Despiertas y piensas en casa, como siempre, sin darte cuenta de que ya estás en ella. Llegaste anoche, feliz aunque hecho polvo tras un vuelo barato, cuyos asientos de castigo doblan la distancia. Grandes abrazos, más cortos y menos fuertes que los muchas veces imaginados desde que te fuiste, un subidón de alegría un tanto melancólica, tu madre llorando, y esa cosa que produce el desfase horario, cuando tú has llegado pero todavía no tu corazón, o tu alma, o tu nostalgia, que se mantiene pese a que ya estás de vuelta.
– No llores. Por qué lloras.
– De alegría.
Pero sabes que no es cierto. Tu madre llora de alegría pero también porque sabe que en diez o doce días te volverás a ir. Con un par de jerseys de pescador bajo la tormenta, imponibles pues en los pequeños apartamentos Ikea de los países fríos se regula la temperatura para que parezca el Caribe, y una reserva de cielos azules españoles para aguantar tres o cuatro semanas de frío, niebla, lluvia, idioma imposible o multitudes grises bajando al metro.
Sales al comedor y es como si ya hubiesen llegado los Reyes: desayuno para tres -«pero si allí también me dan de comer», dices, sin precisar que nadie te da de comer y eres tú el que cocina en un estudio sin fronteras en el que se puede freír una salchicha desde el sofá. «De hecho estoy más gordo, ¿no lo ves?»-, pero a nadie le importa tu gordura, en España el amor todavía se demuestra regalando kilos. O sea que a media mañana ya te has comido cuatro cruasanes -no se desayunaba con cruasanes cuando estabas en casa, sino con galletas María-, tienes caliente la oreja del teléfono y varios amigos e Isabel una ex novia hasta te han venido a ver a casa, lo que, cuando vivías aquí, no sucedía jamás. Cuando vivías aquí te veías con los amigos en los bares de la zona, como los españoles de Antes de.
– Ya no vamos mucho, te dice Jaime -pese a que lo dejaste de ver no hace tanto y hablas por whatsApp casi a diario con todo el grupo-. Es que las cañitas diarias se han puesto demasiado caras.
Pero sabes que te lo dice para consolarte de no estar aquí con todo el mundo, como siempre.
… Lo extraño del caso es que, descubres con sorpresa, de pronto ya no te importa demasiado. Antes te frustraba de tal modo no poder ver a los amigos que elegiste Derecho porque eso te permitiría, pensabas, quedar libre para la hora de las cañas: Nadie te dijo a tiempo que varios miles de abogados sin trabajo ya andaban por la calle, libres y sin rumbo, y que tú ibas a quedar libre para lo que quisieras, y durante años, a cualquier hora del día. Sin dinero, eso sí. Pero nadie te dijo tantas cosas que te tenían que haber dicho… ¿A quién reclamárselas? ¿A los profesores? ¿A los periodistas? Los periodistas también andan ahora por la calle, buscando una salida….
Más aún: la primera noche e incluso la segunda vas a los baricos de toda la vida -aunque no todos: han cerrado varios y otros han sido devorados por las franquicias de plástico- y hasta te das el lujo de pagar alguna ronda más de la que te corresponde. Pero a la tercera -de nuevo inmensa sorpresa, que ni siquiera te sorprende-, no te apetece ir, ya no necesitas ver a gente todo el tiempo, y te buscas una excusa, y dos días después la repites. Y el partido ya no te abduce y de pronto te parece que llevar bufandas de bandera y gorros ante el televisor es un tanto ridi. Allí también lo hacen pero como no eran los tuyos has tomado distancia.
Además, un día en que ves en la televisión el mismo telediario de siempre -la lotería, la guerra Madrid-Barça inacabable, las campanadas, el anuncio del champán…- te da por añorar esos telediarios de allí, que has detestado y dicho no comprender, y que ahora ya comienzas a echar de menos. Eso y el silencio en las cafeterías, y la puntualidad, y que no haya tres banqueros corruptos de cada cinco, o no se sepa, y los pasteles, y que la gente lea y vaya a la ópera por 25 euros, y … Isabel, tu ex novia, por la que un día hubieses ido de rodillas hasta Sevilla, para merecerla, Isabel ya te parece una chica normal.
O sea que te has comenzado a ir de verdad. A partir de ahora, aunque vuelvas, serás para siempre un mestizo.