MIRADA SORELA

Nostalgia del «no»

Apartado: Sastrería

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Me pregunto qué pasaría si alguien llama a los bomberos, para dar una alarma, y no recibe respuesta. Ni «si», ni «no», ni «resista, que ya vamos», ni «¿se puede usted identificar, por favor?» Nada. O si alguien se pone en manos de médicos, les entrega informes y análisis inquietantes… y no hay respuesta. Y así con policías, arquitectos a los que se quiere encargar una casa que no sea un clon adosado, una mujer a la que un hombre le ha pedido que se fugue con él, carniceros o azafatas. Bueno azafatas no, ya no es infrecuente que las azafatas dejen sin contestar la lucecita en el pasillo y se incorporan a ser parte del problema.

El problema de la falta de respuesta. Del «no sabe, no contesta». Ni siquiera: del silencio como toda respuesta, que es lo que se estila, según puede averiguar cualquiera, ya en grandes zonas de la ciudad. Barrios enteros. El silencio.

Es un problema que tardas en identificar porque, si tienes alguna edad, no te han preparado para reconocerlo. Al contrario: para mí, el silencio puede ser también un lujo que no tantos saben apreciar, como es fácil de hacer la prueba. No hace falta mucha inteligencia, instinto ni astucia para que localicemos peloteos, insultos, ironías, idiomas extranjeros, promesas, reclamaciones y demás, pero no estamos preparados para recibir silencio. Y no en el caso del que «quien calla otorga», que podría ser una variante muy aceptable, sino en el del silencio que no se da por enterado de que existes.

Digo que para detectar el problema hay que tener cierta edad porque los más jóvenes han crecido con él. Hasta el punto de que un estudiante echador de currículos -la actividad estrella de muchos jóvenes en los últimos años- puede contarte entusiasmado:

– ¡Me han respondido!

– ¿Te han dado el trabajo? (o la beca)

– No. ¡Pero me han respondido!

Y con su entusiasmo dan a entender que, puesto que les han respondido, eso es signo de que ya pronto conseguirán trabajo (o beca).

Tampoco tiene que ver con la incapacidad mexicana de conjugar el verbo «No». Haga la prueba, es muy divertido: por lo general los mexicanos utilizarán cualquier treta para no usar la palabra «no», que les parece muy agresiva. A  cambio recurrirán a todo tipo de rodeos corteses, elegantes y literarios.

En cierta época de mi vida trabajé en un periódico español donde algunos me llamaban Doctor No (uno de los primeros enemigos de James Bond). Y ello porque, exasperado por la cobardía de los responsables, que se negaban a ponerse al teléfono para decirles a los colaboradores cuándo se iban a publicar sus artículos, o sobre todo cuándo no se iban a publicar, cogía yo el teléfono y les contaba las probabilidades, y les daba las gracias. Era un mal rato, si se quiere, pero peor rato era padecer la cobardía y falta de empatía de quienes cobraban, también, por decir que no y no por dar largas sin ninguna vergüenza. Echaba de menos a García Márquez que cuando le preguntaron qué había cambiado con la edad y el éxito, declaró: «que cuando digo no es que no«.

Se conoce que el paro ha echado a la calle incluso a las secretarias y porteros que asumían la responsabilidad de decir «no» en representación de sus jefes, o por el mismo precio, «no, muchas gracias», y eventualmente dar razones, que eso ya raya en lo onírico. En la época del lenguaje políticamente correcto, del compañeros y compañeras, la tercera edad, los afroamericanos, y todo tipo de circunloquios para no ir a herir a nadie con alguna de las palabras que algunos han decidido son hirientes e imperialistas, hemos suprimido directamente el «no». Debe de ser que suena demasiado agresivo, en estos tiempos hipócritas, y puede herir la sensibilidad del solicitante. Para no herirle, es mejor que se vaya pudriendo en la espera. Y no nos moleste.