Diálogos. Teoría de la entrevista
Es más que probable que él no estaría de acuerdo, pero intuyo que Georges Duby fue uno de los grandes revolucionarios de nuestro tiempo. Ahí es nada: mirando desde la Edad Media, intuyó que la Historia no la escriben los reyes y cardenales, y en alianzas en camas con dosel entre príncipes guerreros y princesas melancólicas, sino la gente del común. Y que las revoluciones no existen -de ahí su desconfianza-, sino que se trata de lentos y profundos procesos de los que luego sólo vemos las puntas, como titulares en un periódico, y es lo que enseñamos a los chicos en los colegios.
Así formulado -de una forma, lo sé, muy superficial-, suena más bien fácil. No lo fue y, pese al optimismo de la entrevista que propongo de nuevo, no lo es aún. Duby dice en ella que ya han sido conseguidos los objetivos de la escuela de los Annales, la revista que en su día marcó una raya en la historia de la historiografía, y ahí están no pocos libros, suyos y de otros «neohistoriadores» (¿se puede decir así?). Y entre otras, obras tan conocidas como la «Historia de la vida privada», escrita por muchos, como es obvio, que él dirigió. Pero como tantas otras cosas, no parece que el optimismo de hace unos cuantos años sea hoy tan inevitable. Pues no es tan fácil colocar en su verdadero sitio a la gigantesca, la descomunal industria de los productores de notas a pie de página -tal vez más grande que el mismísimo Bollywood-, ni tampoco la mentalidad triunfadora triunfante, sobre todo en España, que mide la realidad en precios, records, premios, sentencias, votos y goyas u óscares -una mentalidad de justa medieval, que no ha cambiado desde entonces-, sin darse cuenta de que el cuento es otro.
Entrevistar a Duby conllevaba el desafío más clásico de la entrevista cultural: cómo puede un ignorante entrevistar a un sabio. Una relación que se da siempre, incluso en el remoto supuesto de que el ignorante no lo sea del todo y se haya preparado algo, lo que hoy permiten rara vez los procesos industriales que comienzan a darse en los medios. Y que a su vez son una extendida coartada entre los periodistas mediocres. Supongo que el éxito de la entrevista -esto es, que interese a los lectores y la comprendan- depende de que las teorías expuestas no se excedan en ambición. Sin duda alguna, que el periodista tenga una idea de lo que habla y de a quién interroga, algo que no está garantizado en las entrevistas de Cultura. Que no pierda de vista el objetivo de seducir a los lectores, igual que si entrevistase a un cuerpo con una sonrisa… sólo que entrevistar a un sabio es más fácil, pues este tiene algo que decir. Y que el entrevistado no sea un oscuro pedante insoportable y con alitosis que se lo ha creído. También abundan.
Lo cual no fue el caso. Recuerdo muy bien que después de entrevistar a Duby pensé una vez más que entre las pistas para detectar a los verdaderamente grandes figuran su sencillez y la facilidad con que se ponen al nivel de quien les habla. Así las cosas, Duby era uno de los más grandes que he conocido.
Sólo que él no se reconocería en este lenguaje bombástico.