¿Qué es un cuento breve? Algo que cabe en esta línea y como mucho en otras dos. Que nueve de cada diez veces menciona a un dinosaurio insomne cuando se habla de él, y ésta es una de ellas. Que otras cinco de cada diez recuerda el anuncio ofreciendo unos zapatos de niño, “nuevos”. Que “está de moda”, una expresión detestable, sobre todo porque siempre implica a demasiados. Que por consiguiente alguien cree que se puede ganar dinero o prestigio con ello, organiza seminarios, antologías, talleres y cosas, y lo gana. Y que todos los escritores aficionados y los críticos sin imaginación creen que es algo fácil, también hablar sobre él. Hasta ahí lo científicamente demostrado. A partir de ahí, un enigma.
Más que su realización eventualmente feliz –muy eventualmente–, a mí me interesan otras cosas. Primero su ritmo, claro, que creo es donde anida el verdadero éxito del asunto, aunque no sé muy bien cómo se puede hablar de éxito, hoy en día, con nada que tenga que ver con la literatura (no hablo, es obvio, ni de ventas ni de premios). Luego su recorte. Después su carácter fotográfico –se ve un cuento breve como se ve una foto, como mucho como se ve un cuadro–, y más tarde su carácter de “necesidad”: y ello a propósito de aquella demostración de Borges, en un programa de radio, en la que un frutero iba desmontando todas las palabras del letrero “Hoy se vende pescado fresco”, por innecesarias, hasta dejar a su vecino el pescatero sin el cartel (orgulloso de su sensibilidad filológica, es de suponer, pero un poco humillado y como huérfano de su cartel. ¿Y qué es la vida hoy sin un cartel? Ése podría ser un novelón).
Tal vez hablar de ritmo sería excesivo porque para cuando el cuento breve se ha marcado el uno, tres, tres de una cumbia, pongamos por caso (es un decir), ya se ha salido de la pista, ya no es un cuento breve, ya lo han echado de la fiesta, ya es un inmigrante devuelto por carecer de (los) papeles (que (a alguien) le importan)1. O sea que el cuento ha de golpear una sola vez, como una metáfora, la unidad de medida de la poesía. Y de ahí la propuesta: ¿Conviene convocar un congreso sobre el tema: ¿Es el cuento breve poesía? (y al revés), que lanzo desde aquí.
Inventor casi (al final de su vida) de la concisión y la sobriedad en la escritura del castellano, Borges pensaba, según cuenta Bioy en su impagable testimonio de 1.663 páginas (Destino) –cientos si no miles de aforismos, sugerencias, pistas y cuentos breves–, que un cuento se diferencia de una novela en que se puede contar, no hay que leerlo. Una, por otra parte, vieja superstición que se puede encontrar en unos cuantos manuales sobre el cuento. Tal vez no había pensado en el cuento breve que sí hay que leer pues su maestría, como el rápido esbozo de un Matisse, consiste precisamente en la distribución y calibrado de sus escasos elementos. ¿Se imaginan que en cambio se hubiese escrito: Al despertar, tras un sueño intranquilo, el dinosaurio se encontró convertido en un monstruoso insecto? No funcionaría. (Obsérvese al paso que muchos comienzos de novela son excelentes cuentos breves, a veces estropeados por su desarrollo). En su penúltimo cuento, “La rosa de Paracelso”, Borges escribió en cambio: “En su taller, que abarcaba las dos habitaciones del sótano, Paracelso le pidió a Dios, a su indeterminado Dios, a cualquier Dios, que le enviara un discípulo. Atardecía”, que son las tres líneas narrativas que yo conozca en las que se dicen más cosas (con más peso) en menos espacio, más aún que la primera página de El aleph, en la que no se puede cambiar de lugar ni una coma, ni una sílaba, sin que se caiga todo el edificio. Si quiere haga la prueba. Pero asuma la responsabilidad.
Lo más intrigante de todo es quizá el atractivo del cuento corto en este tiempo más bien obvio y explícito. Pues lo esencial del cuento corto sería la sugerencia, ¿no? Más allá del dato escondido, de la trama, el secreto desvelado, la narración a medias, el aplazamiento indefinido del clímax y otras técnicas antiguas para conseguir el mismo fin… el arma del cuento corto es su sugerencia. Tal vez su objetivo último. Es además la condición misma de su existencia.
Otra condición es que apenas se le vea. Seguro que la mayor parte de los cuentos breves que nos rodean pasan inadvertidos. Como Monterroso, uno de los papas de esa nueva fe, que hacía alarde de ser chiquito desde pequeño. ¿Conocen ustedes a muchos autores de cuentos cortos? (¿Cómo se llamaría la especialidad?: ¿cuentista breve?… ¿chiquito?… ¿tímido?… ¿francotirador enano?)
Por todo ello no deja de ser notable que La glorieta de los fugitivos, de José María Merino, publicado por Páginas de Espuma y que recoge toda su obra breve hasta la fecha, fuese elegido hace unos meses como el mejor libro del año 2007 por el jurado de escritores del premio Salambó, del que yo formaba parte en esta edición. ¿Notable, digo? Extraordinario, más bien… ¿no?
1. Mézclense paréntesis y cursivas y véase que las sucesivas combinaciones son otras posibles de cuentos breves, largos, novelas, y hasta de seminarios de política, filosofía del derecho, lenguaje políticamente correcto, etcétera.