¿Quién es? No le conozco. O mejor dicho. No le conocía hasta ahora. Pesa. Y ocupa mucho espacio. No me gusta. No le quiero cerca. Y menos ahora que ya no estás aquí conmigo, papá.
«No habrá un solo día de tu vida en el que no me sientas ahí cerca, acompañándote», me dijiste unos días antes de morir. Y de momento tienes razón. Pero no sé si es suficiente. Te siento presente, pero te quiero cerca. Quiero poder tocarte, olerte, escucharte… y sé que eso ya no será posible.
Este dolor me quita mucho espacio y te tapa. Me cuesta verte cuando está tan cerca. Muchos que le conocen me dicen que no le de la espalda y le acepte. Que puedo aprender mucho a su lado. ¿Y qué quiere decir eso?
Yo no quiero aceptar que no voy a volver a verte. Que no voy a volver a escucharte descolgando el teléfono con un «Hola saltamontes!», o explicándome cómo se enciende una chimenea, o describiéndome muerto de risa y de ternura la cara de terror de tus estudiantes al pedirles uno de tus ejercicios, o simplemente mirándome con esa indescriptible mirada de padre.
No quiero aceptar que Adelaida y Olivia no van a jugar contigo a dibujar monstruos comepiedras. O a escucharte pedirles cuando usaran una palabrota que dijeran lo mismo de cinco maneras diferentes, como hacías conmigo.
No quiero aceptar que no voy a volver a verte. Pero sé que tengo que hacerlo. «Hay que aprender a irse», me decías con la convicción del que ya lo aprendió. Pero es tan difícil cuando el que se ha ido eres tu…
Sé que ahora soy yo la responsable de aceptar tu muerte y reaprender a vivir. A tu lado, por supuesto. Pero sin buscar fuera, sino dentro. Porque sé que estás en mi, y por eso no morirás nunca. Ahora solo necesito encontrarte aquí dentro. Y disfrutar de ti. Esta vez para siempre.
Te quiero papá. Gracias por enseñarme tanto. Por cuidarme tanto. Y por tu amor. Incondicional. Y no es un tópico. Es lo que siento. Tu mejor herencia: Puro amor.