Sastrería
Entre los ruidos de fondo que me acompañan hay uno que he venido escuchando más en los últimos tiempos, y es la sensación de que el realismo ha crecido. O si se prefiere, escucho un suave lamento apenas perceptible por la marcha de la imaginación: Si es así, ¿adónde se ha ido?
No se trata solo de cada vez más un mayor ruido ambiental, o de una presencia más agresiva del matón de la fealdad -que también-, sino de infinidad de pequeños detalles, tendencias, escuelas literarias o sucedáneos que obligan a pensar en la extensión de una consigna: fuera de la clave realista no hay salvación.
Y no, no es una prolongación en el tiempo del realismo con el que Flaubert y otros muchos escritores del XIX pusieron coto a los excesos, también muchos, del Romanticismo, en una más de la habitual oscilación del arte entre subjetividad y objetividad, o si se prefiere, rebelión o clasicismo, ruptura o norma. Se diría que se trata de algo más. Detalles como por ejemplo la consagración de la periodista Svetlana Alexievich con el premio Nobel de Literatura, un premio revolucionario en esta ocasión, donde los haya, porque por primera vez se reconocía como literatura, no el Ensayo, sino la crónica realista, sin la más mínima pretensión de invención. (Crónica sin duda magnífica).
O detalles como la tendencia, que ya tiene unos años, de que «lo real» sea la condición indispensable de las nuevas «creaciones»: ya sea porque la historia que se cuenta intenta reproducir un suceso real -no es necesario que sea la vieja novela histórica, puede ser una historia sin mayor trascendencia-. Ya sea porque reproduce arquetipos más que reconocibles: novelas de policías, de profesores, de divorciados, de homosexuales, pronto de jubilados, de mujeres decepcionadas, de nuestros vecinos casi identificables con nombres propios. Ya sea porque podemos inventar con supuesta libertad pero a condición de que el personaje central sea real, al menos en el nombre: Puede tratarse de un personaje más o menos reconocible en fotos, por ejemplo Limonov, de Emmanuel Carrère (un secundario de la transición soviética), o los personajes de Sebald, que a veces llevan foto, o el reciente libro sobre los supuestos últimos días de Adelaida García Morales, o la verdadera avalancha que dura ya años de la auto ficción. La serie más longeva y vista de la historia de la televisión española podría llamarse Espejo. Salvo los indestructibles super héroes, ya un género, hasta el comic ha emprendido una vía ultra realista. O sea el apogeo del «Yo», del «nosotros», de «nuestra identidad», como en otras épocas, pero en esta ocasión con barra libre para mentir un poco… verbo moral que no le va bien a una discusión sobre arte pero que es lo bastante gráfico. Y todo ello, sobra decir, con el correspondiente éxito entre lectores y críticos.
Pero no me interesan tanto los aspectos industriales del fenómeno sino el reverso de la moneda. ¿A qué se debe la persecución, destierro, olvido, marginación, exilio o llámese como se quiera de la imaginación? Aunque al parecer es una de las corrientes visibles del cuento contemporáneo, que la imaginación está ausente en España me parece de una obviedad palmaria y podría citar infinidad de ejemplos, pero me cansa. Baste hacer la prueba con el primero que asome por la esquina y acercar la lupa para comprobar su capacidad de imaginar otra cosa que sus referencias más evidentes. Ni que decir tiene que la ausencia de imaginación temática se corresponde con otra en la forma. Si ha habido una época que castiga la experimentación formal y la búsqueda de nuevos caminos para decir las cosas es esta.
La intrigante pregunta es ¿por qué?
Y aquí es cuando recuerdo a una vieja amiga editora francesa que, al cabo de once años de intensa relación de amor con España -Barcelona y Madrid-, se marchó un tanto descorazonada. Y cuando le pedí que me diera el titular de sus conclusiones, me dijo: «España es un país sin curiosidad». Hace años de esto, pero esa frase, desde entonces, me persigue.
No puedo por menos que pensar que esta ausencia de curiosidad, también evidente, tiene algo que ver con la religión realista y el exilio de la imaginación. La siguiente intriga es saber qué fue lo que ocurrió. Porque no siempre fue así.