MIRADA SORELA

Entrevistar a una máscara

Apartado: Diálogos, entrevistas e invitados

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p.S
Wallraff, el periodista, el ejecutivo, el obrero turco.

Diálogos/El disfraz

«¿Cómo entrevistar a una máscara?», es lo que con toda probabilidad uno se pregunte si ha de entrevistar a Günter Wallraff, el hombre que ha convertido el disfraz en un instrumento, no para disimular sino al contrario para averiguar la verdad. Y no hay tal: Wallraff -o al menos así fue ese día conmigo, hace años-, se muestra particularmente desnudo, desnudo de máscaras si se entiende lo que quiero decir. Esto es, alguien tan agotado por sus esfuerzos ya legendarios en el arte del disfraz que en la vida diaria, alejado del frente, se muestra más de verdad que nadie. Un duro -quien lo dude, que eche un vistazo así sea a una sola página de su biografía-, pero al tiempo alguien tocado, febril y hasta malherido por lo que no ha podido dejar de ver y (esa es la novedad entre los testigos) también vivir. Alguien sin tiempo para andar disimulando.

Aún así, sigue el problema: ¿como entrevistar a alguien precisamente por su dominio de la máscara? Pues en contra de lo que se podría pensar, es un caso abundante. Es casi el primer obstáculo que ha de enfrentar el entrevistador: por lo general la gente entrevistable domina la máscara y ha hecho de ella su profesión o al menos una de sus habilidades. No otra cosa hace un cantante, un político, un actor o un escritor ganador de premios: gente experta en la representación, que sabe lo que hay que decir para seducir al periodista, uno de los responsables y quizá el principal de seguir prolongando esa imagen ganadora. Y lo primero que hacen los entrevistados es fingir simpatía e igualdad: «somos iguales, somos colegas», le transmiten al periodista hasta con palmadas en el hombro y lenguaje corporal. Y el periodista, al margen de lo novato que sea, se lo suele creer porque, habituado a vivir entre brillos y titulares, le han atacado por su lado más vulnerable, la vanidad.

Wallraff es otra cosa. No sólo porque la vanidad parece desplazada junto a él -ese tipo de vanidad- sino porque la dirección, la intencionalidad de su máscara es otra. Los entrevistables (llamémosles así) se trabajan la máscara para incrementar su imagen, esa moneda fuerte en el mercado de divisas de nuestros días. Él trabaja sobre la máscara porque ella y sólo ella le permite averiguar lo que hay debajo de apariencias construidas con solidez, dinero y constancia: Lo que hay detrás de la prestigiosa marca Volswagen, por ejemplo; o tras el periódico Bild Zeitung, que en su día provocaba hasta manifestaciones de protesta de gente agraviada por su interpretación de la libertad de imprenta; o en las cárceles griegas cuando la dictadura en calidad de preso político voluntario; o de Alí, un obrero turco inmigrante vestido con mono azul, y para mostrar que el precio de serlo en Alemania puede ir hasta someterse a experimentos con radiación nuclear. Todas esas misiones le han convertido en un marginal dentro de la sociedad alemana (aunque venda miles de ejemplares; varios millones de Cabeza de turco) hasta el extremo de que, al menos cuando realicé esta entrevista, tenía que vivir fuera de su habitual barrio obrero y lleno de inmigrantes pues la presión dentro era excesiva. Pues como con la bruja de Blancanieves, pocas sociedades aceptan -y tampoco la alemana es excepción-, verse confrontadas a un espejo real.

Parece un exótico, un extravagante del periodismo y de la sociedad rica occidental encantada de conocerse… pero quizá no lo sea tanto. Quiero decir, ¿de verdad es tan delirante su teoría? En un mundo construido por gabinetes de prensa y de imagen, de asesores y web-masters que aprenden a domar el flujo de las resonancias en nuestra sociedad de reflejos, ¿tan delirante resulta que alguien pretenda desmontar todos esos disfraces con otro, así sea el muy sencillo de un periodista amarillo o el más humilde aún de un obrero turco con lentillas negras para teñir sus ojos azules? Por qué el periodista habría de ser el único en renunciar al disfraz, sobre todo si al final se encuentra el compromiso de revelar la verdad, o al menos la verdad conseguida con la máscara. En un mundo de disfrazados, por qué la máscara de quien se la pone a la vista de todos -como en una Teoría del Distancimiento de Brecht, con la que por cierto su método conserva no pocas afinidades- por qué ese disfraz sería más ilegal que otros, o tan siquiera más inverosímil.

La entrevista en estilo indirecto, y en este caso sin casi frases textuales, no es sino una consecuencia más de ese juego de representaciones. El supuesto realismo del estilo directo se me antojaría en este caso particularmente equívoco; siempre faltaría algo en la supuesta reproducción textual de lo hablado: justo eso que él pretende rellenar con la escritura del disfraz. Pues no es la apariencia de realidad lo que busca desvelar Wallraff sino justo lo que se esconde bajo ella, más afín, me parece, con la narración que con la representación. La narración llega allí donde la representación no puede.

Pese a todo lo cual se mantiene la pregunta: cómo entrevistar a alguien que ha llevado la máscara al virtuosismo.

Mi conclusión fue: con preguntas sinceras, y aprovechando que el tigre descansaba.