MIRADA SORELA

El peligro del «holamanoleo» con los periodistas

Apartado: Siete años de Blog

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El reportero Tintín evitaba la peligrosa proximidad de los ministros.

Este hombre ya no sabe si dirigirse al Este o el Oeste del coctel. Ha perdido el Norte, la brújula. Es difícil saber exactamente desde cuándo -depende de lo que se mida-, pero el punto crítico ha sido desde que le han dado una columna donde se cita a veces a gente y un cargo intermedio en un periódico que tampoco es el más poderoso. Desde entonces la gente se le acerca para saludarle y festejarle como si hubiese ganado un premio. Es más: tras darle una palmada en el hombro, algún ministro le ha dicho: «¡Hola Manolo!». En realidad no se llama Manolo (preservemos su anonimato), pero ustedes ya me entienden.

Es pues un hombre en transición. Como casi todo el mundo en España, pertenece a la gigantesca clase media que acude a los grandes almacenes a comprar en rebajas y el regalo del Día de la Madre, es de un club de fútbol como los árboles son de la tierra y, a los cuarenta y cinco años, va por su tercer o cuarto coche, posee una casita en la Sierra Pobre de Madrid y está a punto de terminar de pagar un piso con salón comedor y tres dormitorios en el distrito de Hortaleza. Y lo que demuestra que ha subido es que es el primero de un largo linaje de campesinos con un título universitario.

Un montón de buenas noticias, como se ve, aunque en ninguna de ellas estaba previsto el «Hola Manolo» del ministro y la palmada, que de golpe le sacan del camino ya recorrido y el previsible y le colocan en otro sitio, como fui viendo con claridad en mi novela «El sol como disfraz». No sólo a él. En un tiempo en que las mujeres van a ocupando las redacciones a la misma velocidad que los tribunales y los quirófanos, también a la cronista en las Cortes: un día, como si su cara fuese el plató neutral de una televisión para un debate, el presidente del Gobierno y el líder de la Oposición se sienten autorizados a besarla en las dos mejillas, como se hace en España hasta con el bombero de urgencias. Y de la experiencia esa chica, que también pertenece a la gigantesca clase media que incluye a las otras en España, de la experiencia ella tampoco se repone. Al igual que Manolo, pierde el norte, la brújula, y sus amigas del colegio retroceden un poco, intimidadas aunque un tanto curiosas.

Todo esto parece una tontería, un invento, una frivolidad, un excurso, un pretexto para rellenar un cometario, pero no lo es. El «Hola Manolo» del ministro es el saludo natural para el hijo de quien juega al golf con ministros desde antes de que lo sean, y los besos en las mejillas con presidentes y candidatos están previstos para la hija de un potentado con media docena de chimeneas encima de otras tantas fábricas. Se diría que son situaciones muy distintas, y sin embargo no lo son tanto: con su poder efímero de columnista o de cronista política, los dos reporteros se han igualado con la hija del potentado, que por muchas fotos que le tomen, muchas brujas que le lean la bola y espejos que consulte, jamás sabrá si ese chico que quiere llevarla al Baile de Debutantes está interesado en su mirada perturbadora cuando baja un poco los párpados o en las chimeneas de su padre. Y ese vertiginoso ascenso social se ha conseguido con una sencilla palmada en el hombro o un par de besos para los que ninguna asignatura prepara en la facultad.

Así que, entre palmada y palmada y saludos de besito, el periodista va perdiendo noción de la realidad. Preso del síndrome del holamanoleo, o de los besos, termina por considerar normal que un banco pague los hoteles de su luna de miel o que los propietarios de su periódico le pongan en la puerta un coche de banquero, para que lo use. Cuando en un periódico muchos periodistas consideran natural saludarse de tú con los ministros, los tiburones de la bolsa o los directores de cine, da igual, supongo que ha llegado el momento de leer otro.