Sastrería / Velocidad
No conozco ningún proceso de toma de decisiones más cuantioso y más rápido que la escritura. La escritura creativa. Aunque no lo sé, sospecho que ni siquiera el ajedrez, que es famoso por ello y lo ponen a competir con ordenadores. Así las cosas, ¿no es llamativo que la escritura -periodistas, poetas, cuentistas…- pase por un oficio de más o menos vagos? Todavía hoy, una abuela preferirá antes a un ingeniero que a un poeta como marido para su nieta, pues el ingeniero le parecerá más serio. Mucho más. La abuela no tendrá en cuenta la velocidad con que el poeta toma decisiones. Los números le parecerán más importantes que las palabras, y no veas los adjetivos. (Lo cual tiene una explicación filosófica pero este no es el sitio).
Este no es un análisis científico, con estadísticas y curvas, ni falta que le hace. Es tan solo intuitivo, igual a como es la escritura. ¿Por qué en el párrafo anterior he escrito «más cuantioso y rápido» en lugar de «más numeroso y veloz? Pues de toda evidencia porque me ha gustado más. Y lo que interesa aquí es que la decisión ha sido tomada a mayor velocidad que un Ferrari en las 24 horas de Le Mans. Si nos fijamos veremos que la sucesión de decisiones no se refería solo a esos dos adjetivos, sino a la frase entera, al tema de este artículo, a la decisión de escribir… etc. Y de ese conjunto ciertos teóricos sacan un montón de conclusiones, lo que alguna vez afortunada conforma una «crítica».
La toma de decisiones en cuestión no se refiere solo a esta o aquella palabra. Más decisiva todavía es la decisión que el autor toma respecto a la velocidad misma a la que va a tomar las decisiones. Esto es, ¿va a escribir rápido o lento? De mis tiempos de periodista real -esto es: los que están en las redacciones- guardo el recuerdo del agobio por tener que escribir rápido. Uno volvía de una información, digamos, a las cinco y media, y tenía que haber escrito la información para la primera edición, sobre las siete. No había mucho tiempo para elecciones de adjetivos (entre otras cosas porque los adjetivos están proscritos, o estaban, en el periodismo de a pie). Y cuando el periodista se sentía bloqueado, mi jefe le decía: «Tú vete escribiendo y verás cómo sale». Y así era, con lo que se deduce que unas palabras arrastran a otras. El problema es que si el escribiente se deja, lo que le sigue a voraz es incendio, a pistoletazo sigue de salida, y a marco lo que le pide el cuerpo es incomparable. Lo cual resulta imperdonable (y perdón por el ripio). Se concluye que el desafío es escribir con cierta rapidez… bien.
Pero ¿cuánta, cuánta rapidez? Porque velocidad no significa lo mismo para un periodista que para Gustave Flaubert, que consideraba un éxito dar por terminada una página en dos semanas de trabajo en jornadas de minero, como queda atestiguado en su correspondencia. Se dirá que él escribía como un orfebre, que escribía arte, pero eso se contradice con Victor Hugo, alguien que hoy casi nadie discute, que en un día escribía un verso, al día siguiente se obligaba a escribir dos, al siguiente cuatro… verá qué rápidamente se llega a cifras inmanejables. Se ve que Victor Hugo escribía poesía a la velocidad con que respiraba.
¿A qué conduce esta discusión, que no lo es? A nada. Quizá tan solo al consuelo de constatar que escribir adjetivos es más difícil que escribir números, que a fin de cuentas vienen dictados por la lógica, la fatalidad. No hay forma de escapar de esos versos de números, no hay elección posible. Con palabras, en cambio, interviene la libertad.