El profesor cogió la hoja de examen del alumno, lo miró por los dos lados, buscando algo, y preguntó:
– ¿Y tu compañer@?
– ¿Mi compañer@?, preguntó el alumno, y miró alrededor, como buscando ayuda. No la había. «¿A qué se refiere?».
El profesor lanzó el medio bufido que se lanzan en esos casos.
– ¿No sabes que debes presentarte a los exámenes con un@ compañer@?
No, el chico no lo sabía. «Pensaba que era para los trabajos», dijo.
– Otr@ individualist@, dijo el profesor y trazó sobre el examen del alumno un garabato.
Y gracias a ese garabato, y a la filmación de la cámara de seguridad que se pudo recuperar, podemos fechar cuándo comenzó todo. El punto de inflexión. El clic, pues los signos lo venían anunciando desde hacía tiempo.
Muchos signos, para entonces ya muy evidentes: la gente viviendo en cajas de zapatos, con apenas una única ventana blanca al exterior en la que aparecían siempre las mismas historias, anuncios, telediarios. Una moda que por primera vez uniformaba al mundo, primero con corbatas y luego con los mismos vaqueros en Nueva Dehli, Lagos, Kaohsiung, Tunja, Albuquerque y Lyon (y los mismos problemas de esterilidad e impotencia a causa de las apreturas). El cambio de las canciones medievales y Beethoven por tres o cuatro notas de tamtam. El chantaje a todo el mundo para que aprendiese un inglés apto para encargar pizzas, tacos, hamburguesas y rollitos de primavera, so pena de no conseguir trabajo ni de limpiador de mesas. Y la transformación de los juicios, los laboratorios, las encuestas y la agricultura, de todo un poco, de modo que la vida pareciese una telenovela y al tiempo algo que se pudiera resumir en «hemos ganado». Así: «hemos», un nosotros colectivo que sirviese de refugio en los domingos de aburrimiento y soledad, una palabra tan temida -soledad-, pero tanto, que fue una de las primeras en irse proscribiendo del lenguaje con la vieja superstición de que lo que no se nombra no existe.
Los primeros en pillar que suprimir palabras tenía premio fueron los políticos y los periodistas oportunistas capaces de identificarse con la nueva muchedumbre: darles la razón, hacer de las leyes gramaticales una moda y convertir sustantivos, verbos y gerundios en adjetivos. Y sobre todo ir suprimiendo palabras y en todo caso agruparlas en signos muy elementales que la gente exhibía como resúmenes de sí mismos, proclamas de su modo de estar en el mundo: marcas de ropa, toros, panteras, uniformes de equipos deportivos, águilas, colores o estrellitas para usar en banderas o en tatuajes, una forma ésta, los tatuajes y uniformes, de ahorrar en palabras y reagruparse en tribus como ya se había hecho al comienzo del comienzo para defenderse del miedo a la noche y la inmensidad en torno a un fuego. El chino redujo en varios miles su número de vocablos, para poder exportar más, a más sitios, artefactos más sencillos, y el árabe adoptó el abecedario latino: antes utilizaban unos signos muy raros, alineados en una escritura elegante pero vulnerable a todo tipo de interpretaciones y se perdía mucho tiempo en discusiones.
Y las parejas, cada vez más limitadas y comprimidas por las viviendas-caja de zapatos, se vieron obligadas a ir suprimiendo inutilidades: ¿para qué saludarse? ¿despedirse? ¿desearse las buenas noches? ¿preguntar me quieres? Todo eso se fue dando por sabido, y las opiniones políticas, y las historias de la familia, y los «te quiero» o «te detesto» y se fueron sustituyendo por gruñidos y luego signos de la mano, de forma que dos manos haciendo «t», por ejemplo, querían decir «corta el rollo que ya me lo sé». Y así.
Sí, todo eso explica que, a partir del examen aquel, en el primer cuarto del siglo XXI, el hombre fuese desarrollando primero dos cabezas y luego cuatro patas, y así hasta crear los seres colectivos de hoy. Necesidades de la evolución y puro progreso: Ahora el voto de cada cual vale por cinco, nueve o catorce ciudadanos, según el número de cabezas que le hayan salido y esté más o menos evolucionado, y cuando alguien elige una ropa, la elige para tres, nueve o veintitrés personas al tiempo. Los estudiantes ni se imaginan, contestando consignas a coro en los exámenes, como hacen, que hubo un tiempo en que cada cabeza tenía que contestar por su cuenta, y en algunas ocasiones, incluso, después de haber pensado. ¿Se imaginan? Era mucho esfuerzo. Ahora es mucho más cómodo y práctico y rentable, y ayuda al funcionamiento de la sociedad. Seguimos ganando.