez un poco contagiada por los cuadros. O al revés.

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