Diálogos/ El silencio
Lo que recuerdo sobre todo de la entrevista con Nathalie Sarraute es el silencio, ese con el que me respondió cuando le pregunté por su soledad. Quizá por eso clausura la entrevista, como un subrayado, pese a que no fue ni mucho menos su última respuesta. Algo un poco injusto porque se trataba de una mujer muy cortés, nada estirada, en apariencia escéptica sobre su propia reputación, y desde luego alérgica a llamar la atención, fingir emociones ni hacerse la interesante.
Pero si se mira la entrevista de cerca, se verá que toda ella está envuelta y determinada por el silencio. Como quizá todas ellas, de acuerdo, pero en este caso más. A fin de cuentas la conversación se realizaba para un periódico de gran tirada, a propósito de algo tan marginal y ajeno a las grandes tiradas como el Nouveau Roman. Algo ajeno incluso a la noción misma de titular, de noticia, de cinco preguntas, en fin, sería difícil encontrar algo más ajeno al periodismo como el Nouveau Roman: el intento de una serie de escritores de la posguerra de -si se me permite la simplificación- acabar con las bases de la novela, el género burgués por excelencia, y en particular con la «trama» y el «personaje». Y entendiendo burgués -una visión esencialmente marxista, como se ve- como el régimen social del que terminaría por salir, casi ineluctablemente, la aberración fascista y con ella Auschwitz. Así que, aunque puede haber grandes diferencias entre ellos e incluso en la propia obra de un autor al comienzo y al final de su carrera, véase Marguerite Duras, en líneas generales las obras del Nouveau Roman pretenden proponer nuevas formas de contar al margen de los citados personaje y trama.
Pero el Nouveau Roman era el eje de la entrevista y sólo podía ser ese: no había manera de eludir el tema con Nathalie Sarraute, una autora de prestigio entre gente informada y que, anciana y sobria, por alguna autoridad recóndita inspiraba no poco respeto y desde luego ni la más mínima tentación de frivolidad. Y al tiempo el Nouveau Roman no podía ser el eje porque es muy difícil comunicar ciertos conceptos en periodismo y el medio es la antítesis misma de ese concepto. Me recuerda la vez en que un amigo científico se empeñó en publicar en el periódico un artículo sobre la Teoría del Caos. «No se puede, es un concepto demasiado complejo para un periódico», me dijo amablemente Malén Ruiz de Elvira, la responsable del suplemento de Ciencia en EL PAÍS, y así lo transmití yo. Mi amigo se empeñó, escribió numerosas versiones de su caótica teoría con un empecinamiento digno de mejor causa, y al final, con tal de librarse de él, le publicaron un artículo que ríete tú de la poesía hermética. O sea que resultó verdad: no se podía.
Ahora bien: ¿No es ese, el silencio, el escenario y protagonista de casi cualquier entrevista? Al fin y al cabo, a la postre toda entrevista es como un desesperado intento de comunicación entre dos desconocidos en un tiempo muy corto y en un escenario a menudo ajeno -un hotel, por ejemplo-, y rara vez se da ese milagro de la seducción necesaria en la entrevista de cultura (véase «seducción»). Pero con milagro o sin, toda entrevista trata de algo ajeno al periodismo, y que no siempre puede adelgazar para caber por la puerta. De hecho, salvo determinadas realidades que parecen haber sido inventadas para entrar por esa puerta más que otra cosa -el discurso político, por ejemplo-, lo demás difícilmente encaja, a no ser que se simplifique mucho en unos pocos símbolos y palabras clave: el fútbol suele hacerlo.
O sea que esa es la realidad, el silencio que acecha a entrevistado y entrevistador, y de ahí que sean tan importantes las pausas y vacilaciones, la cadencia, el baile de la conversación que casi nunca recoge la entrevista, y que por razones que ignoro tampoco aparece, o aparece falsa, en la entrevista audiovisual.
Y no es la entrevista en estilo directo la que puede dar ese baile, con los consabidos paréntesis que apuntan risas o toses, y que tan artificiales resultan. Una vez más es el estilo indirecto el que puede dar ese baile de los silencios, o lo que es lo mismo un narrador que ha sabido comprenderlo y lo expresa a su manera en una narración. La narración de un encuentro.