MIRADA SORELA

Autorreferencia y Yo

Apartado: Sastrería

Valora esta entrada:

Sastrería

Una de las imágenes de nuestro tiempo es la de un joven (o no tan joven) inclinado sobre  un móvil que en realidad es su ombligo. Puede que el aparato le conecte con el mundo pero, casi siempre, ese mundo es una suerte de espejo. Los demás existen, cierto, siempre y cuando le envíen mensajes o fotos, a condición de que le respondan o por lo menos se refieran a él con su nombre, o a su grupo, a su tribu, a su género, a su patria, a su serie de televisión o a su banda preferida. (En cierta ocasión una editora para jóvenes me dijo que difícilmente podía prosperar entre lectores madrileños un héroe que fuese seguidor del Barça… y al revés).

La autorreferencia es una de las tendencias de nuestro tiempo, como si la curiosidad estuviese enferma -la curiosidad por lo de verdad distinto y lejano- y sólo existiese lo que de alguna forma se relaciona con nosotros. Hubo un tiempo, no hace tanto, en que el valor de las historias tenía relación directa con su lejanía -Verne, Kipling, London…-, o la arriesgada experimentación en que se embarcasen para contarlas. Faulkner llegó a decir que, puesto que toda obra de arte está destinada al fracaso, lo que hay que juzgar es la ambición con que fue creada. Buena parte de esa ambición residía en la forma, que muy a menudo tenía un costo en difusión: Ulysses en un extremo y Proust desmesurado, en el otro.

Cualquiera diría que hoy se trata de lo contrario. Las series de televisión, ya hablen de policías, maestros, periodistas, vecinos o reyes legendarios, muestran a gente lo más parecida a nosotros que sea posible. Incluso los super héroes serán juzgados no tanto por sus prodigios sino por su parecido con los vecinos de la escalera, sus disfraces capaces de convencernos de que estamos muy cerca de ser super héroes. En literatura, o si se prefiere, en comunicación, triunfan los géneros del Yo:  en periodismo las columnas de opinión arrollan a la información pura, al igual que las redes sociales, y en particular los blogs, que en lo fundamental tratan de mí.

Y en literatura gana por goleada la primera persona del singular -y también el nosotros-, y la llamada autoficción, de la que no hemos visto sino el prólogo.  Es decir, ya que no podemos seducir con nuestras historias de héroes lejanos, traigamos las lejanas historias de caballeros andantes y misterios hasta nuestro barrio. En la aldea, con la condición de que sea la nuestra, los héroes serán más probables, más verosímiles.