MIRADA SORELA

El fin de la soledad

Apartado: Sastrería

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Alguien que no sabe lo que hace llega desordenado a casa y, casi inconsciente, se pone a escribir. Quién sabe por qué, eso le calma. Días después le pilla desprevenido o vago la entrega de un trabajo para el colegio y, como recurso de última hora, decide presentar ese texto que, encima, le toca leer ante el aula. (El azar cargado existe). No sin misterio, la clase, que normalmente suena, va dejando de hacerlo. Y cuando termina, descubre que su auditorio le mira con curiosidad y un rarísimo silencio. «Y a este qué le ha ocurrido?», parecen preguntarse. No saben -él tampoco, aunque todos lo intuyen-, que acaban de asistir a un milagro, el de alguien que, muy pronto, ha encontrado lo que no se sabe si quiere pero de todas formas va a hacer en la vida: escribir. Qué, importa menos. Lo que importa es escribir.

Ese podría ser el comienzo de uno entre mil escritores. Quiero creer que, con suerte, hay tantos comienzos como escritores. Lo que en cambio empiezo a intuir es que, con el tiempo, el qué, qué escribir, va cobrando importancia para todos. Escribir, no por un azar del ánimo sino por una elección de la voluntad y de la idea.

A veces un joven me pregunta cómo se hace para dedicarse a la literatura. Y aunque estoy cada vez más inseguro de las posibles respuestas, lo primero que le pregunto es si lo que él quiere es ser escritor o ser famoso: ser como (…rellénese) Pues según he ido descubriendo, muchas veces se trata de lo segundo. ¿Por qué no habría yo de escribir, tono duro y diálogos eficaces en la jerga del momento, la novela de la juventud rebelde (que cada diez años suscita el cintillo «la revelación de la década» por parte de algún crítico, bautiza una generación con una letra, inspira película y tal vez serie, además de un montón de secuelas?) Mucho más fácil eso que convertirse en notario, diputado o, incluso, en hacker.

Pero el verdadero enigma no es ese, al fin de cuentas previsible: qué fácil es caer en el espejismo de los focos (como en el de la riqueza). El verdadero enigma es: ¿por qué no quiere dedicarse a la literatura? Eso que no falla nunca, y que siempre -siempre- se renueva con éxito y camino por el que es posible volver tantas veces como se quiera? ¿Por qué no hacerse amigo, pues de eso de trata, de los diez, veinte, cincuenta o cien escritores que van a hacer de la vida algo más, mucho más interesante? Recuerdo muy bien la época en que todo el mundo leía,  o por lo menos no confesaba con facilidad que no estaba leyendo nada. Hoy no quedan muchos pero nadie pasaba por loco si le dedicaba lo mejor de su tiempo a la literatura. Un día, encontrándome de nuevo tirado en el sofá con un libro, yo debía de tener diecisiete años o así, mi madre me dijo pensativa: «Qué suerte tienes. Te gusta leer. Nunca vas a estar solo». Y así ha sido.

Pues si no quiere dedicarse a la literatura sino a la fama -ese joven que no sabe cómo dedicarse a la literatura- es con toda probabilidad porque no la conoce. Ni le han facilitado los libros adecuados en el momento justo, ni ha descubierto nunca el casi metafísico placer de la escritura que, según he ido averiguando, es casi universal: ese es uno de los secretos que mejor guarda la educación en España, y la razón de que los estudiantes lleguen a la universidad -y casi siempre salgan- sin haberlo descubierto. Para qué insistir en los archiconocidos programas casi inexistentes de una literatura a destiempo -No, no es posible iniciar en la literatura a un quinceañero iletrado con la lectura de los magníficos El Quijote, El libro del buen amor, la Celestina, tampoco con los profetas de la corrección política, que compiten solo con el telediario. Habría que darle para leer a Truman Capote, buenos cuentos contemporáneos (hay muchos) o Los miserables-. Y además, a cargo de profesores desmotivados, que en no pocos casos estudiaron literatura porque era la nota más baja de acceso a la universidad (¡!), enseñan con las fichas amarillas de sus estudios y odian la literatura, que da trabajo y roba tiempo. Aunque no es por completo obligatorio y las píldoras de Wikipedia y la red han aliviado mucho la carga, hay que leer. No son ni mucho menos todos, por supuesto, pero estos no son raros, tampoco en la universidad. Sé de lo que hablo.

Pero volvamos al que aquí interesa, que es el de quien al fin se dedicó a la literatura. Por qué hace esto o lo otro es de lo que tratan algunos cursos de literatura y, cuando se trata de los escritores más grandes, de una forma extenuante y quién sabe si necesaria. El enigma que se plantea al final es sin embargo de los que intimidan. ¿Por qué, una vez escrito el grueso de su obra, cuando ya no tiene que demostrarse nada ni demostrar nada a nadie y escribe como respira, el autor escribe esto en lugar de aquello? Quién sabe. Ahora mismo intuyo que nunca lo sabré.