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Buñuel casi libre

Apartado: Lecturas recomendadas por Sorela

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Luis Buñuel. Mi último suspiro. Memorias con la colaboración de Jean Louis Carrière. 1982.

Las memorias de Buñuel, Mi último suspiro, me han resultado una lectura secuestradora, eso tan difícil de encontrar. Y no tanto por las muchas peripecias que cuenta, propias de alguien nacido con el siglo, sino por algo todavía más improbable: el espectáculo de un hombre casi libre. Y en una época que permitía tal cosa.

Buñuel era rehén de alguna idea fija, como el surrealismo y una extraña docilidad ante las con frecuencia mezquinas tiranías de André Breton y otros mandarines del movimiento. Tampoco carecía de prejuicios, como todos, pero al menos era consciente de que los tenía y por ello mismo los tenía menos. Llega incluso a clasificarlos: en «A favor y en contra», capítulo excepción en un libro bastante discursivo, se libra a un ejercicio de la tradición surrealista, y que recomienda, el listado «al azar de la pluma, que es un azar como otro cualquiera» de las cosas que le gustan -el naturalista Fabre, el marqués de Sade, Wagner y la música en general (perdida por la sordera), comer temprano, el Norte, el frío y la lluvia, los antiguos relatos de viajeros por España, los claustros…-, y las que no: Los países cálidos, la pedantería y la jerga: «signo perfectamente claro de colonización cultural», y Borges, a quien reconoce como buen escritor «pero el mundo está lleno de buenos escritores», y que en cambio le parecía «bastante presuntuoso y adorador de sí mismo».

Reconozco que la lista podría ser leída como el catálogo de manías de cualquier anciano. Al igual que otros libros de memorias de gente del siglo XX -Alberti, Malraux, Zweig, Cendrars, Neruda, incluso García Márquez…(y cuyo interés casi siempre viene de la abundancia de viajes y exilios, dicho sea de paso)- las memorias de Buñuel producen una suerte de nostalgia por una época muy próxima y cercana, y  sin embargo llena de cosas que hemos perdido. Y nos llenan de nostalgia.

Por ejemplo la libertad. Y no estoy hablando de grandes palabras polvorientas por culpa de la retórica y la publicidad, sino de esa libertad mental que tenían entonces, o desde aquí parece que tenían algunos. Y en la época de los grandes fanatismos que, ella sí, parece mucho más cercana.

Es cierto que Buñuel pertenecía a una familia aragonesa desahogada que, llegado el caso, le podía financiar hasta los proyectos más delirantes, como El perro andaluz. Eso es lo que aparece en primer término, y es fácil decir: «Así cualquiera».

Pero lo que no es tan fácil es conseguir la libertad mental necesaria para crear La vía láctea, El ángel exterminador o ese Chien andalou, creada con Dalí en un diálogo extraordinario en el que los dos coautores proponen imágenes en lugar de frases o ideas, o para que Buñuel diga estimulantes inconveniencias como «¿Y la ciencia? ¿No intenta, por otros caminos, reducir el misterio que nos rodea?… Quizá. Pero la ciencia no me interesa. Me parece presuntuosa analítica y superficial. Ignora el sueño, el azar, la risa y la contradicción, cosas todas que me son preciosas». Esas ya no son manías. Es lucidez. Igual que cuando dice: «Horror a comprender. Felicidad de recibir lo inesperado».

A ningún memorialista se le debe creer todo lo que dice -ni siquiera a Chateaubriand, que esperó a la muerte para publicar Memorias de ultratumba-, y Buñuel no es excepción. A fin de cuentas no es delirante defender la tesis de que las memorias son un género de ficción más. Aún así es de agradecerle a Buñuel la sobriedad, más que modestia, a la hora de hablar de sus medallas, premios y aplausos, lo que se refleja también, o en primer lugar, en la escritura. Puede que el libro haya sido escrito (en francés) con la ayuda de Jean Claude Carrière, guionista con quien firmó las seis últimas películas y el mejor que tuvo, según Buñuel, pero de alguna forma magnífica el estilo del libro se emparenta con el natural y en apariencia suelto (sólo en apariencia) de sus películas. Y proporciona a toda velocidad fulgurantes lecciones, en una exhibición de anti retórica: «Se puede discutir el contenido de una película, su estética (si la tiene), su estilo, su tendencia moral. Pero nunca debe aburrir».

El libro es a la vez la expresión de su elasticidad, de su capacidad para viajar y adaptarse pese a que no le gustaban los lugares nuevos y prefería repetir: aún así terminó siendo un verdadero cosmopolita que se sentía en casa tanto en Madrid y Toledo como en Nueva York, París o México, etapas de un largo… ¿exilio? Quizá lo fuese al principio; luego ya no: luego eran tan sólo las habitaciones de una gran residencia. Al tiempo mantenía una mente, aunque siempre anclada en la fe surrealista, abierta y honesta en sus conclusiones, sin miedo a la contradicción y con una muy infrecuente independencia de criterio sobre casi todo. Lo que no deja de ser sorprendente, agradable y hasta pedagógico en tiempos que vuelven a ser sectarios.

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