MIRADA SORELA

Lamento de la flecha lanzada

Apartado: Siete años de Blog

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«Soy como una flecha lanzada y no me desdigo jamás»

Siempre me dijeron que todo tiene un plazo en la vida, y en particular el amor, y nunca quise creerles: yo soy inmortal, o al menos así nací. «¿Sois conscientes de que esto es para siempre? ¿En la alegría, en la enfermedad, con fiebre y en vacaciones? ¿Sabéis que estaréis unidos hasta la eternidad de la tumba y aún más allá, hasta no se sabe dónde?». Eso nos decían todos y nos conminaban -a ella sobre todo- para que se lo pensase porque luego no tenía vuelta atrás ni cancelación: «como la flecha lanzada o ciertas palabras», precisó alguien, sin saber lo que decía.

Pues bien: no era cierto. Carmina no me lo ha dicho pero casi estoy seguro de que nuestra relación se ha terminado. Eso que uno sabe sin que nadie se lo diga. Y en mi caso es posible pues ya han inventado una máquina que lo permite. Que cancela las promesas que me hicieron al nacer. Que le pone un plazo a mi eternidad.

Alguien puede pensar que Carmina quiere separarse de mí, y luego olvidarse, como ocurre unas trescientas veces diarias en cualquier ciudad media. O sea que cuál es la noticia. Pero es que no es eso, y es peor aún: quiere sustituirme. Y eso, claro, es también muy frecuente pero duele mucho más.

Lo sé porque ha vuelto a mirar ¡tres veces! la página de Internet donde aparece su nuevo amor para la eternidad, e Internet, la nueva encarnación de Eolo, el dios de la ligereza, es algo que no se mira tres veces.

Aunque si lo pienso mejor el comienzo del fin fue antes, unos días antes, cuando una de sus conquistas llegó en un baile de caricias y besos hasta donde estoy yo, allí se detuvo, como suelen, y dijo con un tono que no olvido:

– Vaya. ¿Tú también?… y a ver: ¿Qué es lo que pone? Déjame ver.

Y se inclinó sobre mí para mirarme de cerca entre la penumbra de las luces bajas.

– Pone «soy como una flecha lanzada y no me desdigo jamás», dijo Carmina en un susurro de pasión.

Esa es una escena que ya conozco y por lo general los ligues de mi amor -¿se puede llamar amor a lo nuestro? Yo creo que sí: amor indeleble- escuchan la respuesta y dicen «qué chulo». Para entonces ya suelen estar en otra cosa pues me encuentro en una zona muy sensible de Carmina y algo mucho más poderoso les distrae. Pero este nuevo novio -no creo que lo llegue a olvidar jamás, como el reo no olvida nunca la voz de su juez-, este nuevo novio dijo:

-¿Estás segura?

– Claro que estoy segura, dijo Carmina: Eso fue lo que le dije que pusiera.

– A quién.

– Pues al artista tatuador. Y no era cualquiera, oye: Estaba en Charing Cross, en Londres.

– ¿Y era chino?

Ahí Carmina vaciló:

-No sé. Era oriental. Pero ya sabes que en Londres las nacionalidades y razas nunca están claras.

– Puede que no. Pero te diré que lo que te han escrito no es chino mandarín… y apostaría a que tampoco es ningún dialecto.

– Y tú… ¿sabes chino?

– Lo suficiente, dijo el hombre, pero entretanto algo se había roto y la sesión de amor entre ambos fue un desastre.

Yo ni me fijé. Como es natural, estaba por completo tratornado. Yo creía ser chino, la civilización viva más antigua del mundo, y no lo era. Creía que mis orgullosas letras decían soy como una flecha lanzada y no me desdigo jamás, y no lo decía. Peor aún… es posible que no dijesen ni eso, ni nada por el estilo. Que fuese el invento de un idioma inútil e insignificante, a cargo de un tatuador que quería hacer dinero con ofertas exóticas y aprovecharse de la paletez universal. En efecto, me había escrito con gran aplomo y seguridad. Mi parto fue con cesárea, no con las largas y dolorosas contracciones de un nacimiento natural y difícil.

Nada más nacer me dijeron que lo nuestro era para toda la vida. «No, esto no se puede borrar» fueron las primeras palabras que escuché. Una grata promesa para cualquiera que nazca.

Pero eso fue hace quince años. Muchas, muchísimas cosas han cambiado desde entonces en todo el mundo, en China y en España también. Ahora hay incluso españoles que chapurrean o intuyen lo bastante de chino -gente que se ha ido a Shanghai o a Pekin a engordar la ya sustanciosa colonia de jóvenes en busca de una salida- como para saber si cierta escritura es o no chino de verdad y no una serie de garabatos aparentes.

Que es, por lo visto, lo que soy yo: un fraude típico de estos años. Un garabato que pretende ser lo que no es.

Y eso, ahora, ya no se lleva. Al ser el tipo de imagen propia de estos años que ya muchos comienzan a querer olvidar, Carmina pretende enterrarme. Y la promesa «para toda la vida» se hace humo pues entretanto han inventado una máquina que sirve para borrar los tatuajes. Lo que antes era difícil y doloroso ahora es fácil, y más esos que son como el mío, ya un poco grises y aflojados por las ojeras y arrugas, por la edad. No sólo soy un tatuaje fraudulento. Soy feo y viejo y esa es otra cosa que hoy tampoco se perdona.

O sea que Carmina ha estado mirando dibujos de panteras y leones. Y no hace falta saber chino ni significar algo para saber lo que se propone.