MIRADA SORELA

La otra vida de Berthe Morisot

Apartado: Siete años de Blog

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Berthe Morisot. Barcos entrando a puerto en la Isla de Wight. (Acuarela)

A los cinco años, Berthe Morisot sufrió una angina que hizo temer por su vida y alcanzó a dejarle grabada una noción de la muerte origen de su aprecio por el tiempo y, uno a uno, los días del resto de su vida.

Berthe pertenecía a una familia pudiente francesa, esto es, lo bastante abierta y liberal como para permitir baños en las elegantes playas de Deauville y Dinard: casetas de rayas verticales sobre la arena y chaqué y ruleta por las noches. Sólo ese dato ayudaría a explicar su incuestionable optimismo vital y su habilidad para apreciar los detalles aunque el sol haga reflejos o llueva.

Pese a una educación de señorita, o cayendo sobre ella como una lenta tormenta de nieve, tuvo una formación en francés, literatura y matemáticas. Otra cosa era inconcebible en la Francia de la época, tan sólo un siglo largo después de la Revolución, hecha por los Ilustrados. Por supuesto había leído a Víctor Hugo, casi su contemporáneo, y también a Lamartine y Chateaubriand, origen todo ello de su mirada poética y de su gusto por la precisión, la exactitud. De la matemática y de la poesía -de la poesía buena, se entiende-, viene su odio por lo à peu près, que se puede apreciar en su pintura, incluso si a menudo sus modelos eran su hermana y sus sobrinos.

Sin ningún tipo de agobios materiales, pudo participar en una sociedad que valoraba los «salons» y el arte de la conversación, y en ésta, el «esprit». (Stendhal explicaba lo que es el esprit: en la esquina medio en penumbra de un salón, un caballero que se encuentra sentado con una señorita en un sofá, le dice al criado que le ha traído una jarra de agua: «Viértamela sobre los dedos».) Los salons frecuentados por Morisot eran sobre todo artísticos -Morisot era, por ejemplo, cuñada de Manet, el mejor y más misterioso de los Impresionistas-, pero no hay que minusvalorarlos por eso, con el conocido argumento de lo que los pintores hablan (poco) con imágenes, y no saben bailar. Allí, entre otros, se podía encontrar a Zola: pocos han retratado mejor la parte más oscura de la sociedad. (Alguien debiera encontrar, seguro que lo hay, algún testimonio contando de qué hablaban Berthe y Zola).

Morisot tenía todas las cartas para convertirse en una amable pintora de la vida elegante. La respuesta de por qué no sucedió eso pertenece al misterio, tal vez el mismo que se encuentra en la raíz misma de todo arte genuino, pese a tantas tesis doctorales, premios rimbombantes y congresos de especialistas. Tal vez tuvo que ver con esa intuición de Valéry, que en 1941 aludió a que el impulso de Morisot era el de «vivir su pintura y pintar su vida», que podría ser la definición misma de un artista. Por desgracia también dijo que su obra podría ser «un diario femenino, cuyos medios de expresión fueran el color y el dibujo», interesante propuesta pero por desgracia contenedora de algunas palabras clave que podían, y fatalmente pudieron, derivar en los consabidos clishés.

No es sólo culpa de Valéry, pero lo cierto es que, siglo y medio más tarde, Morisot ha sido ya capturada en las cómodas y rentables etiquetitas de «impresionismo» -esto se produjo ya en vida con entradas y salidas en los «Salons des Indépendants» y todo eso que entretiene a los historiadores, como si Morisot tuviese algo que ver con un Van Gogh, o con su propio cuñado, Manet-; «alta burguesía», que siempre ha servido para explicar tantas cosas; y, sobre todo, «femenino». Con este as ya tiene garantizada cierta permanencia: Medio siglo como mínimo.

Por desgracia, estas y otras postalitas ni siquiera comenzarán a explicar el misterio que la envuelve. Como a toda artista. A cambio, resolverán la vida y el final de mes de no pocos comisarios, críticos, profesores y periodistas, que haciendo frasecitas sonoras con ellas rellenarán carteleras, secciones culturales, cronografías de exposiciones como la que se exhibe en el museo Thyssen en Madrid, clases y cuestionarios de exámenes hasta vete a saber cuándo. Porque no sé si se han fijado pero vamos a más.

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