INSTITUTO CERVANTES DE MADRID, ENCUENTRO CON ESCRITORES CHINOS, NOVIEMBRE DE 2010

© Allan Teger / BNPS.co.uk
El debate en España es todavía entre realidades. Ese es el estado de la cuestión. Todo el debate. Así ha sido, desde hace mucho y hasta hace muy poco, poquísimo, y a lo mejor está cambiando en este mismo instante. En España –y desde que me recuerdo a mi mismo– en España sólo existe la realidad. La actualidad. Abajo con los sueños, la creación, lo distinto y lo lejano.
Y eso, que a algunos sonará exagerado, resulta evidente si nos atenemos a los resultados como recomiendan las más estricas escuelas de la realidad: Las obras. Lo que se hace. Pero tal vez -tal vez-, algunos indicios permiten preguntarse si lo imposible está a punto de cumplirse. Si esa omnipotente realidad no estará a punto de dejar de serlo. Quiero decir, dejar de ser omnipotente.
En algún sitio de la reciente cultura española debe de haber espacio para la transgresión, la curiosidad, lo lejano y distinto, pero lo cierto es que cuesta encontrarlo. Setenta años después, el gran tema sigue siendo la Guerra Civil, y es casi difícil encontrar a un escritor que no lo haya tratado –y me incluyo- o lo vaya a tratar en algún momento. Si hubiese que definir el cine español con una sola frase mucho me temo que tendríamos que decir “realista” y también “de actualidad”.
Las series de televisión, un formidable termómetro porque es adonde acuden nueve de cada diez personas para distraerse y donde se hace más que en ningún sitio lo que la gente pide, tratan… de nosotros y sólo de nosotros…
Esto es, de la escalera de nuestro edificio, de la comisaría de la esquina, del periódico que leemos -o que los productores creen que leemos-, de nuestros hospitales, etcétera. De nuestras guerras, o mejor, de las guerras que según lo aceptado construyeron a España como nación: La guerra de independencia contra Napoleón o la de Viriato contra los romanos.
Y no para proponer héroes más o menos lejanos sino, al contrario, lo más cercanos posible a nuestra cotidianeidad en el siglo XXI. Algo que se multiplica en las diferentes regiones donde las series refuerzan los consabidos arquetipos, aún más idealizados. No sin misterio, las artes nobles y las no tan nobles obvian pasajes de la historia peninsular que en otros países darían pie, no a unas películas, sino a una industria, como la era de la convivencia de las tres religiones, o los tres siglos –tres siglos- de conquista, colonización y guerras de independencia en América. Un verdadero misterio que podría ser objeto de un par de congresos. Al tiempo, el lugar en el que la realidad se cubre de una ligera neblina es donde más presente debiera estar. En los informativos de televisión, reporteras casi siempre guapas, como si el periodismo fuese un concurso de belleza –algo más revelador de lo que parece-, presentan una menguante información de lo que es para, cada vez más, sustituirla por lo que debiera serde acuerdo con el volátil pensamiento de moda.
El curso pasado tuve la oportunidad de viajar por China y Taiwan, dar algunas clases o charlas en universidades o centros culturales, y tener trato con estudiantes chinos –también lo tengo ahora entre mis alumnos en España-, profesores y escritores. Y estos últimos, en un encuentro memorable en la Montaña de Lushan, la montaña de los mil versos y una de las más importantes en la China simbólica, invitado por la Asociación China de Escritores que también ha contribuido a organizar este encuentro. Y entre otras muchas fascinaciones, ya intuidas en anteriores viajes, figuró el descubrir que, más allá de viejas tradiciones como la del mes de los fantasmas en Taiwan, los buenos amigos, los antepasados de regreso a la tierra, por ejemplo, los chinos contemporáneos tienen por La Realidad tanto aprecio, o más, que los españoles. Y esa es ya una marca muy alta. O lo que es lo mismo, cierta desconfianza o incomprensión de lo imaginario y lejano. Y esa, que en el caso de España es una comprobación estupefacta, es en el caso de China una constatación intrigada. Me gustaría saber por qué.
No quisiera caer en el muy popular deporte español de leer la realidad a la luz de mis intereses o ideología pero por primera vez en mi vida adulta me parece apreciar signos de que la cultura que llamo del espejo comienza a no ser suficiente en este país que, más que una península, como nos enseñaron, es bastante una isla, o lo ha sido hasta ahora. Pues por culpa o gracias a esa crisis que vivimos como un pequeño Apocalipsis, ciertas grietas en el espejo, cierta insatisfacción con la realidad -que en efecto no basta-, me permiten creer que no falta mucho para que un Cervantes escriba otro Quijote y volvamos a descubrir otro mundo más allá de nuestra limitada actualidad.