OBRA PUBLICADA

Trampas para estrellas

Editorial: Alfaguara
Año de publicación: 2001
Nº de páginas: 175
Apartado: Novelas

Resumen

¿Es aún posible descubrir? ¿Quiénes son los exploradores de nuestro tiempo? ¿Qué es lo que en verdad encuentran?

Unos futuros Exploradores participan en unas prácticas de fin de carrera en la selva –una selva ya tan estudiada como «un esqueleto de una facultad de Medicina»–, cuando un naufragio en una balsa que cruza el río mete a los estudiantes –Santa Ya, Bela y Pablo– en un mundo en el que no todo está escrito y la exploración y el descubrimiento son aún posibles.

El regreso a una ciudad que sólo en parte parece conocida revela que el campeonato real comienza entonces, aunque el rival está sobre todo en el espejo y ganar consiste en averiguar las verdaderas reglas del juego.

La crítica ha dicho…
«Una novela divertida, muy divertida y, al tiempo, enormemente crítica, con una ironía magníficamente usada y una estructura eficaz, directa y rica en matices. Una interesante novela que invita a reflexionar sobre nuestro entorno, sobre nuestro mundo».

Luis de la Peña
El País

El autor comenta

partir de un incidente real –cómo cuatro amigos y yo estuvimos a punto de ahogarnos en un río de los Llanos, en Colombia, cuando teníamos unos trece años–, esta novela trata de la boqueante situación de la universidad española, en la que decenas de miles de estudiantes viven una situación límite… sin que nadie se dé cuenta o al menos lo diga.

Y en efecto, sólo recibí un comentario de un colega y amigo, aunque no cuenta mucho porque pertenece a especie extinta de los que lo leen todo. Nadie más me dijo nada. Aunque quizá, lo reconozco, ese silencio pueda tener que ver con la dificultad española para moverse entre lo imaginario y lo alegórico. ¿Tan difícil era identificar las mastodónticas, catedraticias, amasadas facultades españolas en el Instituto de Alta Exploración de Madrid? Una escuela de exploradores -qué otra cosa es o debiera ser una universidad- en la que los futuros exploradores intentan conservar su curiosidad y entusiasmo en la carrera de obstáculos por enigmáticas asignaturas y pintorescos profesores.

Aunque para percibirlo ellos viajen lejos, Bela, Pablo y Santa Ya, los tres protagonistas, viven en Trampas… la época de la vida a mi modo de ver más dramática en este tiempo en Europa. Su mili: el paso del estadio ideal en la vida, el de estudiante, al de habitante de la ciudad cuadriculada.

Quizá vuelva sobre ello. Me gustaría.

Fragmento

…Nicolás desembocó al fin en el interior de El Polo y parpadeó varias veces a causa de la luz. Furioso por el fraude del pez-boxeador, impulsado por una vieja desesperación, no supo al principio identificar el sitio. Le pareció un hangar, la estación de angustia de una multitud en fuga. En cierto modo lo era: Nicolás se encontraba en el Desierto, una especie de vestíbulo que rodeaba el corazón del Instituto de Alta Exploración y donde daban clase, de pie para ahorrar espacio, los estudiantes de los primeros cursos. Eran cientos, si no miles, y eso que en la universidad clásica hubiese sido considerado una aberración, un escándalo, era en El Polo una propuesta pedagógica. Se amontonaba a los estudiantes primerizos en la entrada y se les sometía a diversas pruebas para medirles el temple de exploradores.

– ¿Es usted el profesor de Introducción al Calor?, preguntó a Nicolás un estudiante. Casi imberbe, sudaba, agobiado. En el fondo de los ojos se le alcanzaba a ver un prematuro comienzo de crisis en la fe.

– No, dijo Nicolás, y pensó que en su vida le habían tomado por espía, carterista, coronel, gerente y hasta neurótico crónico (lo que probablemente era), pero nunca profesor. Vio una genuina desesperación en el chico. Por qué, preguntó.

– Es que llevamos cinco semanas de clase y él no aparece.

– ¿Y por qué seguís viniendo?

Nicolás miró en torno. Por encima de la masa de jóvenes imberbes, algunos adultos hacían esfuerzos por imponerse al calor y hacerse oír por encima del tenaz gruñido de la muchedumbre. Al principio le pareció que hablaban con eco. Luego comprendió que era eco sino el reflejo de los oradores sobre rápidas pantallas de televisión que también salpicaban la multitud y donde se proyectaba la habitual publicidad con gente joven, forzuda y sonriente.

No tan habitual, si uno se fijaba. Quienes salían en las pantallas se parecían mucho a los oradores, sólo que en más joven y guapo. Eran probablemente ellos mismos, rejuvenecidos por algún truco catódico. Parecían cómodos, frescos e insudorizados en escenarios con el sol de hojalata y las flores húmedas de exotismo. Sólo entonces Nicolás comprendió que lo que hacían los oradores era dar clase, que el número de sus alumnos dependía del alcance de su voz, y que en las pantallas se proyectaban prácticas en vivo de lo que estaban enseñando.

– ¿Por qué seguís viniendo?, preguntó de nuevo Nicolás. Un temblor pasó vacilando por los ojos del chico. Bajó la voz.

– Es que mandan espías. Comprueban si estamos.

– ¿Y si no estáis?

Nueva vacilación, como la del preso, el esclavo que teme que al mencionar las cosas se las convoca.

– Si no estamos nos mandan trabajos extra de Calor.

Pese a su amplia experiencia Nicolás quedó estupefacto. Los trabajos extra de Calor habían sido abolidos desde mucho antes de que las escuelas de Exploración se transformaran en Institutos Superiores, después de repetidos accidentes y en particular de que a un profesor aún muy verde se le secaran dos alumnos tercos…

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