Diálogos / La rueda de prensa
Puede ocurrir que el periodista se sienta celoso de la multitud y desee haber estado a solas, aunque fuese media hora, mejor una entera, con su protagonista. Y que considere el encuentro en la rueda de prensa como una ocasión fallida, otra historia no escrita. A mí me ocurrió con Rosa Chacel, una anciana de entonces 89 años que irradiaba vida, biografía e inteligencia cada vez que abría la boca. Una anciana a quien se le veían los viajes a distancia, como a veces sucedía por entonces con algunos españoles que uno se encontraba por ahí afuera.
Por lo general se piensa que una rueda de prensa es algo fácil, y más si se trata de una rueda de prensa triunfante, de las que tanto entusiasmo provocan en los medios y no sólo en España. En este caso era por uno de los premios institucionales de literatura. Una vez encontrada la dirección de su casa como el premio de una gymkana, los periodistas nos apretujábamos en su salón preguntando lo de siempre. Y es que las preguntas de una rueda de prensa están de algún modo dictadas de antemano, sobre todo cuando se trata de ganadores: de premios, elecciones, campeonatos, lotería, novias que son grandes herederas… Incluso cuando se trata de un personaje tan distinto como Rosa Chacel, una ocasión única para construir con ella un verdadero cuento real, que eso entre otras cosas es una entrevista: el relato de un encuentro, algo a caballo entre la narración y el teatro.
Yo tuve una vez un director bastante canalla pero buen periodista que cuando nos preguntaba qué teníamos para el día y le contestábamos que una rueda de prensa, nos decía: «Eso lo tengo yo también. Lo que te pregunto es qué tienes tú que yo no sepa». De modo que, como un dibujante cuya misión fuese la de realizar un dibujo realista pero personal, y no una fotografía, el cronista de la rueda de prensa ha de encontrar en el mar de lugares comunes algo con lo que construir una historia que no sea la habitual postal que por lo general publican todos. Las dificultades son muchas y casi insalvables. Casi nunca -aunque alguna vez sí: cuando un periodista se roba la rueda de prensa- tiene la oportunidad de establecer la conexión personal, llevar a término la acelerada seducción mutua que es la condición para la buena entrevista. Además no suele poder localizar un hilo y tirar de él para construir una historia, al margen del pastiche, pues los demás periodistas estarán pugnando por lo mismo. Y, como en el juicio a un asesino, deberá conservar la cabeza fría para no dejarse llevar por entusiasmos retóricos: «el más grande», «el número uno», «el premio al retratista de la condición humana»… en fin, todos esos Resultados con los que muchos periodistas sienten que han resuelto sus crónicas.
O pueden asaltarle inesperadas perturbaciones. A mí me sucedió con ocasión de un encuentro con Ramón J. Sender, el estupendo escritor republicano exiliado en Estados Unidos tras la guerra y olvidado hoy para nuestro sonrojo (recuerdo que yo traje de contrabando por encargo un ejemplar de su prohibido Réquiem por un campesino español), que cuando regresó una vez a España dio una única rueda de prensa en un hotel de Madrid. Y fue interesante y la recuerdo bien, pero también recuerdo como si los tuviera al lado los efluvios de una guapísima actriz de la época, que se había sentado a mi lado y me sonreía cada vez que yo me giraba a mirarla como si fuese a comentar una respuesta de Sender sobre el destino de la cultura en Occidente.