DICEN DE ÉL

Elogio personal

Apartado: Despedidas

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José Luis Dader

Querido Pedro:

Perdóname el atrevimiento de intentar yo hacer aquí, ante tu familia y el resto de tus amigos, el elogio público que te mereces. Una vez te leí decir que ya no se hacían elogios en el adiós a la altura de los anAguos. Y eso me ha llevado a consultar a Homero. Y a recordar con él el homenaje final que Aquiles dedicó a su amigo Patroclo.

Demasiada sería mi osadía si quisiera disfrazarme de él y aproximarme siquiera a la furia demoledora de aquel héroe que perdió a un amigo. Aunque mi tristeza sea igual de profunda. Pues así me siento yo ante la ausencia de quien tanto he aprendido a lo largo de muchos años. De quien tanto hemos aprendido todos.

Desde esa actitud y conmocionado como cuantos han sido testigos y lectores alguna vez de aquel lamento literario genuino, me permito tan sólo robarle dos versos al clarividente ciego para describir con él, ante este auditorio, que…

Regadas de lágrimas quedaron las arenas, regadas de lágrimas se veían las armaduras de los hombres.

Querido Pedro: Toda la tristeza que nos ahoga tiene sin embargo la compensación de los múltiples tesoros que nos dejas. Todo lo que pensaste y quisiste decir al mundo se queda con nosotros, nos acompaña y nos hace sentirnos menos huérfanos de ti. Además de en Inés y en tus nietas tu vida renace replantada en cada uno de los que tuvimos la suerte de compartir momentos intensos contigo, con la lectura de tus textos y tus dibujos y con la lectura de textos de otros grandes literatos que nos enseñaste a descubrir.

Nos ha hecho ‘sorelianos’ a muchos. Y esos muchos ya no podemos contentarnos con las rutinas, los tópicos y los éxitos-más-vendidos. Gracias a ti, una pequeña comunidad nos hemos acostumbrado a buscar y reclamar la extra dimensión que trasciende lo cotidiano. Tras tu adiós ese círculo inicial empieza a crecer profunda y extensamente, mucho más allá de los éxitos facilones del mercado. Tu grano de mostaza, poderoso y distinto, germina a partir de ahora en tantos; no sólo por la belleza de tus textos y la ejemplar rebeldía de tus ideas, sino a través también de los constantes reclamos que tu espíritu, ese sí indestructible y pegado a cada uno de nosotros, nos sigue haciendo en nuestro deambular entre lo diario.

Querido Pedro: Una amiga tuya me decía no hace mucho que tus defectos no habían sido más que tus propias virtudes exageradas. Y una de ellas fue sin duda la rapidez y la impaciencia. Tenías prisa… Por aprender, por disfrutar, por descubrirlo todo. Asediabas a preguntas a quien pudieras intuir que disponía de respuestas éticas, estéticas, sociales o políticas que tú aún no hubieras encontrado. Y por eso mismo odiabas la calma chicha de la rutina. O del convencionalismo. Siempre había que salir a buscar más, a sentir más. Y como siempre decías, a mirar de otro modo. Y no aceptabas ningún pacto con los falsos hallazgos: las soluciones de catecismo, las clases con partitura, el arte de fórmula de mercado, los movimientos sociales políticamente correctos.

Me dijiste en más de una ocasión que tenías prisa por seguir leyendo. Que aún te quedaban muchas grandes escrituras por leer, o por volver a saborear en otro momento y de otro modo. Y también por escribir tu propio reciclaje de cuantos posos de belleza y pensamiento ibas sedimentando. Y que la vida es muy corta, me decías, para cuantas maravillas nos quedan aún por incorporar a nuestro espíritu.

En ese trasiego vertiginoso tuyo me invitaste a disfrutar de grandes autores; algunos de los que todos habíamos sabido algo desde lejos, pero que arrinconados en los manuales escolares ya no alentaban nuestros cerebros, y en cambio tú los recuperabas frescos y reverdecidos. Otros más recientes y desoídos habían quedado incluso borrados por los Aranos del gusto efímero y tú nos los descubrías a quienes aprendimos contigo la diferencia entre una novela eficaz y un escritor de visiones genuinas y tocado por la gracia de un ritmo prodigioso.

