DICEN DE ÉL

Pedro Sorela, el poeta

Apartado: Despedidas

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«La escritura como consecuencia», por Montse Morata

«La ruta hacia el desierto no es otra que la de un lento despojamiento para dejarnos en lo esencial: el viaje», escribió Pedro Sorela. El viaje como revelación y la mirada como escritura que él concebía en forma de sugerencia, como una geografía de palabras con la que iba trazando un lenguaje propio al margen de todas las fronteras que combatió.

Heredero de Saint-Exupéry, al que me descubrió, compartía con el escritor francés la idea de que «no hay que aprender a escribir sino a ver. Escribir es una consecuencia». Por eso ambos dibujaban, como una escuela de la mirada donde los ojos son el instrumento de la conciencia creadora. Los dos defendían esa mirada que transforma la realidad para desvelarla, para esquivar el espejo de la apariencia tras la máscara, como evocaba Pedro Sorela en su novela y ensayo sobre periodismo ​El sol como disfraz.​ Una mirada que tanto en la literatura como en el periodismo busca lo extraordinario, busca el matiz a través de una curiosidad que desvela lo inesperado para extraer media verdad en la mentira, tras la apariencia. Por eso a Pedro Sorela le gustaban los pájaros, los dragones que se esconden tras las nubes, los árboles de línea clara que, como sus dibujos y caligrafías, proponen una visión del mundo, como las viñetas de Tintin o el piano de Erik Satie, como los barcos que él solía dibujar entre llamas, sin concesiones, de un solo trazo. Como la Historia de las despedidas​ que siempre fue su escritura, y su biografía.

Dibujaba la tormenta, de la que decía que es lo que cambia el paisaje, y por resumir todas las facetas que reunió yo diría que fue un poeta, pero enseguida me corregiría para decirme que eso por sí solo no significa nada. Enseñaba a huir de las etiquetas, de las grandes palabras, de las cáscaras vacías que pensaba que eran los lugares comunes. Pero insistimos en que fue un poeta y no sólo porque entendiese la escritura como sugerencia y ritmo, con esa economía del lenguaje y esa tensión hacia la exactitud de la imagen poética. Era un poeta porque, en el sentido primordial de su etimología, poeta es «el hacedor, el que crea», un significado incluso anterior al nacimiento de la escritura. Poeta es el que accede a la visión, el que nos descubre realidades que permanecían ocultas porque carecían de un lenguaje que las hiciera visibles.

«3 14 16 Desierto acercándose», Titulaba Pedro Sorela en uno de sus cuentos más sugerentes, dentro de ​Historia de las despedidas​, en el que formula su ideal de escritura coincidiendo de nuevo con Saint-Exupéry, en lo que ambos descubrieron en sus respectivos viajes al desierto, donde la tierra se desnuda, sencilla y profunda, para revelarnos lo esencial. Como si evocase la idea misma de la sugerencia, Pedro Sorela decía que una duna «es un punto intermedio entre la tierra y el agua, o quizá el aire» y que «ciertamente está viva». Sobre el desierto escribió que es «la tierra que se toma más tiempo y espacio para anunciarse», «y no por casualidad», sino porque en ella nos espera una revelación que cambia el propio lugar en el mundo: el infinito. El infinito no como abstracción sino como un silencio que no es, que engrandece al desierto, que está lleno de vida. Como la sugerencia. Y como la mirada poética que «suele encontrarse –decía– en los lugares más insospechados y menos en las poesías y otros lugares previstos». «La mirada poética –añadía– es algo que tienen los niños y que los adultos vamos sometiendo a canciones del verano, oficinas siniestras, programas de Gran Hermano, ciudades rectangulares, exámenes de a) b) y c), vaqueros y todo tipo de uniformes rebeldes, premios literarios corrompidos, matemáticas de solo números (…), pantallitas, muchas pantallitas, redes, contaminación… la lista no tiene fin». Sostenía que lo más importante para el creador es preservar la mirada poética de los poderosos enemigos que la acechan e insistía en que es algo que se debe afilar, sacarle punta a los ojos todos los días, como se hace con los lápices de dibujo. «Ése, siendo el más importante, es quizás el secreto mejor guardado». También lo es su fórmula del viaje como acto inherente a la creación, mirada que ve porque está fuera de contexto, del orden que nos aleja de la visión. Decía que «el viaje es lo que sucede detrás de los ojos, no delante, y al igual que la literatura hace posible que de nuestro mundo hagamos una creación».

«Entonces durante un tiempo se tiene la revelación del infinito. Y de su soledad», escribió Pedro Sorela tras el Sáhara. «Para cuando el alba borra frase a frase el cuento ancestral de la noche estrellada, el más bello por más sugerente, y deja sólo la uña de un dios escoltada por el lucero del alba, si algo sabe el viajero es que ya nada volverá a ser igual».