MIRADA SORELA

No dependerás

Apartado: Siete años de Blog

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p.S.

Escribo desde hace ya tiempo y nunca había disfrutado con tanta franqueza de lo que siento ahora delante de mi propia página -todavía en blanco- en la Red: libertad. Por primera vez en mi vida no hay nadie leyendo por encima de mi hombro y sugiriéndome qué es lo que tengo que imaginar. Cómo ha de ser escrita una novela para poder ir al cine. Cuáles son los puritanismos del día a los que someterse para seducir a más compradores de libros y que me den sustanciosos premios de aspecto sospechoso (no tengo ninguno). Qué hacer para que la burocracia universitaria acepte que mis libros son también pensamiento, y desde luego investigación en la escritura, aunque no estén escritos en el dialecto dominante. O cómo encajar en los azarosos criterios de las páginas culturales de los periódicos, que además van menguando.

Sólo por esa sensación ya merecía la pena, y todavía la página no ha subido al cielo transparente de la red, y agradezco a la joven amiga -lo de joven es por una vez importante-, que insistió hasta persuadirme con un argumento que casi ruboriza repetir, por lo obvio: Es el nuevo lenguaje y no tiene vuelta atrás, me dijo. Y una promesa fáustica a la que difícilmente ningún escritor experimentado se podría resistir: No dependerás de nadie ni de nada. Escribirás lo que te dé la gana.

O sea que, como en un verdadero viaje, un enamoramiento, comienzo preguntándome: ¿será… será posible? Y de momento lo es: si alguien lee estas palabras es que ha sido posible. Al menos hasta esta línea.

He de aclarar cuanto antes que casi siempre he tenido editores generosos, dispuestos a publicar manuscritos a veces muy literarios, en unos tiempos, pese a las apariencias, poco, muy poco propicios a ello. Y de momento no veo por qué no habría de encontrar esa disposición en el futuro. Y algo parecido puedo decir de mi experiencia periodística, donde al menos desde la Transición sólo un par de veces o tres recibí alguna consigna o fui censurado. O como profesor: salvo una experiencia de media mañana con una burócrata que pretendía definirme dónde termina la libertad de cátedra y dónde comienza el libertinaje, nadie me ha sugerido nunca tan siquiera qué puedo o no decir a mis alumnos en la universidad. Cuando pienso en ello me dan ganas de aplaudir. Entre otras cosas porque sé que no todos los profesores disfrutan de esa independencia.

¿Entonces?

Es que algo ha cambiado. Tengo la sensación de que dentro de veinte o treinta años otro escritor no podrá decir lo que acabo de escribir en el párrafo anterior. Muchos lo atribuirán a la todopoderosa Crisis Económica -que considero una faceta de otra crisis mucho mayor y más vieja, la Educativa, de la que misteriosamente nadie habla-, pero para decirlo rápido lo cierto es que hoy no se puede escribir en España lo mismo que hace veinte años, o más. Por razones políticas y económicas -tan sencillo como que la clientela de la letra impresa se ha reducido, o cambiado lo que lee-, pero sobre todo por una suerte de tecnocrática ignorancia que comienza a agarrarnos por la garganta como una difteria que creíamos ya extinta. Los síntomas son cada vez más inocultables, y sólo enumerándolos nos podríamos aburrir.

Soy consciente de que subo a la Red con el viento a favor. En los momentos del primer entusiasmo: marea pensar que acaban de inventar la imprenta, o algo más grande. Con las recientes conquistas de Assange o de los países árabes -y los que queden- en las que la Red ha tenido una parte activa y quién sabe si no crucial. Veo muy bien su carácter de nueva religión triunfante, escucho su onomatopéyico y antipático lenguaje, neologista, colonizador y quién sabe si totalitario en su simpleza de No Lengua –blog, post, wire, tweet, e-mail, etc.-, me agobia su capacidad para extender la banalidad con una fuerza de pandemia y me preocupa la beatería que levanta en una época monopolizada por dos docenas de religiones laicas (casi siempre herederas directas de las otras), con inquisiciones más poderosas que nunca. ¿No son eso, inquisiciones, las lapidaciones instantáneas en la red de quienes se apartan de la línea central del Partido, el dogma de fe, el trending topic? ¿Era esa la libertad total de Internet? O sea, subo a la red con dudas y con el deseo, entre otros, de no sumarme a la muchedumbre hipnotizada (como siempre), por su anonimato e impunidad.

Pero no era de eso de lo que quería hablar, sino de la alegría. La alegría de escribir. Esa sí que la había vivido. Al principio, cuando un adolescente se sienta una tarde de lluvia en su pupitre de escolar, preso de la fiebre, sin saber qué le ocurre, y se pone a escribir. No para cambiar el mundo, qué tontería. Para crear otro.