En las últimas semanas me habías descubierto una de estas joyas; y yo la leía con fruición para comentar luego entre ambos cada frase memorable o algo de la nostalgia del mundo en ruinas que describía, al referirse a Europa como una cultura soñada que cada vez se aparta más de sus mejores modelos. Pero ya no pudimos hablar de todo ello. Tú que tanto escribiste sobre las despedidas has tenido que despedirte mucho antes de lo que hubiéramos querido. Tantas charlas y discusiones han quedado pendientes que todavía pienso que va a sonar el teléfono y vas a decir, ¿qué te parece esa nueva miopía de nuestro periodismo? O ¿qué piensas de lo último de Puigdemont? Y de igual modo creo que les ocurre a tantos compañeros y ex – alumnos tuyos, a cada uno de tus amigos y familiares.

Querido Pedro: La obra que nos dejas demuestra que la vida eterna no se tratará en tu caso de ninguna metáfora, mientras quienes hemos tenido la satisfacción de conocerte sigamos siendo tus testigos y tus heraldos.

Pero tu espíritu iba tan «raudo y veloz» –¡horroroso tópico que me tirarías a la cabeza!-, que tuviste que ir a encontrarte con Saint-Exupery, sin más demora. Y por eso, como nos señaló Huidobro,

«El pájaro de lujo ha mudado de estrella [… ] Las nubes se apartan para que él pueda pasar»

Querido Pedro: Tú que sabías disfrutar de la soledad has tenido que traspasar la soledad suprema, esa a la que todos llegaremos un poco más tarde y quizá no tan lejos. Tú que tanto escribiste sobre las despedidas has tenido que despedirte mucho antes de lo que hubiéramos querido. Con tu despedida y en tu tránsito hacia la soledad también nos has dado un inmenso ejemplo. Una vez más hemos aprendido de ti, en esta ocasión a tener coraje, a eludir los autoengaños, a ser delicado con todos en el momento de las últimas palabras con cada uno.

Toda la tristeza que nos ahoga a tu familia y amigos tiene sin embargo la compensación de todos los tesoros literarios que nos dejas. Todo lo que pensaste y quisiste decir al mundo se queda con nosotros, nos acompaña y nos hace sentirnos menos huérfanos de ti. Además de en Inés y en tus nietas tu vida renace replantada en cada uno de los que tuvimos la suerte de compartir momentos intensos contigo, con la lectura de tus textos y tus dibujos y con la lectura de textos de otros grandes literatos que nos enseñaste a descubrir.

Nos ha hecho ‘sorelianos’ a muchos. Y esos muchos ya no podemos contentarnos con las rutinas, los tópicos y los éxitos-más-vendidos. Gracias a ti, una pequeña masa nos hemos acostumbrado a buscar y reclamar la nosecuántica dimensión de lo cotidiano que se trasciende a sí mismo. Tras tu adiós ese círculo inicial empieza ya a crecer profunda y extensamente, mucho más allá de los éxitos facilones del mercado. Tu grano de mostaza, poderoso y distinto, germina a partir de ahora en tantos; no sólo por la belleza de tus textos y la ejemplar rebeldía de tus ideas, sino también a través de los constantes reclamos que tu espíritu, ese sí indestructible y pegado a cada uno de nosotros, nos sigue haciendo en nuestro deambular entre lo diario: ¡qué habría dicho Pedro de esto!, ¿cómo habría organizado Pedro esa cena?, ¡lo que habría disfrutado Pedro en esa iglesia de aldea que no aparece en las guías de turistas-borregos, o mirando esas bonitas piernas!

Cada uno de nosotros va a seguir gracias a ti recreando su alrededor de otro modo y seguirás conversándonos y hasta gruñéndonos sin pausa porque bastará abrir alguna de tus páginas para estarte reencontrando. De manera que la vida eterna no se tratará en tu caso de ninguna metáfora, mientras quienes hemos tenido la satisfacción de descubrirte sigamos siendo tus testigos y tus heraldos.

Descansa en paz, Pedro.